La automatización no es la causa del desempleo: el capitalismo no genera suficientes puestos de trabajo

Daniel Finn / Aaron Benanav
ABWERTEN / Jacobin (original)
12/02/2023
TRABAJO AUTOMATIZACIÓN

Los teóricos sociales identifican la automatización tanto como la principal causa del desempleo como la futura plataforma de lanzamiento de un mundo de alta tecnología posterior a la escasez. Pero, según Aaron Benanav, el problema es el estancamiento del capitalismo mundial y su incapacidad para generar suficientes puestos de trabajo.

Tradicionalmente, la ciencia ficción ha descrito la invasión de los robots como un intento consciente de dominación global por parte de nuestros descendientes mecánicos. Desde Terminator hasta Matrix, se nos ha invitado a imaginar una guerra a muerte entre el hombre y la máquina.

Más recientemente, sin embargo, figuras como Elon Musk han hablado del auge de los robots como una amenaza más insidiosa para la humanidad. Puede que las máquinas no nos guarden rencor, pero de todos modos nos arrojarán al basurero del desempleo tecnológico.

Aaron Benanav es el autor de Automation and the Future of Work [La automatización y el futuro del trabajo], un libro que apunta a la sabiduría convencional sobre el impacto de la tecnología. Esta es una transcripción editada del podcast Long Reads de Jacobin. Puede escuchar el episodio aquí.

Daniel Finn: Su libro pretende ser una respuesta a lo que usted llama el discurso de la automatización. ¿Cuáles diría que son los principales argumentos de esa tendencia intelectual?

Aaron Benanav: Cuando hablo del discurso de la automatización, me refiero a una perspectiva que se encuentra, no sólo en el mundo académico o en Silicon Valley, sino en todo el espectro político y en el espacio mediático. Yo diría que se define por la intuición básica de que hoy en día la ciencia ficción se está convirtiendo en realidad. Las tecnologías de ciencia ficción se están convirtiendo rápidamente en parte de nuestra vida cotidiana.

Los teóricos de la automatización señalan avances como el aprendizaje automático, las redes neuronales y la robótica avanzada. Dicen que estas tecnologías están transformando rápidamente todo lo relacionado con la economía, para dar lugar a lo que a veces denominan un mundo posterior a la escasez. Este sería un mundo en el que hay tanta abundancia de todo lo que queremos y necesitamos que las características de la economía se transforman fundamentalmente.

En el libro, describo el discurso de la automatización como algo que tiene cuatro proposiciones básicas. La primera es simplemente decir: “Mira a tu alrededor: los trabajadores ya están siendo sustituidos por máquinas cada vez más avanzadas”. La segunda proposición es que lo que vemos hoy a nuestro alrededor no es más que el primer signo de una auténtica revolución tecnológica que acabará desembocando en el fin del trabajo. El plazo y la escala en que esto está sucediendo no siempre están claros en el argumento, pero parece ser algo que va a suceder en los próximos años o en las próximas décadas.

La tercera proposición es que este mundo sin trabajo debería ser una hermosa utopía — debería ser el logro de todas nuestras esperanzas y sueños para la economía. Sin embargo, dado que la gente necesita trabajar para sobrevivir, podría convertirse en una pesadilla: el regreso de una sociedad aristocrática, de barones ladrones, de élites tecnológicas, en la que todos los demás se convertirían en campesinos digitales, luchando por las migajas para sobrevivir.

La cuarta propuesta, que convierte el discurso de la automatización en un proyecto político, es el argumento de que para alcanzar el futuro tecnológico bueno y evitar el malo, necesitamos implantar una renta básica universal (RBU). La RBU daría a la gente cada vez más dinero sin pedirle nada a cambio en cuanto al trabajo. Nos empujaría hacia el futuro tecnológico positivo y nos alejaría del distópico.

Daniel Finn: Dejando a un lado el discurso sobre la automatización, ¿qué ha ocurrido realmente en la economía mundial y en los modelos de empleo en las últimas décadas? ¿Qué evolución cree que se producirá en los próximos años?

Aaron Benanav: Es muy importante subrayar que vivimos en una era de cambios técnicos amplios e incluso radicales, que se han producido bajo la rúbrica de la revolución de las tecnologías de la información y la comunicación. Los aspectos más importantes están relacionados con Internet: todo lo que tiene que ver con los ordenadores en nuestros bolsillos o en los productos que compramos, así como con la organización y la posibilidad de vastas y complejas cadenas de suministro internacionales.

Esos avances son increíbles: puedes sacar de tu bolsillo un dispositivo que tus padres jamás habrían soñado tener. Pero no se han traducido en un aumento radical del crecimiento de la productividad. El crecimiento de la productividad es la medida económica estándar de cómo el cambio tecnológico está afectando al trabajo que hacemos. ¿En qué medida nuestras tecnologías nos permiten producir más bienes y servicios con menos horas de trabajo?

