Para la profesora y activista feminista Silvia Federici, “las cuestiones centrales del feminismo no son diferentes a las de la lucha de clases”. Fundadora de la Campaña Internacional por un Salario para el Trabajo sin Sueldo (1972), desde hace 40 años investiga sobre el trabajo doméstico, reproductivo y de cuidados. “Todos los trabajadores están sometidos, pero su salario les da mayor poder contractual y reconoce su trabajo como productores de riqueza”. “A diferencia de Marx y Engels”, Federici plantea que “el capitalismo explota específicamente a las mujeres porque el trabajo reproductivo no se reconoce como trabajo ni se valora, sigue viéndose como algo personal”.
“La lucha entre mujeres con medios económicos y sin ellos es negativa para todas. Hay que apoyar a las trabajadoras domésticas, superar estas divisiones entre mujeres y reivindicar que el Estado dé recursos para amortiguar la carga de este trabajo”
Su libro El Calibán y la Bruja: mujeres, cuerpo y acumulación primitiva (Traficantes de Sueños, 2010) amplía la visión marxista que contempla la expropiación de tierras, el cercamiento de terrenos comunales, la colonización y la trata de esclavos como pilares de la reestructuración socioeconómica del s. XV al XVIII de la que emergió el capitalismo. Federici incorpora la caza de brujas como un eje clave en la destrucción de “los comunes: las relaciones comunitarias de la etapa medieval, el control y gestión comunitarios de las tierras, el sistema de solidaridad fruto de siglos de vida comunitaria”. Asegura que “la caza de brujas y las nuevas leyes que reglamentaron la reproducción transformaron el cuerpo de las mujeres y su capacidad reproductiva en producción de fuerza de trabajo, de clase trabajadora”.
En la presentación de su libro en Barcelona, Federici habla del pasado y el presente del capitalismo, que “tiene un horizonte cerrado en que ciertos procesos son repetitivos”. Así, explica, “hoy asistimos a un retorno de fenómenos relacionados con la etapa de acumulación primitiva: guerras, encarcelamientos, legislaciones cada vez más punitivas, hambrunas por razones construidas artificialmente, incluso caza de brujas en África, Asia, India y Arabia Saudí”. Hablamos con ella sobre el contexto actual y las posibles alternativas.
Los ajustes estructurales en Europa aumentan las cargas domésticas, reproductivas y de cuidado de las mujeres europeas, que en muchos casos las habían transferido a empleadas domésticas y cuidadoras, en su mayoría migrantes, desde los años 80. ¿Este contexto puede forzar una reconfiguración de las cadenas internacionales de cuidados?
La reorganización global del trabajo reproductivo desde la mitad de los 80 hasta ahora, que cada vez ha tenido más influencia en las áreas metropolitanas, ha supuesto que la reproducción de la fuerza del trabajo quedara en manos de mujeres migradas que dejan a sus familias en Latinoamérica, lo que supone en buena parte la destrucción de la reproducción en sus países. El 90% de las trabajadoras domésticas eran migrantes. En estas décadas, los debates feministas se han centrado en la nueva división del trabajo entre mujeres que teóricamente eran hermanas, la que contrata y la contratada, y los análisis sobre las consecuencias de los trabajos reproductivos.
“La respuesta a la crisis es la alianza y crear nuevas formas de recomposición para combatir al Estado. Construir relaciones de reciprocidad sobre cómo compartir la riqueza y cuántas personas forman parte de la comunidad”
Ahora, incluso antes de la crisis, se vislumbra algo nuevo: hay un trabajo político que intenta concienciar al movimiento feminista para que apoye a las trabajadoras domésticas e implantar una lucha política que supere estas divisiones entre mujeres y reivindicar que el Estado dé recursos para amortiguar la carga de este trabajo. Participan feministas politizadas, empleadoras que se dan cuenta de que la lucha entre mujeres con medios económicos y sin ellos es negativa para ambas partes. Sea para el cuidado de criaturas o personas mayores, beneficiarse del trabajo de las domésticas que trabajan con incertidumbre, angustia y estrés es desastroso no sólo para ellas sino para todas. También en la relación entre las familias y las enfermeras que trabajan en condiciones pésimas, lo que supone un riesgo para las personas asistidas.
La respuesta a la crisis es la alianza. El discurso para reconstruir intereses comunes tiene que destruir las divisiones impuestas entre la clase trabajadora. Y, también, crear formas de recomposición con las que combatir al Estado, porque, si decimos que no al robo de lo público, tenemos que ver que el Estado ha robado nuestra riqueza, y concebirlo no como dador de derechos, sino inventar derechos que le obliguen a volver a dar respuestas.
¿Crees que este nuevo giro del capitalismo puede influir en las políticas internacionales de población? Por ejemplo, en el Estado español el Gobierno prevé endurecer las condiciones para el acceso al aborto.
La gran campaña de esterilizaciones forzosas que el Banco Mundial llevó a cabo en África y América Latina en los años ochenta buscaba controlar la población y librar una guerra económica y política contra las mujeres. Decían: “el mundo es pobre porque las mujeres producen demasiados hijos”. Ante las luchas anticolonialistas en estos países, que culminaron en la descolonización y nuevas generaciones que reclamaban otra forma de distribución de la riqueza en el mundo, la respuesta fue, como ante el movimiento negro y la lucha por los derechos civiles en EEUU, el encarcelamiento masivo de la juventud, miles de mujeres esterilizadas, administración de anticonceptivos sin control…. Eran políticas de control de las luchas para recortar su capacidad de cambio.
