Esta compilación de textos y conferencias (de 2006 a 2016) de esta argentina nos trae un estudio sobre el proyecto histórico del capital, y por lo tanto del patriarcado, así como etnografía del poder y sus formas de subordinación: raza, colonialidad, relaciones de clase. En un mundo donde la acumulación está en pocas manos y el control de la vida es “paraestatal”, Segato ve el edificio social como una pirámide invertida, donde el peso recae en un cuerpo de mujer. Lee los crímenes como un lugar donde el capital se expresa con su propia gramática de forma arbitraria. Esta guerra abierta no es contra las mujeres sino contra la vida, y la inscriben unos “en” los cuerpos de las “otras”.
Recoge “La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez”; un texto brillante donde la autora analiza los crímenes como mensajes expresivos entre pares masculinos: quien manda mata impunemente y comunica a la cofradía su poder. Además, existe una pedagogía de la crueldad, que transmite la posibilidad de la “rapiña” de cuerpos metonímicamente leídos como territorio para el ajuste de cuentas y apropiación de bienes. Esta falta de empatía, enmarcada en las estructuras económicas capitalistas, es alimentada por los medios que se encargan de normalizar la crueldad. Así, en “Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres”, analiza cómo, en las contiendas contemporáneas, el daño a las mujeres no es colateral, sino un objetivo bélico.
También resitúa el concepto de lo doméstico. Segato ha trabajado con comunidades indígenas donde el espacio doméstico no es íntimo ni despolitizado, sino lugar de tránsito donde el ojo vigilante de la comunidad preserva la integridad física de la mujer. Cartografía violencias y ofrece un plano conceptual para moverse por el tema de su primer libro: Las estructuras elementales de la violencia (2003). A su vez, reivindica el reconocimiento del término “femigenocidio” en el campo de los Derechos Humanos. Para ella, acabar con el patriarcado pasa por que los hombres no respondan al mandato de la masculinidad, entendido como dominación. Y, así, desde la igualdad, reorganizarnos socialmente revalorizando lazos comunitarios y relación con la naturaleza, necesarios para el cuidado y producción de lo común.
En conexión con Raquel Gutiérrez Aguilar, con quien la autora ha estado compartiendo conferencias, plantea el cuestionamiento del Estado como organizador de las condiciones materiales que nos afectan y regulador de nuestra necesidad simbólica de la representación. Apuestan por una “política en femenino”. Este devenir pasa por “despatriarcalizar el Estado” manteniendo una relación anfibia con él, y desarrollando políticas informales (dentro y fuera de él) o pequeñas pero importantes luchas horizontales comunitarias, que cortocircuiten lo estatal a partir de cuidar lo común. Pero también producirlo, siempre desde el deseo de distintas voces en sintonía por un objetivo político común. Así, para contribuir a la transformación en marcha, hay que romper con las políticas de despojos del capital, y afianzar vínculos, usando los saberes especializados de las mujeres. Porque la revolución será feminista o no será.