En realidad, en la época en que vivimos se ha producido una ralentización radical de las tasas de crecimiento de la productividad. Dado que el crecimiento de la productividad es una parte importante de cómo se produce el crecimiento económico, también hemos estado viviendo en una era de estancamiento económico secular con una ralentización radical y persistente de las tasas de crecimiento económico. Tenemos una aparente paradoja de aceleración tecnológica combinada con un declive económico mensurable e incluso de la productividad.

Para resolver esta paradoja, tenemos que reflexionar más profundamente sobre los cambios en el tipo de trabajo que la gente ha estado haciendo desde la década de 1970. En los últimos cincuenta años hemos asistido al proceso de desindustrialización. La gente tiende a pensar en ello en términos de cierre de fábricas y pérdida de empleos industriales. En la literatura científico-social, la desindustrialización suele definirse como una disminución de la proporción de la mano de obra empleada en la industria manufacturera.

En ese sentido, es un concepto relativo, porque puede haber desindustrialización en países donde hay un rápido crecimiento de la mano de obra total e incluso cierto crecimiento de la mano de obra industrial como resultado. Por ejemplo, si decimos que China se está desindustrializando, eso no significa necesariamente que el número total de empleos industriales esté disminuyendo. Significa que el empleo industrial no crece al mismo ritmo que la población activa.

En cualquier caso, en países como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Japón y Corea del Sur, hemos asistido a un descenso significativo del número de trabajadores en la industria. Esto tiene enormes consecuencias. Cualquiera que se interese por la izquierda y la historia del socialismo sabe que se suponía que la clase obrera industrial era la vanguardia de la clase que traería un nuevo futuro. Ahora hemos vivido medio siglo, en muchos casos, de declive de esa parte de la fuerza de trabajo.

Eso significa que realmente tenemos que analizar hacia dónde van los trabajadores. En los últimos años se ha producido un gran cambio. En el conjunto de la economía global, la mano de obra mundial de más de tres mil millones de adultos ha alcanzado un punto de inflexión en el que más de la mitad trabaja ahora en los servicios.

La economía de los servicios es muy heterogénea: incluye a todo el mundo, desde los operadores de bolsa de Wall Street hasta un tipo que corta el pelo en un callejón de Shenzhen. Es una esfera de actividad enorme y abigarrada, con una asombrosa diversidad de empleos, así como de niveles de renta y educación. Un rasgo definitorio de esta mano de obra mundial de los servicios es que su situación se ve limitada por lo que los economistas llamaron la enfermedad del coste de Baumol, en honor al famoso economista William Baumol.

Baumol identificó una tendencia general según la cual los servicios registran tasas mucho más bajas de crecimiento de la productividad. No es una característica de todos los servicios en todo momento. Pero, en general, es muy difícil aumentar continuamente la eficiencia con la que los trabajadores de los servicios hacen su trabajo en comparación con la industria.

El desarrollo industrial se ha visto limitado en un mercado mundial cada vez más sobreabastecido de bienes industriales, en el que la tasa de crecimiento de la demanda de productos industriales es limitada. Con el exceso de capacidad y la intensa competencia internacional, no hay tanta expansión en el campo industrial. Cada vez hay más trabajo y más actividades en el sector servicios, de bajo crecimiento y dinamismo. Esa es la principal causa de que la tendencia al estancamiento se agrave cada vez más en todo el mundo.

Inunda todas las ganancias de estas nuevas tecnologías. Por mucha fanfarria que se haya hecho en torno al aprendizaje automático, las redes neuronales y la robótica, que sugieren que van a cambiarlo todo en la economía, no vemos que tengan ese efecto en el amplio sector de los servicios. Esto podría deberse a que el trabajo intensivo en información y comunicación solo representa una pequeña fracción de todo el sector servicios. Los efectos del crecimiento de la productividad en ese sector más pequeño no se están difundiendo como los promotores sugirieron que lo harían en el conjunto de la economía.

Daniel Finn: Varios teóricos de izquierdas han presentado un programa de acción basado en el desafío de la automatización tal y como ellos la entienden. Se apoyan, en particular, en la idea de una renta básica universal, como usted ha aludido antes. ¿Cuáles son tus discrepancias con esa corriente de pensamiento?

Aaron Benanav: Creo que el debate sobre la renta básica ha sido muy importante en la izquierda. Es bueno que la gente proponga ideas nuevas y grandes sobre cómo llegar a un mundo sin pobreza. La idea de la renta básica es atractiva porque representa una forma nueva e interesante de plantearse la cuestión de cómo llegar a un mundo en el que la gente deje de experimentar la inseguridad económica y la pobreza.

