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Cuando el trabajo en los andamios para reconvertir una antigua fábrica de zapatos en un edificio de viviendas de lujo no lo deja exhausto del todo, Metz consigna en su diario sus impresiones y meditaciones con una prosa a media voz, lacónica, condensada al máximo.
Sin embargo, de su mano esa economización de la palabra se traduce en una prodigiosa riqueza de imágenes en la que, entre la crudeza, el embrutecimiento, la alienación, lo prosaico de la faena y el lento discurrir de unas horas asediadas por la fatiga, se abren camino el ensoñamiento y las observaciones sobre el transcurso de las estaciones, el cielo, las nubes, el arco iris, los pájaros, la camaradería, y el lenitivo silencio de las pausas del mediodía o los fines de semana.