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En junio del año 2010 se subastó en París una cabeza de mujer, una de las veintisiete esculturas modeladas por Amedeo Modigliani que se conservan, por 43 millones de dólares, el precio más alto pagado nunca en una subasta de arte hasta ese momento en Francia. La pieza jamás se había exhibido en público desde que un coleccionista privado la adquiriera en 1927. La escritora Élisabeth Barillé encuentra meses después el catálogo de Christie's en la sala de espera de una consulta médica y, al observar la talla, un nombre le viene a la punta de la lengua, uno que en su juventud había descifrado en los libros antiguos llegados en los baúles de sus abuelos rusos emigrados: ¿no es Anna Ajmátova la persona de carne y hueso que hay detrás de la figura?
Cien años antes, en mayo de 1910, la gran poeta rusa, nacida el mismo año que la Torre Eiffel, había llegado a París para pasar su luna de miel: a pesar de sus maneras contenidas y algo ensimismadas de muchacha de buena familia, no puede resistirse al influjo de una de las ciudades más atractivas del mundo, lugar de peregrinación y extravío para cualquier espíritu amante de la modernidad. París aún se recupera de una catastrófica crecida del Sena, sucedida meses atrás, y espera el paso del cometa Halley: un efecto parecido a la fuerza natural de ambos acontecimientos se desata en el espíritu de la escritora rusa desde el momento en que se encuentra, un día cualquiera en Montmartre, con el virtuoso artista italiano.
Amedeo Modigliani, por su parte, malvive en París desde hace varios años, siempre lleva una chaqueta de terciopelo y una reproducción en el bolsillo de El muchacho con chaleco rojo, de Cézanne, que besa como una estampita. Trabaja sin descanso «en busca del rayo que despierta y la luz que fulmina», él no quiere limitarse a reproducir la línea: se la quiere llevar con él. Sin embargo, sus obras no consiguen despertar el interés entre los compradores de arte del momento. Modigliani no encaja en ninguna escuela ni etiqueta, pero su personalidad artística única se verá en cierto modo refrendada tardíamente por esa cantidad exorbitante que desembolsa un coleccionista anónimo en una sala de subastas parisina cien años después.
De aquel encuentro fortuito y definitivo surge Un amor al alba: un fabuloso recorrido por las biografías de dos de los personajes más fascinantes del siglo XX y por el París de principios de ese siglo, lugar de reinvención, propiciadora y mítica capital de la tentación.