Una de las principales críticas a la renta básica es que se trata en gran medida de una solución individual basada en el mercado. Los problemas de inseguridad que sufre la gente sólo tienen que ver en parte con su incapacidad para conseguir dinero como individuos. A menudo están relacionados con cuestiones de infraestructura más amplias, como el acceso al transporte público o al agua potable y el saneamiento. Hay toda una serie de problemas a los que se enfrenta la gente y cuyas soluciones son de gran envergadura y de carácter colectivo. Esos problemas son difíciles de resolver simplemente dándoles dinero y diciéndoles que se las arreglen solos.

Pero el debate no va exactamente por ahí cuando se trata de la automatización, el refuerzo tecnológico y el papel que desempeña la RBU en esa historia, con la idea de que la renta básica puede ser una autopista hacia un futuro socialista radicalmente distinto. Esa idea depende de que el discurso de la automatización sea cierto.

Ese discurso nos dice que vivimos en una era de increíble crecimiento de la productividad debido a la tecnología. Según los teóricos de la automatización, el problema al que nos enfrentamos es que podemos producir más bienes y servicios que nunca, pero la gente no tiene trabajo, por lo que no puede ganar dinero para comprar todos esos bienes y servicios.

Desde esa perspectiva, el problema al que nos enfrentamos como sociedad es realmente de distribución. Los empresarios de Silicon Valley tienen mucho dinero porque han inventado un montón de productos y tecnologías geniales, y todavía no hay forma de hacer llegar ese dinero a las masas que comprarían las cosas que se están produciendo. En ese sentido, la corriente de izquierdas de los teóricos de la automatización vienen y dicen: “Podemos llegar al socialismo y hacer todas las cosas que la izquierda quiere desplegando una renta básica y usándola para responder a la automatización”.

Sin embargo, lo que dicen los teóricos de la automatización no es cierto. Los problemas a los que nos enfrentamos no son meramente distributivos. Tienen que ver con la organización de nuestro sistema de producción y con la forma en que se ha ido rompiendo el motor del crecimiento económico. Ese motor estaba ligado a la industrialización y a un crecimiento continuo, incremental y (con el tiempo) exponencial de la productividad.

Lo que vemos en ese contexto son luchas masivas por la distribución. Hay un gran esfuerzo por parte de los empresarios y los gobiernos para aplicar programas de austeridad, presionar a la baja los salarios y reducir la cantidad de ingresos que se distribuyen a los trabajadores como una forma de mantener el sistema en marcha a medida que pierde fuerza.

Por eso creo que la idea de la RBU, sobre todo en el ala izquierda del discurso de la automatización, no representa una estrategia viable para nosotros. Los hechos sobre el mundo en los que tendría que basarse simplemente no son una representación exacta de lo que está sucediendo en la economía mundial hoy en día.

Daniel Finn: Tu propia visión de la economía mundial se acerca a la de Robert Brenner, expresada en su libro The Economics of Global Turbulence, que apareció por primera vez como número especial de la New Left Review (NLR) a finales de los noventa. El libro suscitó un gran debate en la izquierda cuando apareció por primera vez, y sigue siendo un hito en el campo, por lo que quiero presentarles algunos de los contraargumentos que se han hecho en respuesta a la tesis general de Brenner.

El primer argumento es que no es útil conceptualizar todo el periodo desde la década de 1970 como una larga recesión. Según este punto de vista, no deberíamos comparar las tasas de crecimiento o las tasas de beneficios de ese periodo con la llamada edad de oro de las décadas de posguerra, porque esas décadas fueron las excepcionales en la historia del capitalismo. Si comparamos el período más reciente con lo que vino antes de la “edad de oro”, parece ser bastante típico. ¿Cómo respondes a este argumento?

Aaron Benanav: Respondo de dos maneras. En primer lugar, creo que es absolutamente cierto que el periodo de 1950 a 1973, más o menos, fue un periodo excepcional, y hay un amplio consenso en que el periodo de posguerra no va a volver. Es muy importante tomarse en serio esta crítica a la tesis de Brenner, pero creo que falla por dos razones.

Una de ellas es que lo que hizo tan especial al periodo de posguerra y su rápido crecimiento fue la pretensión de esa época de haber neutralizado totalmente la política, de haber creado un mundo en el que el capitalismo podía crecer tan rápidamente que todo el mundo podía conseguir lo que quería. Podíamos tener altos beneficios y altos salarios, y podíamos eludir algunas de las espinosas cuestiones distributivas y de control que definían épocas anteriores. El final de la edad de oro ha sido testigo del retorno de la política, de las luchas distributivas y de la aparición de distintas variedades de populismo e incluso de fascismo.

