El sociólogo e historiador Emmanuel Rodríguez plantea en Por qué fracasó la democracia en España (Traficantes de Sueños, 2015) una interpretación rompedora de esa "modélica Transición" que oportunamente algún plumilla del régimen tuvo a bien acuñar en su día. Una versión oficial que deificaba a la clase política del momento, santificaba a un pueblo maduro y responsable, y glorificaba ese engendro democrático que surgió fruto del consenso entre los diferentes actores.
Rodríguez, habitual colaborador de Público a través del blog Contraparte, desmonta algunos de esos mantras replicados hasta la saciedad en libros de texto, prensa, películas e historiografía diversa. Lo hace poniendo el foco en el papel preponderante que tuvo la vasta crisis —económica, política y social— que sacudía a España y que venía generada por la notable presión social del momento. Las luchas fabriles, las asociaciones de barrio, junto con los nuevos movimientos sociales adquieren en el presente ensayo una importancia capital, hasta el punto de que sitúan al borde del colapso a la élite del momento, que buscó en la Transición el antídoto que neutralizara y canalizara las aspiraciones populares.
¿Hasta qué punto la movilización social tuvo tanto peso durante la Transición?
La Transición siempre ha quedado reducida a dos actores básicos; uno es el reformismo franquista y el otro la izquierda política. Lo que planteo en este libro es un mar de fondo de anhelos democráticos, de participación y reclamación de derechos que constituyen, desde mi punto de vista, el actor central de la Transición. Un ciclo de movilización conformado por el surgimiento de una nueva conflictividad obrera, pero también por un movimiento asambleario de fábrica muy fuerte y un movimiento vecinal cada vez más organizado. Además, está quebrando la universidad, que es un mecanismo de producción de élites, y hay una desafección creciente por parte del bajo clero franquista, por decirlo en términos medievales, lo que está provocando una cierta incapacidad para gobernar. Creo que el centro de la explicación de la Transición tiene que estar ahí, tiene que estar en el ciclo de movilización que está siendo protagonizado básicamente por la clase obrera, o por lo que antiguamente se llamaba la clase obrera.
¿Por qué tradicionalmente se ha omitido de la versión oficial la importancia de esa movilización popular? ¿Con qué intención?
Porque la Transición también es la historia de una derrota, una derrota de todos esos sujetos que participaron en la movilización, así como de la izquierda política que los representó. La Transición es un cementerio de la izquierda, uno tras otro van cayendo; cae la extrema izquierda, caen los experimentos de reconstrucción de un sindicalismo diferente, alternativo, autónomo, libertario... y cae también el PCE de una forma estrepitosa. Lo único que sobrevive es el PSOE, que era el único actor político que apenas tenía presencia en la movilización. Se obvian porque no cuadran con un relato de una Transición exitosa, totalmente pacífica, en la que el pueblo responsable delega en una clase política nueva. Resulta curioso, por ejemplo, que se diga que fue una Transición pacífica cuando en realidad hubo cerca de mil muertos.
La Constitución limitó mucho la participación de esa voz popular. Me refiero a instrumentos legales como la ILP o el referéndum que a la postre quedaron muy cercenados.
Había una necesidad por parte de todos los actores por ver cómo se encauza esa ola de movilizaciones sociales que es incontenible. Fruto de esa presión social, el salario está creciendo por encima del 20%, lo que está restando constantemente beneficio al empresariado y produciendo una espiral de inflación, por no hablar del desgobierno económico brutal del momento. La solución que se encuentra es una política de rentas consistente, básicamente, en controlar los salarios a través de los convenios colectivos con unos límites precisos. En lo político, la solución se deriva de la anterior, es decir, el objetivo consiste en captar canales de representación política que sean controlables dando prioridad a los partidos políticos como mecanismos de representación, excluyendo los mecanismos de democracia semidirecta.
Una sociedad movilizada y un intento de canalizar ese descontento. Esto me suena...
Sí, pero la diferencia entre aquella época y la actual es una sociedad que estaba relativamente encapsulada, pero muy politizada, mucho más que ahora. La historia que se suele contar es de que había muy pocos dispuestos a ir más allá, eso es falso, había una movilización de masas, increíble, muy fuerte, especialmente en determinados segmentos sociales; en las barriadas obreras, en las grandes fábricas, en la universidad, sectores que eran centrales en aquella época. Buena parte de aquellos líderes, que se forman en esos espacios de movilización, acaban entrando —por decirlo de alguna manera— en la industria de la representación de la democracia.
Pero salvando las distancias, ¿no es algo así lo que está ocurriendo?
Solo aparentemente. La Transición generó un vehículo de movilización que duró un cierto tiempo y puso en marcha un proceso de formación de una nueva élite. En ese sentido, creo que hoy día no hay para todos, la clase media se está destruyendo y las élites puede que tengan capacidad de liderar un proceso que va a seguir siendo de decadencia, de deterioro social.
Resulta curioso la forma en que mucha de aquella progresía e intelectualidad rememora aquellos años de militancia. Se percibe cierto desdén, como si de un juego de niños se tratase.
Sucede que aquellos que luego se integran como propiamente una élite consideran esos años formativos, reivindican el antifranquismo y justifican esa posición radical, pero luego se desentienden diciendo que después lo que viene es la política de gobierno, la política seria. Según se mire, hoy día vuelve a ser parecido, hay quien dice que hubo un tiempo para la política de movilización, el 15-M... y luego viene lo serio, que consiste en administrar un país.
¿Cree que sucederá lo propio con la nueva élite surgida al fragor de la "nueva política" y el 15-M?
La diferencia radica en que aquella generación, la de la Transición, se sabía élite, y sabía que tenía que serlo. De hecho, según el patrón leninista, había una serie de intelectuales que son los que llevaban la dirección del partido, y por tanto eran los que llevaban la dirección del partido y del proceso. La élite de ahora se sabía precaria, pensaba que lo sería toda la vida, no existe esa solidez o esa rigidez subjetiva que sí hubo entonces. Por otro lado, ahora es todo mucho más tranquilo, también a la hora de reivindicar una posición.
¿Qué hay de cierto en ese mantra consistente en decir que 'se hizo lo que se pudo'?
La historia se nos presenta en ocasiones como una ordenación, un conjunto de determinaciones que conducen a algo y no pueden llevar a otra cosa. Pero la realidad no es esa. Yo creo que lo fundamental es que se produce una derrota de la propia izquierda política. Hay una cuestión clave, y es que cuesta mucho gobernar, la década del 76 al 86 se intenta gobernar algo que se está escapando constantemente. Alternativas había muchas pero probablemente lo que no había es la cabeza o la inteligencia para llevarlas a cabo. Como sucede ahora, cuando se toma una decisión se produce un determinado reordenamiento de las relaciones institucionales de los distintos actores políticos.
¿Cree que la izquierda española, en sus múltiples reconversiones, ha aprendido de sus errores?
No. Cuando analizas la historia se da uno cuenta de que existe una gran inercia en las tradiciones. Por ejemplo, en Podemos se ha practicado un determinado tipo de jacobinismo que ellos consideran de nuevo cuño, pero que en realidad cuenta con un larguísimo recorrido en la historia de este país, de hecho viene del jacobinismo republicano y sus disputas con el republicanismo federal, que consiste en entender la política como si fuera una esfera bastante autónoma y separada de los procesos sociales. Por otra parte, hay una notable crisis de representación, es decir, aunque se