Si el valor de un texto se pudiera medir por el tiempo necesario para su producción, en este caso no podríamos simplemente contabilizar las horas dedicadas por la autora a su escritura, sino el de años y años de tantas personas en la economía feminista y en los feminismos visibles e invisibles. Subversión feminista de la economía nos ofrece una síntesis general de la importantísima fuerza teórico-política que las propuestas del feminismo crítico están consiguiendo aglutinar en los últimos tiempos. Si alguna vez el feminismo fue visto como un abordaje reduccionista de los problemas de las mujeres, aquí estamos ante una ambiciosa mirada de conjunto de los debates que se han multiplicado en el contexto español tras la crisis sistémica y el ciclo de movilizaciones que comenzó el 15 de mayo de 2011.
Aunque el texto insiste en el carácter colectivo de las ideas que recoge, su autora individual es Amaia Pérez Orozco. En el plano académico, Orozco se doctoró en Economía en la Complutense de Madrid en 2005, con una tesis que sistematizaba, criticaba y clasificaba los muy diversos abordajes económicos a los cuidados. A pesar de la importante influencia de su tesis y sus artículos en las ciencias sociales críticas hispanohablantes, Orozco no trabaja en la universidad, y por su trayectoria política (p. 28), podría decirse que está más situada en la pata extraacadémica del feminismo. Su posición es un caso representativo dentro de la generación de jóvenes doctores y doctoras en ciencias sociales que se sienten incómodas con las dinámicas del creciente productivismo académico, y que además, por los recortes, ven cada vez más imposibilitado el acceso a la universidad española. Sin embargo, esta misma situación ha coadyuvado a que aparezcan pensadoras/activistas que han contribuido a desbloquear el diálogo entre los espacios académicos y la sociedad: por ejemplo, que la economía feminista sea, hoy por hoy, un ejemplo en cuanto a la fluidísima relación entre conocimiento académico y movimientos sociales, se debe a que un gran número de feministas llevan mucho tiempo haciendo que tal cosa sea posible, con lo que han conseguido superar en buena medida el ombliguismo que a veces caracteriza a algunos científicos sociales y activistas. Como un ejemplo a seguir para otras disciplinas, este texto es un reflejo de tales cambios. Se caracteriza como pocos por su vocación sinceramente dialógica, su carácter transdisciplinar -mucho más que “económico”- y por la rica y valiente combinación de ideas producidas desde lugares y epistemologías extremadamente heterogéneas.
La tesis clave del libro es que vivimos en un conflicto “irresoluble” entre la acumulación de capital y los “procesos de sostenibilidad de la vida”. La caracterización de tal conflicto como “irresoluble” es el rasgo central del texto (pp. 52, 90, 95, 102, 105, 118, 122), y toda la argumentación estará destinada a demostrarlo por diferentes vías. Para Orozco, la pervivencia de la lógica de acumulación de capital está estructuralmente ligada a la división sexual del trabajo, a la destrucción de los límites ecológicos del planeta, a la matriz heterosexual y a la división neocolonial/racial del mundo. Según la autora, este conflicto puede ser contenido, como máximo, de manera coyuntural, y sus peores consecuencias no se reducen a que vayamos a vivir en un mundo más injusto o con una peor distribución de la riqueza, sino que se trata de un conflicto que “ataca la vida” y “lo vivo” de un modo permanente. Si la vida misma es lo que está en juego, la pregunta fundamental pasaría por redefinir colectiva y democráticamente “¿cuáles son las vidas que merecen la pena ser vividas?”. Para su respuesta, se propone una mirada desde la “sostenibilidad de la vida”, lo que en términos más concretos se traduce en un programa de “tránsito” basado en el “decrecimiento ecofeminista” (cap. 5).