Lo que me parece tan extraño de la afirmación de que la edad de oro fue la excepción y que deberíamos volver la vista a periodos anteriores para ver la norma del capitalismo es que la norma anterior a la edad de oro se definió por una increíble turbulencia económica y política. Hubo campañas masivas de socialistas y otros grupos a favor de un cambio social drástico.

Fue una época extraordinariamente turbulenta, y eso era lo que se suponía que debía resolver la edad de oro. Ahora volvemos a una época de caos y turbulencia política. Creo que hay algo erróneo en el resultado político de lo que se supone que indica esa crítica.

Creo que el otro problema de esa crítica es que pasa por alto lo que ha venido sucediendo a lo largo del tiempo. Si se toma todo el periodo desde 1973 hasta el presente y se hace una media de la tasa de crecimiento, entonces se diría que es más o menos similar a lo que ocurría en el pasado. Pero lo que esa perspectiva pasa por alto es que, en muchos lugares, se ha producido un descenso década a década de la tasa de crecimiento económico desde los años setenta. Si nos fijamos en el periodo transcurrido desde 2000, cuando hemos tenido economías de crecimiento particularmente lento, la tasa de crecimiento es muy inferior a la de las épocas anteriores a la edad de oro.

Este declive secular y la pérdida de dinamismo a lo largo del tiempo es algo que a los marxistas antibrennerianos les costó mucho reconocer. Basándose en una especie de metafísica de los ciclos largos y en la creencia en la capacidad del capitalismo para regenerarse inevitablemente, seguían prediciendo que el ciclo de estancamiento simplemente terminaría, y que entraríamos en un nuevo período. Eso les llevó a menudo a interpretar erróneamente una serie de burbujas económicas como si fueran la aparición de brotes verdes de crecimiento.

Sólo cuando figuras como Lawrence Summers y Robert Gordon empezaron a debatir las causas del estancamiento secular en el presente, aunque desde perspectivas muy diferentes, perspectivas como las de Brenner ganaron mucha actualidad (sin hacer referencia a él, por desgracia). No creo que el debate sobre las causas del estancamiento secular se haya resuelto. Pero más de veinte años después de que Bob escribiera aquel artículo inicial en NLR, creo que la existencia del problema —la idea de que hay algún factor o factores que causan el estancamiento a largo plazo— es algo en lo que la gente puede estar de acuerdo.

Un punto en el que difiero de lo que hace Bob es que su historia de la larga recesión es la del declive de un amplio conjunto de indicadores cuantitativos de crecimiento. Mi relato se centra en el momento en que el declive cuantitativo se convierte en cualitativo. Lo que me interesa no es sólo un descenso de las tasas de crecimiento económico, por ejemplo, o un descenso de las tasas de dinamismo industrial, sino más bien el momento en el que ese descenso da lugar a la desindustrialización: el momento en el que las tasas de expansión industrial caen por debajo de las tasas de crecimiento de la productividad industrial, con el resultado de que la economía empieza a deshacerse de trabajadores industriales.

En ese momento, entramos en una nueva era en términos de estructura del empleo y evolución de la economía. A veces, al centrarnos en la historia cuantitativa, pasamos por alto los grandes cambios cualitativos en la composición de la clase o en la composición de la estructura económica.

Daniel Finn: El segundo argumento que quiero exponerles se refiere al exceso de capacidad manufacturera mundial. Ese es el principal factor que se ha citado como explicación de la larga recesión para quienes coinciden ampliamente con la visión de Brenner de la economía mundial.

Una respuesta es decir que la incorporación de nuevos centros de fabricación, especialmente en Asia Oriental, no es simplemente un juego de suma cero: aunque crea nuevos competidores para los centros existentes, también crea nuevos mercados. Por ejemplo, las empresas manufactureras alemanas pueden ahora exportar a China a gran escala. ¿Qué opinas al respecto?

Aaron Benanav: Bob describe la situación como un juego de suma cero. Sin embargo, su historia también hace hincapié en el hecho de que ha habido una oleada tras otra de nuevos participantes en la producción manufacturera mundial: Alemania y Japón, luego Corea del Sur y Taiwán, después los países del sudeste asiático y, por último, el gigante chino y, en menor medida, India.

El empuje masivo de estos nuevos competidores ha ido creando cada vez más exceso de capacidad y reduciendo las tasas de crecimiento. Es importante decir que esta reducción de las tasas de crecimiento no es lo mismo que decir que no hay crecimiento. Lo que se identifica aquí es una tendencia general a la baja de la tasa de crecimiento, lo que permite complejizar mucho más la historia.