“Las políticas de población buscan que el Estado controle el cuerpo de las mujeres y las condiciones en que se producirán niñas y niños”
Por otro lado, la política de EEUU de recortar fondos a las organizaciones que brindaran servicios de aborto en América Latina y África responde a una valoración político-económica de que había condiciones óptimas para utilizar la fuerza de trabajo de estos países. Las políticas de población, sean esterilizaciones forzosas o criminalización del aborto, tienen en común el intento del Estado de erigirse en controlador del cuerpo de las mujeres y las condiciones en que se producirán niñas y niños. De hecho, el control del propio proceso de procreación es casi una práctica industrial en EEUU: la mitad de partos se hacen con cesárea. Se mide el tiempo óptimo para producir un niño y tiene que ser compatible con la productividad y la economía del hospital. Si las nuevas generaciones de mujeres quieren controlar su cuerpo deben dar la misma lucha que nosotras libramos por el derecho al propio cuerpo, al aborto y a tener descendencia dónde, cómo y cuando queramos. De lo contrario, los argumentos se pueden utilizar para legitimar la esterilización de mujeres negras o las que reciben ayudas del Estado porque tienen muchos hijos e hijas.
Esto se conecta con los comunes y su relación con el aborto: en las sociedades precapitalistas el control de los nacimientos era comunitario: si no había recursos, no se tenían más hijos. Construir un común es construir una realidad donde se hace lo que se quiere y se edifican relaciones de reciprocidad sobre cómo compartir la riqueza y cuántas personas forman parte de la comunidad. Ésta sería una de las decisiones legítimas que deberíamos tomar para construir una sociedad sin explotación.
Has comentado que en Latinoamérica aún existen los terrenos comunales que utiliza toda la comunidad ¿Cómo podemos pensar la relación con la tierra desde el común en el contexto europeo?
En EEUU, para las poblaciones indígenas la tierra es un problema central, pero hubo un tiempo en que, para los movimientos políticos metropolitanos, era un discurso pasado. Esto cambió con la llegada de inmigrantes de Latinoamérica y Caribe y Suramérica que cultivan pedazos de tierra y en los 70 empiezan a organizarse, a reapropiarse de solares, huertos urbanos, a negociar su gestión con el municipio…el movimiento ha crecido mucho. Con la influencia de América Latina y el zapatismo, que ha entendido la importancia de la tierra: el discurso de los comunes ha empezado a calar. En Nueva York ha emergido un a visión de la relación comunitaria con la tierra que antes no existía. En Detroit, tras la deslocalización de la producción, existen áreas de terreno vacías que se están convirtiendo en huertos. Cuando hablamos de tierra o de jardines urbanos no hablamos sólo de producir comida, sino de las relaciones culturales, centros sociales, nueva sociabilidad, recomposición dentro del territorio, interculturalidad, interacción social entre gente africana, caribeña…
“El común digital vinculado a internet es importante pero no nos reproduce, y para llegar al ordenador hay que pasar por el campo del Congo explotado por mineros. Lo material es la base de la producción digital”
Tenemos que pensar en recuperar la tierra, como reivindican estos movimientos, porque los medios de sustento que dábamos por descontado ya no son sostenibles. No volveremos a la relación de los años setenta y ochenta. La crisis es sistémica y será cada vez más intensa. En los EEUU diversas teorías económicas advierten de un ciclo de crisis permanente que es un modus vivendi de la acumulación primitiva. El discurso de la tierra tiene que volver de forma más compleja, con otra lógica de relaciones que vaya más allá de la producción de mercancía, como valor cultural: nos hemos acostumbrado a desvalorizar el trabajo reproductivo de las mujeres y el de producción agrícola, y ello ha destruido nuestra relación con la tierra, con las fuerzas que son fuente de conocimiento inmenso, que han dado lugar a descubrimientos astronómicos y científicos. Para pensar nuevas formas de capacidad, podemos inspirarnos en Latinoamérica y África: Kinshasa se ha transformado en huertos porque muchas mujeres se han reapropiado de tierras plantando maíz, pimientos…
Has comparado las expropiaciones de tierras en América Latina por las multinacionales europeas con los momentos cumbre de la colonización. A su vez, varios gobiernos han nacionalizado los recursos naturales y expropiado a empresas, como Repsol YPF en Argentina. ¿Qué aprendizajes podemos extraer de estas experiencias?
Sus debates y discusiones políticas sobre cómo concebir el común, del que existen dos visiones: la masculina, que lo concibe como algo vinculado con la electrónica, internet…el común ideal. Luego está el común del que feministas como Vandana Shiva hablan: los campos, los bosques, la biodiversidad…Esta dicotomía es un problema. El común digital es importante pero no nos reproduce. Depende de una producción material que a su vez depende de los comunes en Latinoamérica y África: el coltán, por ejemplo, viene de Sudán. Ya se habla de ordenadores sangrientos (blood computers), como antes se habló de diamantes sangrientos. En cambio, tierra, bosques y aguas son fundamentales para nuestra reproducción. Para llegar al ordenador hay que llegar antes al campo del Congo explotado por compañeros mineros. Lo material es la base de la producción digital.
Es significativo que en este momento histórico político en que las nuevas tecnologías tienen una presencia central y estratégica, que Facebook y Twitter nos han llevado a la revolución global, las situaciones en las que se dan transformaciones sociales se han dado donde se conservan formas de relación comunitaria con la tierra (por ejemplo, en Bolivia). Algunas continúan incluso con la migración a Europa. Una lección básica es nuestra historia compartida: la supervivencia de los sistemas comunitarios es una historia de lucha.