Cuidados en la encrucijada de la investigación

Juan Fernández Fonseca
Reseña de "El arcano de la reproducción"
Cuadernos de Relaciones Laborales
26/11/2020

La activista y académica italiana Leopoldina Fortunati publica en 1981 esta obra al calor de las luchas feministas de los años 60 y 70 en torno al trabajo doméstico. Estas luchas y reivindicaciones no se limitaban a desmontar la idea de que el lugar natural de las mujeres es el hogar y que su función debe ser cuidar de sus miembros, sino que hacían un análisis mucho más profundo para demostrar cómo el conjunto del sistema socioeconómico descansa sobre la invisibilización y desvalorización de toda la esfera de producción y reproducción de la fuerza de trabajo. A partir de este enfoque surgen todo tipo de iniciativas sociales y políticas encaminadas a desnudar esta  contradicción  fundamental  del  sistema,  entre  las  que  destaca  la  campaña  ‘Un  salario para el trabajo doméstico’, de la que formó parte muy activa Fortunati junto con otras conocidas intelectuales como Silvia Federici, Mariarosa Dalla Costa o Selma James.

Este movimiento sociopolítico está muy influenciado por el feminismo marxista de  carácter  autónomo  o  autonomista.  Fruto  del  rechazo  a  la  excesiva  burocracia  y  ortodoxia de los partidos y sindicatos tradicionales de izquierdas – y de su ceguera respecto a situaciones de dominación y explotación no basadas únicamente en la clase social – surgen propuestas teóricas y prácticas que, partiendo de categorías y análisis marxistas, pero revisándolos y superándolos, tratan de aprehender y transformar las relaciones sociales y de producción de una manera más integral, no centrándose únicamente en lo que ocurre en las fábricas.

Es en este marco político e intelectual en el que se inserta ‘El arcano de la reproducción’, donde Fortunati realiza un análisis marxista heterodoxo de la esfera de la producción  y  reproducción  de  la  fuerza  de  trabajo  en  el  capitalismo,  demostrando cómo el proceso de valorización y acumulación del capital no empieza y termina en las relaciones de trabajo asalariado, sino que afecta al conjunto de la vida y está presente también en el trabajo doméstico y de prostitución que realizan principalmente las mujeres. Pese a que la primera edición de la obra data de 1981, y a que hoy en día la organización de la reproducción y las estructuras familiares han cambiado en algunos aspectos, este análisis no pierde vigor ni interés. Prueba de ello es que su traducción al castellano se ha realizado muy recientemente, en septiembre de 2019.

El libro consta de trece capítulos divididos en dos partes en los que se van revisando las categorías analíticas del marxismo para adaptarlas y trasladarlas a las relaciones sociales y de producción presentes en el trabajo doméstico y de prostitución. Fortunati comienza describiendo la separación a nivel formal que se establece entre la producción y la reproducción en el capitalismo, una división que se justifica bajo el supuesto de que la producción es un proceso de creación de valor, mientras que en la reproducción no se crearía valor. La autora cuestiona esta separación mostrando que  a  nivel  real  ambas  esferas  están ‘inextricablemente  unidas  y  son  interdependientes, pues la primera (producción) es presupuesto y condición de existencia de la segunda (reproducción)’ (p.35). El proceso de reproducción, en este sentido, aparece representado como un conjunto de relaciones recíprocas entre individuos unidos por  algún tipo de vínculo familiar y no como lo que en realidad es, relaciones de producción capitalistas. La fuerza de trabajo como capacidad de reproducción se divide en dos partes: la producción y reproducción de la fuerza de trabajo (trabajo doméstico) y la reproducción específicamente sexual de la fuerza de trabajo masculina (trabajo de  prostitución),  siendo  esta  última  secundaria.  La  primera  aparece  ante  el  capital como fuerza natural del trabajo social y la segunda como fuerza ‘innatural’ e incluso criminal.

La separación formal de estos procesos se refuerza con la división sexual del sujeto principal de trabajo en cada uno de ellos, siendo el hombre el ‘protagonista’ en la producción y la mujer en la reproducción. La relación entre el hombre y la mujer no era tampoco igualitaria antes del capitalismo, pero se basaba en la cooperación laboral para el consumo (desigual) de los valores de uso que producía la unidad familiar, mientras que con el modo de producción capitalista se establece un intercambio entre capital variable (salario del hombre) y fuerza de trabajo como capacidad de producción y reproducción de la misma (trabajo doméstico y de prostitución). Es decir, se da una relación de producción entre el capital y la obrera del hogar o del sexo mediada por el obrero. Mientras que, al menos nivel formal, la relación entre el obrero y el capital aparece como un intercambio de mercancías entre iguales, esto ni siquiera se representa así en la relación de trabajo doméstico o de prostitución, ya que no se considera que la fuerza de trabajo que se intercambia en este caso tenga valor, que  sea una mercancía, lo que ahonda la desigualdad en la relación hombre-mujer.