Sí, a medida que China ha ido creciendo, también constituye un mercado importante para la producción alemana. Sin embargo, aunque la estructura del mercado mundial está cambiando y globalizándose en ciertos aspectos, en otros, la historia general ha sido la de unas tasas de crecimiento más bajas en las economías capitalistas avanzadas y un declive secular muy fuerte, especialmente si nos fijamos en las economías de la OCDE [Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico] en su conjunto. Esto sigue siendo así aunque Alemania, por ejemplo, haya alcanzado en el último periodo tasas de crecimiento algo más elevadas que en las dos décadas anteriores, cuando era percibida como el enfermo de Europa.

China ha logrado un milagro de crecimiento económico siguiendo —y en cierto modo adaptando y transformando— el modelo de Asia Oriental que Japón y Corea del Sur habían establecido con anterioridad. Pero China se enfrenta ahora al problema de la trampa de la renta media. Ha alcanzado a las economías más ricas de América Latina y otras partes del Sur Global. Ahora se enfrenta a una competencia mucho más fuerte y a mayores dificultades para dar el salto desde esa posición y convertirse en una economía industrial avanzada.

El ritmo de crecimiento chino se ha ido ralentizando al final de su período de treinta años de rápido crecimiento. Mi análisis, que creo que se basa en el de Bob, sugiere que, a medida que China deje de ser un motor de crecimiento para la economía mundial, las tendencias al estancamiento serán más fuertes. No es casualidad que la era de descenso de las tasas de crecimiento chinas se produjera junto con el inicio de la desindustrialización en China desde 2013.

Estoy seguro de que la tendencia a largo plazo del sistema es hacia el estancamiento. A medida que China comenzó a desindustrializarse, también lo hizo el mundo entero. Según la ONU, la economía mundial lleva desindustrializándose desde 2013 aproximadamente. Creo que esa tendencia va a imponerse.

Otra de las formas en que he ampliado y desarrollado el análisis de Bob Brenner es centrándome no sólo en por qué la industria está en declive, sino también en por qué el sector servicios no está sustituyendo a la industria como fuente de dinamismo. Me baso en lo que en cierto modo es una explicación muy general de la enfermedad de los costes de Baumol y la tendencia de los servicios a caracterizarse por un bajo crecimiento de la productividad. Creo que es una parte fundamental de la historia que pasamos por alto al centrarnos únicamente en la industria.

Daniel Finn: Sostienes en el libro que el análisis del sistema capitalista que Karl Marx planteó en El Capital a finales del siglo XIX tiene mayor relevancia para el mundo actual que para gran parte del capitalismo del siglo XX. ¿Podrías hablarnos un poco de sus ideas al respecto?

Aaron Benanav: El análisis de Marx parece tan actual por varias razones. Una de ellas es que no analizó el capitalismo de la forma en que lo hicieron los economistas neoclásicos del siglo XX, como un sistema de mercado estático que genera los mejores resultados de bienestar sobre la base de un conjunto de supuestos poco realistas pero matemáticamente bellos. Marx estaba muy influido por los economistas clásicos. Presentó un relato del capitalismo en el que sus tendencias dinámicas hacia el crecimiento eran la parte clave de la historia.

Para Marx, sin embargo, al igual que para otros críticos del sistema como Joseph Schumpeter, el capitalismo también contenía en sí mismo tendencias al estancamiento y a la pérdida de dinamismo. Creía que muchos de los avances que había producido el capitalismo no generarían resultados sociales positivos a medida que el sistema cayera en el estancamiento, dando lugar a diferentes formas de turbulencia económica y política. Creo que hay mucho que decir a favor de un análisis dinámico del sistema que también dé cabida a su pérdida de dinamismo.

Mi opinión sobre Marx es que su idea de lo que llevaría a esa pérdida de dinamismo era la desindustrialización, aunque él pensaba que ocurriría un siglo antes de lo que realmente ocurrió. Predijo que la economía industrial que absorbía toda la mano de obra en Europa y Estados Unidos iba a empezar en un momento dado a expulsar mano de obra de la industria. El resultado sería la proliferación de lo que él llamó poblaciones excedentes.

El análisis de Marx de esta tendencia era fundamental para explicar por qué el capitalismo iba a tender a la miseria de la mano de obra. Argumentó que iba a expulsar a los trabajadores del empleo. Se enfrentarían a una baja demanda de su mano de obra, con el resultado de que no podrían aumentar sus salarios tan rápidamente como el crecimiento de la productividad.

Lo que me parece tan interesante es que su análisis, que realmente se ajusta a la época en la que vivía, sugería que los trabajadores no se quedarían sin empleo. Pensaba que el desempleo sería una parte de cómo los trabajadores experimentarían la lenta demanda de mano de obra —en particular, habría algunos trabajadores que pasarían parte del año desempleados antes de ser arrastrados de nuevo al empleo industrial a través de los ciclos de la demanda y el crecimiento industrial. Pero creía que la tendencia principal del sistema sería generar lo que él denominaba una población excedente estancada.

