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Céline no fue un «hombre de izquierdas» que se pasó al bando de la infamia, sino un provocador lúcido disfrazado de libertario al servicio del orden establecido. La falsificación de su biografía, así como su propia obra, «falsamente inocente y conscientemente manipuladora», forman parte de esa empresa que, desde Los protocolos de los sabios de Sión a comienzos del siglo xx hasta los recientes tejemanejes de los negacionistas, pretende canalizar la agitación revolucionaria mediante supuestos «complots judíos» cuando el edificio social corre peligro.