Trabajos recientes de la izquierda autónoma, entre ellos el que se quiere destacar aquí de Cristina Morini, parten de una pregunta fundamental: ¿Por qué la “feminización” del trabajo exige una medida como la renta básica?
La condición histórica de las mujeres se ha vuelto hoy la medida de explotación de todas las personas, el paradigma general de la vida puesta a trabajar, incluidos los hombres. ¿Qué quiere decir esta idea? En palabras de la autora:
“el sueño de amor que ha condicionado a las mujeres a llevar a cabo el trabajo de cuidado del propio marido e hijos, se transforma hoy en el cuidado que los trabajadores del conocimiento ejercen sobre el cuerpo de la empresa a través de la relación sentimental que éstos tienden a desarrollar con sus propios proyectos (investigaciones, páginas, dibujos, palabras, filmaciones…)”.
Cierto es que no todo el trabajo hoy es cognitivo, pero se puede observar que dicha relación sentimental, basada en el cuidado, es una tendencia muy importante del trabajo contemporáneo que se traduce en gratuidad, en una precariedad que exige máxima flexibilidad e implicación a cambio de aprendizaje, de entusiasmo, de realización personal. En este sentido, el amor por el propio proyecto ha de ser visto también como una fuente de chantajes en la relación capital - trabajo, como una usurpación del tiempo de vida sin retribución que hace disminuir la potencia productiva y reproductiva, o dicho en otras palabras, como una forma de dominación que bloquea las posibilidades de la cooperación social y la libertad de elección del trabajo que se quiere desarrollar.
Una idea a la que el libro de Morini se adscribe es la siguiente: el dominio hoy no solamente fuerza y obliga, sino que propone en positivo; sabe ser al mismo tiempo deseable y explotador; sabe poner a trabajar las cualidades de comunicación, socialización y afecto que trabajadores/as desarrollan a lo largo de sus vidas, dentro y fuera de los ámbitos estrictamente laborales, sacando provecho de unos tiempos de formación sin mesura, permanentes, que no pueden ser calculados a través de ninguna ley del valor.
Esta situación en la que la vida entera es puesta a producir nos hace trabajar al mismo tiempo por amor y a la fuerza, y preguntarnos ¿no necesita esta situación una problematización similar a la planteada por los feminismos a las mujeres que asumen hoy, y que han asumido históricamente, el trabajo doméstico, reproductivo, de cuidados? ¿No tiene la situación de la precariedad contemporánea constricciones equiparables a la condición de las mujeres de siempre? ¿No es el momento, como ya hicieron las feministas Selma James y Maria Rosa dalla Costa en los 70, de apuntar hacia la gratuidad como un enemigo y exigir un salario garantizado para retribuir todo aquello que el mercado laboral no valoriza monetariamente pero que, sin duda, tiene valor? ¿No se ha extendido la lógica de la llamada “economía política del patriarcado” a otras esferas que antes no abarcaba?
Las estadísticas hablan
Una vez alcanzado este punto de argumentación toca poner un acento para que no haya malentendidos: cuando se habla sobre la feminización del trabajo, sobre la extensión de este modelo a toda la condición de precarios y precarias que nos caracteriza, no se intenta invisibilizar la persistencia de las desigualdades de género existentes hoy, ni tampoco borrar la evidencia de la necesidad de una reorganización del trabajo de cuidados, que sigue siendo sostenido de manera abrumadora por las mujeres. De hecho, las estadísticas que utiliza la autora son muy explícitas en este sentido: en la Italia de 2008, el total de horas dedicadas al trabajo doméstico por hombres y mujeres, si se calculan salarialmente a partir de datos oficiales del EUROSTAT, daban un cómputo total estimado de 432.000 millones de euros (un 33% del PIB del país), de los cuales 125.000 fueron producidos por hombres, y el resto, 307.000, por mujeres. La desigualdad no puede ser más manifiesta. Pero, más allá de evidenciarla y de criticar las elevadas cantidades de trabajo reproductivo que le salen gratis al sistema, el foco se dirige hacia las políticas de alianza posibles para reorganizar la situación de una manera más justa. En este sentido, la política común que propone Morini para estudiantes de la universidad, voluntariado, mujeres, hackers, activistas, intermitentes y un largo etcétera de condiciones precarias, proletarias y de “trabajo invisible” es la del horizonte de una renta garantizada, que no dependa de la prestación laboral, como medida útil para dicha reorganización.