Si lees los pasajes en los que describe cómo serían y qué harían los trabajadores estancados de la población excedente, se parece mucho a los trabajadores del sector informal de hoy en día. Hacen pequeños trabajos, trabajan para sí mismos y venden lo que pueden en el mercado. En general, lo que define su condición es que sus salarios y otros ingresos están muy por debajo de la norma en el sistema industrial para los trabajadores que normalmente están empleados como asalariados.

Eso es lo que él pensaba que sería el resultado final del capitalismo. Tendrías un sistema que generaría un increíble crecimiento de la productividad y capacidades productivas industriales muy por encima de lo que nadie podría haber imaginado en una época anterior. Sin embargo, en lugar de utilizar esas capacidades para reducir la cantidad de trabajo de la gente y crear un mundo basado en la satisfacción de las múltiples necesidades humanas, obtendríamos la expulsión de masas de personas del trabajo y un proceso de enfrentar a los que aún estuvieran empleados con los trabajadores excedentes que existirían en una variedad de condiciones, pero sobre todo en forma de población excedente estancada.

Un pensador marxista que ha tenido una enorme influencia en mí es Mike Davis. La lectura de Planet of Slums me hizo pensar que el mundo en el que vivimos se parece mucho al que describió Marx. Es un mundo en el que la mayoría de los trabajadores adultos encerrados en el sector informal se parecen mucho a la población excedente estancada que describió Marx. La economía se está desindustrializando, la industria despide empleados y vivimos en un mundo de estancamiento y turbulencias económicas, marcado por el aumento de la desigualdad económica.

Desde un punto de vista empírico, es un análisis muy poderoso de la dinámica del capitalismo. Marx imaginó que este resultado se materializaría cien años antes de lo que ocurrió. Pensó que ya estaba ocurriendo con el declive de las industrias de la primera revolución industrial. Anticipó que las industrias de la segunda revolución industrial tenderían a absorber mucha menos mano de obra de la que realmente absorbieron.

En lugar de ocurrir en 1870, la historia que Marx había contado comenzó a desarrollarse a partir de 1970. La historia de los intentos de adaptar el marxismo y el pensamiento marxista al período de 1870 a 1970, cuando la mayor parte de lo que dijo empíricamente no se estaba cumpliendo, ha hecho muy difícil para la gente después de 1970 volver atrás, mirar el texto con ojos frescos, y decir “esto describe lo que está pasando en el mundo de hoy mucho mejor de lo que describe el mundo de hace cincuenta años”.

Daniel Finn: ¿Cómo valora las perspectivas de una forma renovada de keynesianismo, una idea que ha sido propuesta no sólo por personas de la izquierda socialdemócrata o de centro-izquierda más tradicional, sino también por personas de sectores más radicales de la izquierda?

Aaron Benanav: Me parece estupendo que los marxistas se tomen más en serio el keynesianismo y no se limiten a despreciarlo. Creo que ese tipo de compromiso intelectual resultará muy productivo. Es importante señalar que mucha gente que pensaba que el marxismo tenía razón a principios del siglo XX abandonó esa perspectiva a lo largo del siglo —no sólo intelectuales, sino partidos enteros, como los partidos socialdemócratas europeos. Abandonaron la idea de apoderarse de los medios de producción y se orientaron hacia una especie de perspectiva keynesiana del Estado del bienestar.

Esto no sólo ocurrió en Occidente. En Europa del Este había muchos economistas que empezaron pensando en lo que supondría llevar a cabo reformas democráticas y descentralizadoras de las economías socialistas de Estado al estilo soviético. Con el tiempo, decidieron cada vez más que no había forma de hacerlo funcionar y se convirtieron en defensores de alguna forma de capitalismo con rostro humano. Es importante que nos comprometamos con ello.

Creo que el discurso sobre el keynesianismo y sus posibilidades hoy en día se topa con verdaderos problemas porque, al igual que ocurre con el marxismo, no existe un significado preciso de lo que es el keynesianismo. Cuando la gente habla de soluciones keynesianas a la larga recesión y al estancamiento secular, lo que tienen en mente es a menudo lo que Joan Robinson llamó keynesianismo bastardo, que es lo que reinó en EE.UU. después de la guerra y se extendió desde allí a Europa y a muchas otras partes del mundo.

La idea básica es el bombeo: cuando la economía empieza a funcionar mal, o cuando está estancada, se pueden mejorar las condiciones económicas mediante el gasto estatal con un estímulo al consumo que luego retroalimente el sistema de producción. La gente sostiene que a partir de los años 80 se abandonó este tipo de estímulo keynesiano de la demanda en favor de las políticas neoliberales y de “dejar que el mercado decida”. En su opinión, hoy deberíamos volver al keynesianismo de los años 60 y 70 y ver si podemos utilizarlo para combatir el estancamiento secular.

