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Al igual que el análisis de otros muchos aspectos del ensayo autoritario español de los años veinte, la plasmación biográfica de los grandes jerifaltes que César González Ruano y Joaquín Maurín denominaron con el genérico de «hombres de la Dictadura» permanece aún a medio hacer. Resulta obvio que entre las casi dos docenas de ensayos dedicados a la figura de Miguel Primo de Rivera, desde las primeras hagiografías político-psicológicas de Cortés-Cavanillas o Rodríguez Tarduchy hasta la reciente crónica familiar de Rocío Primo de Rivera o la confrontación pretendidamente polémica de Tamames y Casals, aún queda campo disponible para abordar una auténtica semblanza integral del personaje mayor del régimen. Del resto, sólo un grupo muy reducido de generales suficientemente representativos como Martínez Anido (evocado por sus ayudantes Cola y Oller Piñol) o Barrera (biografiado por Julio Milego), de políticos de alcance regional como Sala Argemí (cuya ejecutoria fue trazada sucesivamente por Joaniquet y Puy y Juanicó) o de tecnócratas avant la lettre como el conde de Guadalhorce (Martín Gaite) o el, por tantas razones, insoslayable José Calvo Sotelo (abordado desde diversos ángulos por Joaniquet, Acedo Colunga, Aunós, Rey Reguillo o Bullón de Mendoza) ha merecido una mirada más o menos detenida, pero lastrada casi siempre por la reivindicación de sus respectivas trayectorias públicas previas a la República o la exaltación de su contribución al estallido y ulterior desarrollo de la Guerra Civil.