La cara oculta de la Transición

Podemos no existiría sin la crisis económica... La indignación creció al calor de la recesión... El PP fía su estrategia electoral a la recuperación… Y así todo.  No hay análisis político sobre la crisis actual que no ponga el foco sobre la depresión económica. Nada que objetar: cualquier otro enfoque sería absurdo o, al menos, incompleto. Y ahora saltemos al año 1977. ¿Cómo se explica que la mayoría de los ensayos sobre la Transición conviertan la crisis económica de los setenta, la mayor de la segunda mitad del siglo XX, en una nota a pie de página?  Misterios sin resolver. Y tres cuartos de lo mismo sobre el olvido de la gigantesca ola de conflictividad social que agitó el país entre el tardofranquismo y los inicios de la democracia.

La versión canónica de la Transición suena así: un grupo de políticos pactando en un restaurante. ¿Y el contexto social? Ni estaba ni se le esperaba; al menos hasta que, al calor de la actual crisis, empezaron a proliferar los ensayos críticos con la Transición. De poner el foco sobre el explosivo contexto económico/social de la Transición se ocupa ahora el sociólogo Emmanuel Rodríguez en Por qué fracasó la democracia en España (Traficantes de sueños, 2015).

“La Transición se ha narrado, y con ello se ha ‘inventado’, como un proceso eminentemente político. Es una parte sustantiva de los consensos de la Transición, es de hecho su soporte ideológico. ¿Cómo incluir la crisis profunda y brutal de finales de los años setenta y ochenta sino como una disrupción ‘externa’, una suerte de catástrofe meteorológica que acontece básicamente para que los políticos de la época la sorteen, más o menos hábilmente, con los Pactos de la Moncloa y una rigurosa política de responsabilidad institucional? Cuando la crisis económica, sin embargo, se cuela en el centro de la explicación, la Transición aparece como una crisis política, en efecto, pero de algo mucho más importante y profundo que la dictadura franquista”, cuenta Rodríguez a El Confidencial.

Sí, han leído bien, algo más importante y profundo que la dictadura del generalísimo. Atentos: “Se trata de una crisis del modelo desarrollista del tardofranquismo, de la particular versión española del fordismo, de los Treinta Gloriosos. El sujeto de esta crisis no es otro que la ola de movilizaciones que fundamentalmente en las fábricas y en los barrios está empujando los salarios y el gasto social a niveles que no son asumibles por el aparato institucional del franquismo. Este es el problema de la Transición, y al que las élites de uno y otro lado trataron de dar su particular respuesta, con los resultados luego conocidos. Por eso, la Transición no se puede explicar sino a partir de la oleada de luchas de fábrica, vecinales, juveniles, que están también detrás de la crisis económica”, explica.

Oleada de huelgas

El ensayo no escatima datos para apuntalar dicha tesis: entre 1964 y 1976, las remuneraciones de los asalariados, incluidas las cotizaciones a la seguridad social, saltaron del 47.5%  al 57% de la Renta Nacional. Los salarios reales medios aumentaron un 40% entre 1970 y 1976, pese a que la productividad creció un 23,7%.

'La Transición no se puede explicar sino a partir de la oleada de luchas de fábrica, vecinales, juveniles, que están también detrás de la crisis económica'

Todo ello en medio de una epidemia de huelgas y protestas obreras. De las 205 huelgas y 100.000 huelguistas de 1966 se pasaron a las 817 huelgas y 300.000 huelguistas de 1970. La traca final llegó en 1976: 1.568 huelgas y 3,5 millones de huelguistas. Y de ahí para abajo.

La domesticación de la conflictividad social fue, por tanto, un elemento político clave de la Transición. Con dos puntos de inflexión: la legalización del Partido Comunista, que cambió jarana callejera por ‘responsabilidad institucional’, y los Pactos de la Moncloa, que sirvieron para extender los derechos sindicales, pero también, y esto tiende a recordarse menos, para atajar las alegrías salariales.

Democracia a medio gas

El libro de Rodríguez tiene un título como mínimo provocador: Por qué fracasó la democracia en España. Bien. Antes de que los apologistas de la Transición monten en cólera, escuchemos los motivos del autor. ¿De qué carece esa democracia que tanto nos costó alcanzar?

“Más que carencias, habría que referirse a la constitución, tanto material como formal, profundamente oligárquica del régimen político español que sale de 1978. El miedo a la participación popular real, manifiesto en la marginación de los instrumentos de democracia directa o semidirecta (desde la pobre autonomía municipal, hasta el escaso papel del referéndum y la ILP); el sesgo partidocrático que respira la Constitución y el ordenamiento institucional posterior; el modelo de relaciones laborales, basado en una suerte de neocorporativismo sindical que arruina las dinámicas asamblearias del movimiento obrero precedente; el inequívoco basamento del régimen político en las clases medias y el carácter también ‘middle class’ del pobre Estado de bienestar; el completo respeto a los intereses del capitalismo familiar español... Todo ello fueron las clausulas principales de ese pacto entre élites que inevitablemente hace de la Transición española una suerte de transacción entre caballeros. No obstante, esta crítica de la democracia española (su consideración propiamente oligárquica) no distancia al régimen español del resto de “democracias” europeas, y de los resultados institucionales de ese ciclo político que en la época recibió el nombre de 1968”, argumenta Rodríguez.

Dado que en los últimos años se han multiplicado hasta el infinitivo las comparaciones entre el 77 y la época actual, es inevitable acabar hablando sobre la Transición como espejo más o menos deformante del presente.

He aquí la visión de Rodríguez sobre el aroma contemporáneo de la Transición. “La historia recupera interés y vigor en todas las épocas de crisis. En nuestro caso, la referencia obligada es los años setenta, la Transición española. La primera razón, y la más obvia, es que entre 1976 y 1982 se definen los rasgos principales del régimen político español, incluidos sus elementos narrativos e ideológicos. Cualquier proyecto de cambio político real tiene que considerar esta época si quiere atinar el tiro y modificar las bases culturales e institucionales del ordenamiento político. Por otra parte, la Transición es un caladero inagotable de intuiciones para la política actual. El estudio de la Transición agudiza la inteligencia política en sus dimensiones más puras (la táctica y la estrategia) sobre el terreno de unos actores y unas inercias culturales que todavía persisten. En muchos aspectos es casi como leer las posibilidades del momento y también, desgraciadamente, sus límites”, zanja