Siguiendo con este análisis, que contrapone lo representado a nivel formal con lo que ocurre a nivel real, Fortunati expone cómo lo que parece una relación de circulación simple – el obrero recibe el trabajo doméstico o de prostitución como actividad que crea algo útil para satisfacer sus necesidades, no para convertirlo en capital – es, en  realidad,  una  relación  de  circulación  compleja,  porque  se  está  intercambiando  capital a través del obrero con fines de producción. Esta relación se inserta en la circulación de mercancías constituida por el mercado de trabajo, que, según la autora, no se limita al del trabajo asalariado, sino que está compuesto por cuatro niveles – oficial, extraoficial, ilegal y underground –  y  diferentes  secciones  que  representan  
la estratificación de poder dentro de la clase trabajadora. Las secciones de trabajo doméstico y de prostitución –entendiendo por secciones partes del mercado de trabajo con características muy específicas, pero que no llegan a constituir un sector completamente autónomo del resto– se complementan y contraponen entre sí, y cuentan con singularidades respecto a otras, especialmente la primera, donde funciona la ley del pleno empleo.

La  razón  por  la  que,  también  desde  postulados  marxistas,  se  considera  que el proceso de reproducción no es capitalista, es porque ‘se han confundido las características  particulares  de  este  proceso  laboral  –  que  provienen  de  las  características particulares de la mercancía producida (la fuerza de trabajo como capacidad de producción) – con un estar al margen del modo de producción capitalista’ (p.135). Este proceso consta de dos fases: la transformación de los medios de producción en valores de uso consumibles a través del trabajo doméstico obrero no es directamente consumible) y la transformaci (el salario del obrero no es directamente consumible) y  la  transformación  de  estos  valores  de  uso  en  fuerza  de  trabajo  (consumo  de  los  valores  de  uso  por  parte  del  obrero).  El  proceso  de  reproducción  es,  por  tanto,  un proceso  de  producción  de  la  mercancía  fuerza  de  trabajo  donde  se  producen  valores  de  uso,  materiales  e  inmateriales  (afectos),  y  está  separado  en  dos  fases  por  el  momento del consumo. La ceguera del marxismo era precisamente la de considerar que la reproducción de la fuerza de trabajo del obrero se llevaba a cabo a través del consumo individual y directo de valores de uso, sin tener en cuenta el proceso laboral que había detrás de ellos. Tras este análisis, Fortunati llega a la conclusión de que el trabajo de producción y reproducción de la fuerza de trabajo es productivo, y que es precisamente su apariencia de improductivo o no-capitalista lo que permite al capital extraer una enorme cantidad de plusvalor de este proceso. Lo que le interesa al capital es que el valor de uso de la fuerza de trabajo en el proceso de producción  se incremente en relación con el valor de cambio, y es precisamente en el proceso de reproducción donde ese incremento tiene lugar a través de una relación de trabajo no  directamente asalariada.

Si el proceso de reproducción se inserta dentro del proceso general de creación e valor y tiene además una relación de interdependencia con el proceso de producción, ¿cómo se concreta y transforma esa relación? La autora distingue dos fases fundamentales en el desarrollo del capitalismo, y describe cómo en cada una de ellas estos dos procesos siguen direcciones opuestas. En la fase de extracción de plusvalor absoluto, que se apoyaba en la extensión de la jornada laboral y en el empleo masivo de mujeres y niños en el proceso de producción, el trabajo de reproducción se limita a los mínimos necesarios, hasta tal punto que se llega a poner en riesgo el sostenimiento de la vida de la población. Esta situación límite, sumada a la necesidad de disponer de obreros más cualificados y en mejores condiciones físicas y psíquicas, es lo que lleva al capital, con la intervención y ayuda fundamental del Estado, a reorganizar todo el proceso de creación de valor. Del plusvalor absoluto se produce una transición al plusvalor relativo, caracterizado por el incremento del valor de uso de la fuerza de trabajo en relación con el valor de cambio. Esto se consigue expulsando a mujeres y a niños de las fábricas e incrementando en términos cuantitativos y  cualitativos el trabajo de reproducción, para lo que la creación de la familia nuclear capitalista fue una condición esencial.

A lo largo de esta obra, Fortunati no se limita a describir el funcionamiento integral  del  proceso  de  creación  de  valor  en  la  esfera  de  la  reproducción  como  algo  mecánico y ausente de conflictos, sino que alude constantemente a las luchas y resistencias que se dan en este terreno. Estas luchas sociopolíticas son consecuencia de que en el capitalismo el proceso de reproducción de los individuos se convierte en un proceso de reproducción de la fuerza de trabajo. Los individuos pasan a tener valor solo como mercancía, como potencial capacidad de producción. Las reivindicaciones de las mujeres en torno al control y la decisión sobre sus propios cuerpos, las disidencias sexuales, las reclamaciones en torno al divorcio o la lucha por la socialización del trabajo reproductivo, son ejemplos del continuo cuestionamiento de la organización capitalista y patriarcal de la reproducción en nuestras sociedades. El capital, sin embargo, también ha sabido ajustarse a las nuevas formas de organizar el proceso de reproducción para garantizar que sigan contribuyendo a la creación de valor.

El principal inconveniente de la obra quizás se encuentre en su capacidad para llegar a un público más amplio, que se ve limitada por el uso de categorías marxistas que podrían resultar difícilmente comprensibles para las personas no familiarizadas con estos conceptos. Más allá de esto, su lectura permite entender cómo la reproducción de la fuerza de trabajo no es un apartado secundario, al que, en el mejor de los casos,  hay  que  dedicar  un  párrafo  adicional  en  los  análisis  del  sistema  económico capitalista, sino que su estudio es imprescindible para la comprensión global de estaorganización socioeconómica.