Esta perspectiva me parece equivocada por varias razones. En primer lugar, las personas que defienden este punto de vista no suelen entender por qué todo el mundo abandonó el keynesianismo en los años setenta. Lo hacen sonar como si hubiera algún truco que los neoliberales jugaron para cambiar el marco. En realidad, hubo una verdadera crisis del keynesianismo en aquella época.

Hubo un intento masivo de estimular la economía durante la década de 1970 que se tradujo en inflación, pero no en el repunte de las tasas de crecimiento económico que la gente esperaba. Los defensores del keynesianismo parecen no tener una explicación consensuada de por qué ocurrió eso: creen que tuvo algo que ver con características contingentes de la crisis del petróleo de la OPEP [Organización de Países Exportadores de Petróleo].

Otra razón por la que considero que esa perspectiva es errónea es que sugiere que el periodo desde los años 70 u 80 no ha sido de keynesianismo, cuando lo cierto es lo contrario. Ronald Reagan intentó dejar que los mercados siguieran su curso durante los dos primeros años de su presidencia, pero luego perdió las elecciones legislativas y estaba muy asustado por las consecuencias políticas, así que volvió a gastar dinero.

Si se observan las economías industriales avanzadas en su conjunto, se encuentra algo que parece paradójico desde la perspectiva del renacimiento de Keynes. Entre 1950 y 1973, los niveles de deuda estatal disminuyeron constantemente. La proporción de la deuda pública como porcentaje del PIB disminuyó radicalmente en el transcurso de la era keynesiana, pero luego empezó a aumentar drásticamente y ahora ha alcanzado niveles muy altos. Esto demuestra que el keynesianismo se ha probado y vuelto a probar continuamente como solución a la crisis.

China respondió inicialmente al descenso de las tasas de crecimiento inyectando enormes cantidades de dinero para estimular el consumo como forma de estimular la producción. Pero lo que se ve en China y en todas partes donde se ha intentado este enfoque es que el estímulo puede ralentizar el proceso de declive, pero no puede invertirlo. En todas partes, el keynesianismo ha formado parte de la historia del estancamiento secular. No es una respuesta alternativa plausible; de hecho, es la respuesta estándar que ya se ha desplegado. Forma parte de la historia del declive.

Hay una historia bastante más compleja que contar aquí sobre cómo el estímulo, precisamente por inflar el valor de los activos en el mercado de valores y evitar que disminuyan, ha empeorado en cierto modo el estancamiento al no permitir una reactivación de las tasas de beneficios que se produciría como resultado de una sacudida verdaderamente dramática. Por buenas razones, los gobiernos no han estado dispuestos a permitir que se produjera esa sacudida política.

Les preocupa lo que significaría una depresión duradera, pero también en términos geopolíticos. Los países que no lo hicieran y mantuvieran intacta su capacidad manufacturera serían probablemente los más beneficiados. Abandonar esas políticas keynesianas supone un problema de coordinación.

Dicho esto, hay versiones más radicales del keynesianismo que se acercan más a lo que dijo el propio Keynes, que no era que debíamos utilizar la deuda pública para estimular la economía privada, sino que debíamos imaginar diferentes formas de desarrollo económico dirigido por el Estado, en las que el Estado asumiera el papel de tomar las decisiones de inversión. Se trata de una visión muy tecnocrática de la economía pública, que es lo que creo que ofrecen los keynesianos de izquierda más radicales.

Creo que esa visión es un buen punto de partida para que los socialistas desarrollen su pensamiento. El keynesianismo de inversión pública más radical es a la vez poderoso y peligroso como perspectiva. En cierto modo reconoce los fallos y la incapacidad del capitalismo para ir más allá de sus tendencias al estancamiento, pero lo que ofrece como alternativa es una visión tecnocrática en la que un grupo de personas muy inteligentes se hacen con el control de la economía y la dirigen hacia un lugar que se supone que nos hará felices a todos.

En mi opinión, ese tipo de visión tecnocrática es una fantasía. No funcionaría. Pero también creo que contrastar nuestro propio pensamiento con esa visión es una oportunidad real para desarrollar un relato mucho más vibrante y emocionante de cómo sería la democratización de la toma de decisiones económicas.

¿Qué significaría quitar poder a los tecnócratas, de los que cada vez se desconfía más en nuestro mundo, por buenas razones? ¿Cómo sería poner el poder en manos de las masas de la clase trabajadora y permitirles tomar decisiones por sí mismas? ¿Cuál es nuestra verdadera alternativa democrática a esa visión tecnocrática keynesiana?

