Si la historia nos habla de una realidad de libres y esclavos, de opresores y oprimidos, de eternos antagonismos, debemos decir sin pudor que la historia es una lucha eterna y cambiante de clases en la que el control siempre ha sido negado a los mismos. El propio Marx dijo una vez "yo no soy marxista" y "es necesario dudar de todo". Con estas frases parecía invitarnos a no fosilizar su diagnóstico que, aunque válido hoy, está sujeto a constantes cambios presentes y venideros. La izquierda debe ser y es mucho más que sus partidos o sus líderes políticos. Ni unas siglas ni un líder deben erigirse en salvadores o redentores de causas o patrias como ha venido sucediendo los últimos cien años. La izquierda debe luchar por garantizar vidas que merezcan la pena ser vividas.