El texto parte de una característica común en la apuesta epistemológica del feminismo de ruptura -influenciado por Donna Haraway-, que es la explicitación del sujeto encarnado que escribe y de sus puntos de partida, por lo que la autora se localiza a sí misma al comienzo del libro (p. 28). Su propuesta analítica se caracteriza por reconocer las verdades parciales (pp. 71 y ss.) de multitud de posiciones, como un modo de superar en la práctica la dicotomía entre relativismo y visiones totalizantes. Al no querer ser un mero instrumento para comprender el mundo sino para conocer y hacer el mundo en el proceso mismo, se quiere escapar, según la autora, de la disyuntiva pensar/actuar (p. 29). En esta práctica de conocimiento, la producción de nuevos vocabularios y metáforas es un modo característico en que las feministas han conseguido una suerte de autonomía lingüística ya que, según se cita, “esta lengua no nos representa” (p. 33). Algunas de las expresiones repetidas más originales son: desesidades, pensaciones, esa Cosa escandalosa, crisis, producción, economía real, ética reaccionaria del cuidado, trabajador champiñón, familia nuclear radioactiva, cuidadanía, insumisión al servicio familiar obligatorio, familia de elección, huelga de cuidados, deuda de cuidados, BBVAh1. Aunque puedan parecer informales, se trata de categorías que, en su producción colectiva, han logrado una gran densidad semántica sin perder por ello precisión analítica. Su uso se justifica además por querer evitar pedanterías innecesarias que, en cuestiones de interés social, pueden ser expresadas de manera sencilla y directa.
El tono del libro está atravesado por la urgencia de reflexionar sobre el “tránsito”: un “cambio insoslayable” (p. 224) que se estaría produciendo en las presentes condiciones históricas. Este diagnóstico parece decantarse más hacia un tipo de política basada en la conciencia de la irreversibilidad de las transformaciones en curso -no hay “marcha atrás” (p. 185)- de forma que el presente aparece marcado por el “hipervisible” conflicto capital-vida: ante ello, sólo cabe constatar los síntomas de su profundización para pensar las formas de su potencial resolución. Como sabemos, han cambiado muchas de las condiciones de sostenibilidad de la vida que habían contenido el conflicto durante las últimas décadas, y ahora vemos cómo cada vez más vidas pasan a ser “vidas sobrantes”. Según Orozco, la gestión de la crisis ha vuelto a evidenciar que una sola de las vidas “merece ser rescatada”, la del BBVAh, mientras que el resto de la sociedad está sujeta a una jerarquización cada vez más compleja en la que la exclusión/inclusión opera en función de la cercanía o lejanía con ese sujeto privilegiado. Tanto la “teocracia mercantil” (neoliberales) como el “estrabismo productivista” (socialdemócratas y algunos marxistas), al estar imbuidos por idealismos como la autosuficiencia o el crecimiento sostenible, tienden a ocultar las “esferas invisibilizadas, feminizadas y privatizadas” que siguen constituyendo una gigantesca válvula de escape que permanece en la sombra.
Junto con todas estas críticas, el texto va captando aquellos elementos que pueden ser rescatados desde la perspectiva de sostenibilidad de la vida. De la teocracia mercantil, parece no haber nada que sirva para imaginar el “tránsito”. Del estrabismo productivista, se reivindican los “márgenes” (p. 250) que el Estado tiene para intervenir, aunque se considere que éste no puede contener la acumulación a largo plazo (p. 161). Del marxismo, se reconceptualiza el conflicto capital-trabajo. De un modo más específico, se recorren las principales experiencias que han propuesto posibilidades de transformación en sus respectivos ámbitos: desde cómo podría avanzarse desde hoy mismo en los temas de la deuda, la sanidad, la educación o el empleo de hogar, hasta los pasos intermedios y a largo plazo en los que habría que imaginar desde una nueva organización familiar-comunitaria hasta economías en diferentes escalas territoriales. Principalmente, el decrecimiento, el ecologismo y el feminismo son las líneas a través de las cuales se podría confluir alrededor del denominador común de una definición de buen vivir que haga posibles todas las vidas.