Como sabemos, a pesar de los estudios sobre la viabilidad fiscal de una renta básica y de las luchas, de las que Morini formó parte en su momento, que la han revindicado explícitamente, como el MayDay o las actuales en el Reino de España, la cuestión sigue siendo contra-intuitiva para la mayoría, y más en un momento de crisis y austeridad. El pensamiento del llamado post operaismo italiano, en el que se inscribe la autora, se ha esforzado siempre en romper tal contraintuitividad: desde los setenta, el análisis del gasto público y las batallas por la reapropiación de la riqueza (basadas en la auto-reducción de los precios de consumo, en la ocupación de inmuebles vacíos para vivienda y centros sociales, en usar el transporte público sin pagar, entre otras prácticas de desobediencia), han tratado de señalar cómo la riqueza es producida colectivamente, pero la socialización de sus beneficios está cada vez más condicionada por las exigencias del capital.
Por amor o a la fuerza es también una constatación de un esfuerzo teórico, que sigue dando frutos, por reconocer que tiempo de vida y tiempo de trabajo se han vuelto indistinguibles. Dicho de otra manera: la riqueza es el conjunto de la actividad social (formada por producción, reproducción, formación y consumo) y no la compraventa y el trabajo pagado. En este sentido, podemos decir que la fábrica es la actividad al completo o, como dice un epígrafe del libro, “la fábrica somos nosotros/as”, y que la distribución de las ganancias en forma de salario directo (monetario) o indirecto (sanidad, educación, transporte, vivienda, etc.), el campo de batalla por reorganizar.
Contra la Womenomics
Por otra parte, la investigación de Morini nos acerca el lenguaje del capital para tratar de contrarrestarlo con datos empíricos. Por ello se opone a la llamada womenomics, un concepto lanzado en 2006 por la revista The Economist con el que se pretendía exponer que la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo sería sinónimo de crecimiento automático y exponencial del PIB. Tal creencia está sustentada por un estudio del economista de Harvard Richard B. Freeman, que muestra cómo en EE.UU, en los noventa, fue la participación de las mujeres en el mercado laboral la causa fundamental del salto de escala de la economía. Pero la womenomics no tiene en cuenta las diferencias de contexto entre países, trata de universalizar un modelo ubicado en un tiempo y en un lugar determinados y no cuenta con el efecto de reducción salarial general que resulta de la plasmación de tal política económica de incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo (en efecto, dicha incorporación de las mujeres se aprovecharía para redondear a la baja los salarios de todas y todos).
La pertinencia de la renta básica, según Morini, se encontraría en la valorización económica, por una cuestión de justicia, de las actividades productivas/reproductivas que ya se realizan hoy, en la reapropiación de las capacidades de cooperación y en la reducción de los niveles de coacción que emanan de una situación en la que el derecho a la supervivencia no está garantizado si no es pasando por un mercado de trabajo cada vez más escaso, precario y excluyente.
Finalmente, el saber situado desde el que hablan las investigaciones feministas que se precien se encarna en este caso en la idea de que nuestro cuerpo es un trabajador precario. Poner en el centro la categoría de cuerpo permite pensar dimensiones contemporáneas de la explotación que no habían sido contempladas antes, y que no necesariamente se encuentran en la consideración de actividad productiva: un cuerpo que es al mismo tiempo “erótico”, “materno”, “cuidador”, “tecnológico”, “estresado”, adjetivos todos ellos de los que emanan formas de acumulación de capital de las que se tienen datos cada vez más precisos y que el libro refleja. Desde el cuerpo precario, siguen abriéndose preguntas: ¿Cuánto puede resistir el actual marco de explotación teniendo en cuenta que su base son nuestros cuerpos, nuestras ideas, nuestras pasiones? ¿Cómo podemos subvertirlo y transformarlo? Es difícil imaginar liberar la servidumbre de nuestro trabajo, trabajo vivo, sin un salario garantizado que permita una reapropiación de la dimensión de lo común que sentimos, cada vez con más fuerza, como una necesidad ante un presente violentado por el individualismo.