Daniel Finn: Concluyes el libro con un debate sobre cómo podría ser una sociedad posterior a la escasez, y también con una consideración de qué fuerzas sociales y luchas sociales serían necesarias para crearla. Evidentemente, se trata de un tema muy amplio, que daría para una entrevista o un libro entero. Pero, ¿podrías darnos un breve esbozo de lo que tienes en mente en esa parte del libro?

Aaron Benanav: Tomé el término “economía post-escasez” de algunos de los teóricos de la automatización. Es importante reconocer que esos teóricos son pensadores utópicos en el buen sentido del término. Intentan imaginar un futuro realista para la humanidad en el que seríamos más felices y más libres. Intentan inspirarnos para que, a través de los desastres y catástrofes del presente, pensemos en un mundo mejor.

En el último capítulo del libro, señalo que los teóricos de la automatización se sitúan en una línea mucho más larga de pensadores utópicos que se remonta hasta Tomás Moro y Utopía. Pero lo que distingue a los teóricos de la automatización es que son muy escépticos —o incluso desesperanzados y distópicos— cuando se trata de las vías hacia la post escasez que provienen del cambio social y la reorganización social más que de los avances tecnológicos.

En otras palabras, esperan que la tecnología resuelva los problemas sociales. En efecto, dicen que ninguna de las soluciones sociales y políticas ha funcionado o nos ha llevado al mundo de la post-escasez, así que quizás las tecnologías bajen de repente de los cielos —o del laboratorio de los ingenieros— y nos empujen a este hermoso mundo sin necesidad de pensar en cómo reorganizar la sociedad de una manera más sustancial para generar este resultado de la post-escasez.

Si eres como yo, no crees que la automatización vaya a dar los frutos. No hay un futuro realista en el que la tecnología vaya a llevarnos de repente a este mundo post escasez. Cuando hablo de alternativas sociales en el libro, señalo que los pensadores sociales utópicos, que se remontan hasta Moro, no hablaban de ir más allá de la escasez o de llegar a un mundo de abundancia del modo en que lo hacen los teóricos de la automatización.

No eran productivistas en toda regla: no aspiraban a un mundo en el que cualquiera pudiera tener lo que quisiera con sólo pulsar un botón. Estaban más centrados en la idea de llegar a un mundo en el que todo el mundo tenga lo que necesita y se sienta fundamentalmente seguro de que va a ser capaz de satisfacer sus necesidades y no tendrá que preocuparse más por su supervivencia.

Esto se aplica tanto a Marx como a toda una serie de otros teóricos sociales de izquierda, que se remontan a una época anterior a que el término “izquierda” tuviera siquiera algún significado. Tuvieron la intuición de que un mundo así sería uno con una increíble apertura de las posibilidades humanas y una expansión de la idea misma de lo que la gente necesita.

Avanzar hacia una economía de la post escasez en el sentido social requiere que nos centremos en cambios que permitan a la gente sentirse segura de lo que necesita. Eso incluye presionar por lo que ahora se llama servicios básicos universales, por los que se garantiza a todo el mundo un nivel de atención sanitaria, educación y vivienda, junto con toda una serie de otras cosas que necesitan para vivir. Sería algo que la gente recibiría sin rechistar.

La RBU podría formar parte de esa historia, siempre y cuando forme parte de una visión mucho más amplia sobre cómo conseguir que la gente tenga acceso a las cosas que necesita. Por supuesto, esas necesidades más amplias incluirían cosas como la sostenibilidad ecológica y social, la superación tanto de la dependencia de los combustibles fósiles como de la soledad endémica.

La idea es que si se puede llegar a un mundo así, se verá que los seres humanos son increíblemente inventivos y capaces de perseguir toda una serie de pasiones. Pueden desarrollar una gama más amplia de asociaciones cívicas y políticas y crear un mundo diverso, interesante y hermoso en el que vivir.

Eso es algo muy positivo en lo que deberíamos pensar más. El gran problema que hay que resolver es que, en esta alternativa social, hay que averiguar cómo reducir y redistribuir el trabajo que seguirá siendo necesario que haga la gente. Si no tienes la idea de que las tecnologías van a garantizar que nadie tenga que trabajar, entonces tienes que encontrar una respuesta a la pregunta: ¿Cómo repartimos el trabajo que queda por hacer?

Aunque podemos beneficiarnos de todas las tecnologías que reducen la cantidad de trabajo que tenemos que hacer y hacen posible que todos tengamos mucho tiempo libre, también tenemos que encontrar la manera de compartir y distribuir ese trabajo de forma justa. Creo que es algo que podemos imaginar. Pero descubrirlo implicaría una forma de organizar la vida social y económica más allá del dinero y más allá del capitalismo que todavía tenemos que desarrollar.

 

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Traducción: Etsai
Fuente: https://abwerten.noblogs.org/post/2023/02/12/la-automatizacion-no-es-la-...