A nuestro juicio, una clave central de lectura apunta a comprender la “sostenibilidad de la vida” como una autocrítica y un paso hacia delante para romper con cualquier idea positiva de los cuidados realmente existentes. No se propone una sustitución de los cuidados por la sostenibilidad de la vida, sino una negación, un movimiento “contra los cuidados” (pp. 247, 272). Se afirma categóricamente: “No se trata de poner en el centro los cuidados, sino la sostenibilidad de la vida.” (p. 222), o de un modo más directo, “los cuidados son las tareas propias de esa esfera socioeconómica privatizada, feminizada e invisibilizada con la que queremos acabar […] ¿No deberíamos hacer una firme apuesta por la desaparición de los cuidados, más allá de su redistribución, reconocimiento y reconceptualización?” (p. 249). Esta propuesta quiere desidealizar definitivamente los cuidados como el espacio del amor y la solidaridad que habría de ser defendido frente a una lógica despiadada supuestamente exterior. La lógica del capital y la “lógica” de los cuidados, se dice, no son “lógicas” contrapuestas (p. 95). Si la esfera de los cuidados ha sido constituida paralelamente a la del capital, se trataría de desmitificar la supuesta cara amable de la moneda frente a la cara mala: habría que asumir que la superación ha de llevarse por delante a ambas caras. Lo que sea que hubiera en una sociedad postcapitalista, ya no serán los cuidados tal y como los hemos conocido: necesariamente, tendrán que constituir una relación esencialmente diferente. De este modo, para Orozco es clave no esencializar (pp. 77-9) la noción de “sostenibilidad de la vida”, y desligarla de cualquier mística de lo femenino. Por tanto, de las dicotomías capitalistas de producción/reproducción, trabajo pagado/no pagado, etc., la sostenibilidad de la vida no sería el lado “bueno” de estas oposiciones sino lo nuevo que habría tras su superación. De un modo similar ocurre con la conjunción de universalidad y singularidad (p. 237) como criterios que se proponen compatibles. La idea es terminar de una vez con el movimiento cíclico que históricamente obliga a posicionarse o con el universalismo o con el particularismo, o con la igualdad o con la diferencia, o con la estructura o con la agencia.
Si bien pudieran matizarse diferentes elementos del texto –es imposible hacerlo en esta reseña-, merece la pena subrayar uno que a nuestro juicio es el más importante, y que de hecho es explícitamente reconocido por la autora: “nos queda mucho por avanzar en este intento de reconocer la centralidad de la lógica de la acumulación” (p. 137). Efectivamente, es un problema que se defina la causa última del “ataque a la vida” a partir de la “acumulación de capital”, sin afrontar de un modo conceptualmente preciso lo que esto implica. Según Orozco, ello puede tener el riesgo de reducir la idea a un mero “eslogan”. Sin embargo, en el texto se recoge de muchas maneras una visión compleja de la lógica de la acumulación que no se reduce simplemente a los movimientos de dinero, sino que produciría el propio tiempo, el espacio o el significado mismo de la vida y la buena vida (pp. 133-5). Tales afirmaciones no son baladíes, y permiten a la autora sustentar -más de lo que ella misma parece creer- su propia concepción de la acumulación. No obstante, es cierto que estos elementos no se conectan sistemáticamente, sino que se van apuntando más descriptiva que analíticamente. La caracterización de la acumulación de capital (pp. 106-7) está limitada a una concepción marxista economicista, donde no hay una definición del capital como tal más allá de su uso implícito como mero sinónimo de “dinero” o de “capitalistas”; la valorización y la acumulación se tratan como sinónimos; y no se distingue claramente entre dinero, valor, mercancías o riqueza. Lo que esta cierta indefinición implica, entre otras cosas, es que la crítica del “estrabismo productivista” no está teóricamente terminada. La crítica socialdemócrata del neoliberalismo también propone decrecer las esferas regidas por la acumulación, y también se presenta como ecologista y feminista. Aunque en el texto se rechaza políticamente el Estado del Bienestar como solución, no es posible encontrar algunos de los motivos estructurales por los cuales el modelo sueco no podría ser exportado al mundo entero, por decirlo un poco bruscamente. Si el feminismo de ruptura parte de una perspectiva de las objetividades parciales que pretende aplicarse a todas las dimensiones de la realidad, desde ahí se hace difícil defender que el conflicto capital-vida sea “irresoluble”: ¿por qué no afirmar que se trata de un conflicto “parcial” como los “estrabistas” llevan argumentando desde Keynes? Los límites ecológicos del planeta y los límites de la vulnerabilidad humana son los dos argumentos clave que apoyan de manera convincente la tesis del carácter “irresoluble” del conflicto capital-vida, pero éstos son precisamente los argumentos menos parciales, en el sentido de que son especialmente innegociables y se asumen de un modo prácticamente ontológico.
