«La locura»

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Organiza: 
Asociación Madrileña de Salud Mental
Audio de la actividad: 
01/10/2015 - 19:00
Presentación de libro

Traficantes de Sueños

Con la participación de Rafael Huertas, autor, las aportaciones de Manuel Desviat y Olga Villasante.

 

Hablar de la locura, intentar definirla, acotarla, y que no sea desde una perspectiva reduccionista o excluyente, es una empresa muy complicada. Probablemente, el mejor método para alcanzar la visión más global y completa de un constructo tan poliédrico, cambiante y escurridizo, sea trazar el recorrido de su propia historia, y si hay que hablar de Historia en psiquiatría, Rafael Huertas es la firma más autorizada para hacerlo. De esta manera, su texto es un repaso didáctico y cautivador a lo que se ha considerado locura en distintos periodos, cómo se ha definido, qué papel ha desempeñado en ese medio cultural y también cuál ha sido la actitud social hacia la misma. Se trata de un recorrido apasionante, en el que la locura ha sido objeto de estudio de filósofos, religiosos, juristas o médicos en distintas épocas que han propiciado su conceptualización de distinta manera.

Las creencias místicas han tenido su papel en la historia de la locura, ya sea en forma de daemones en la Antigüedad Clásica que se podían comunicar con los humanos a través de voces, como experimentó el mismísimo Sócrates; posesiones demoniacas y brujería en la Edad Media y hasta experiencias santas en la Edad Moderna, como la locura sagrada.

Igualmente, la concepción puramente física de la locura ha sido muy relevante, de manera que se ha ido repitiendo cíclicamente en distintas teorías. Los desarreglos humorales en tiempos antes de Cristo nos recuerdan extraordinariamente a los neurotransmisores desequilibrados del siglo XXI y así, el exceso de bilis negra (o atrabilis) que se atribuía a la melancolía es curiosamente similar a la hipótesis serotoninérgica de la “depresión mayor”.

Se pueden rastrear vestigios de la psicoeducación y la terapia cognitivo-conductual actuales en Cicerón y la escuela de los estoicos, que buscan evitar o corregir lo que se aleje del recto camino de la norma y que ya fueron reivindicados por los alienistas del siglo XIX en su tratamiento moral. Igualmente, la psicoterapia en general tiene sus primeras huellas en la curación por la palabra, ya sea la de los sacerdotes del templo de Asclepio con sus ensalmos y conjuros o la de los filósofos en su catarsis verbal persuasiva (platónica) o violenta (aristotélica).

La historia de los tratamientos orgánicos nos muestra la repetida búsqueda de una sustancia curativa en forma de pócimas, infusiones de opio o neurolépticos y la resección del mal en el cerebro mediante trepanaciones, la extirpación de la piedra de la locura, o la todavía actual psicocirugía.

Gracias también a la Historia que nos cuenta Rafael Huertas aprendemos que un concepto clínico crucial en salud mental como la cronicidad (o el trastorno mental grave y persistente, como lo llamamos ahora) surge en el momento en que los asilos para locos del siglo XIX sobreviven en una economía cerrada de autoabastecimiento que precisa de la permanencia prolongada de los internos para asegurar la mano de obra y la rentabilidad del establecimiento. Así que este texto, breve y conciso, nos transmite una enseñanza fundamental: “la locura (transgresión por excelencia) tiende a ser fabricada, o al menos explicada, en función de las normas sociales y de las ideas dominantes en cada tipo de sociedad. En definitiva, el carácter anormal de una determinada conducta estaría conferido, fabricado, por la propia colectividad en la que se produce el fenómeno.”

Todas estas perspectivas de la locura, contextualizadas en cada época y cultura, han determinado la actitud social hacia la misma. Y resulta curioso observar cómo se han sucedido periodos de desprecio, persecución y hasta criminalización con otros de permisividad social, humanización y actitud compasiva. Cómo se ha alternado la consideración del loco como un residuo social o un elemento peligroso a ser merecedor de cuidados. Y cómo esos cuidados han oscilado (y oscilan) entre la “dulzura y amabilidad” que proponía Pinel y la coerción y la represión forzosa de sus conductas. A lo largo de la Historia siempre se han repetido los mismos dilemas: ¿La locura es un problema orgánico o determinado socioculturalmente? ¿El loco es responsable de sus actos o no? ¿Debemos apartarlo del entorno a través de manicomios y unidades de larga estancia o propiciar activamente su inclusión social? Estas y otras cuestiones, después de tantos siglos, continúan siendo actuales.

En los últimos decenios y en el escenario sociocultural y políticoeconómico presente se ha propiciado una vuelta a un reduccionismo biomédico que recientemente se está cuestionando desde perspectivas que confrontan el poder profesional y que reivindican el papel de los usuarios como expertos en sí mismos. No sabemos qué deparará a la concepción de la locura más adelante, pero no podemos perder de vista que a lo largo de la historia y hasta el momento, “…la definición de la locura y su separación de la cordura se ha formulado siempre desde contextos organizados y según dimensiones morales, teológicas, legislativas y sociales más que en términos médicos.”

Esta historia de la locura que propone Rafael Huertas nos fuerza a revisar nuestras concepciones y prácticas actuales con una necesaria mirada crítica. Una mirada que ha de cuestionar la peligrosa ingenuidad de pensar que la psiquiatría actual es la verdad, la auténtica y definitiva. Por ello, este texto es una introducción imprescindible, no solo para profesionales y usuarios, sino para cualquier público mínimamente interesado en comprender la locura.

Alberto Ortiz lobo

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