Por ello, en nuestra opinión, hay saltos epistemológicos que difícilmente pueden ser justificados desde la idea de las verdades parciales. Con esa idea, lo máximo que se podría defender es que hay conflictos “parciales” desde la mayoría de posiciones que no encajan en el BBVAh, de lo que se deriva que siempre habrá relaciones asimétricas de poder respecto al BBVAh, pero ello no implica que tales conflictos sean necesariamente “irresolubles” desde las coordenadas marcadas por el capital: muchos argumentarán que, en dos siglos de capitalismo intenso, la vida se ha “sostenido” de alguna manera, si puede decirse así. Por todo ello, algunas vías no exploradas por el libro habrían permitido afrontar esta problemática de un modo más completo y sin hacer concesiones a la “verdad-verdadera de la ortodoxia” (p. 67). Entre las discusiones con el ecologismo, el diálogo con André Gorz, por ejemplo, habría ayudado a profundizar la comprensión de la acumulación a partir del eje temporal. O también, el diálogo con la crítica del valor (grupo Krisis/Exit, Robert Kurz, Roswitha Scholz, Moishe Postone) habría servido para defender una idea más consistente de los límites de la acumulación capitalista, que no son sólo límites externos sino también internos, asociados a su forma específica de riqueza y su peculiar dinámica. Como la autora repite a menudo, lo que de estas críticas se debería desprender, no es simplemente el lograr una comprensión teórica del problema por parte de algunos “iluminados” (p. 30), sino el de continuar un diálogo basado en una producción y apropiación colectiva de éste y otros conocimientos críticos.
En conclusión, aunque la crítica del feminismo de ruptura no esté acabada en alguna de sus vertientes, lo cierto es que avanza a pasos agigantados en la tarea de hacerse y hacernos cargo del tiempo en que vivimos. Subversión feminista de la economía va más allá que la mayoría de reflexiones que la crisis nos está dejando, y por la magnitud de sus propuestas, habrá quien vea en este texto un exceso de ambición. Es posible. Pero quizás esta actitud se entienda mejor si se piensa que lo ocurrido desde 2007 no son acontecimientos cualesquiera, y que éstos ya no tienen vuelta atrás: en España de un modo particular, y al menos por el momento, seguimos en un gran punto de inflexión que puede determinar las próximas décadas. La apuesta por asumir el momento actual con este tipo de conciencia histórica, intenta también interpelar a unas ciencias sociales que, en muchos casos, conservan marcos analíticos que se hicieron para un Estado del Bienestar que parece haber sido históricamente refutado. Su antidogmatismo radical, la frescura y profundidad de sus análisis, su sensibilidad desbordante y la enorme capacidad de vincular mundos diferentes, son las características fundamentales de un libro que nos anima a superar definitivamente esa apatía intelectual y política. Si su lectura y apropiación colectiva resulta fructífera, ello será una muestra más del lugar central que los feminismos deben ocupar en los próximos cambios históricos.