La revolución industriosa: consumo y economía doméstica desde 1650 hasta el presente.

Isidro López
Libro reseñado: 
10/06/2010

El termino revolución industriosa se ha venido generalizando en la historiografía social y económica de los últimos tiempos como una forma de denominar el aumento de la intensidad en trabajo dentro de los sistemas productivos. En concreto, fueron los historiadores orientales los que se refierieron de esta manera a los modelos de crecimiento asiático caracterizados por una baja acumulación física de capital y una entrada creciente de horas de trabajo en el mercado laboral. Giovanni Arrighi ha sido el último en reivindicar la revolución industriosa como el precedente de un, más que improbable, cambio de modo de producción hacia formas de mercado no monopolistas bajo la hegemonia económica china.

Jan de Vries, historiador económico holandes, recupera el termino revolución industriosa desde una perspectiva radicalmente novedosa. Situado en el siglo XVIII largo, desde 1650, De Vries identifica una intensificación de las horas de trabajo para el mercado que tiene que ver con un cambio en los patrones de consumo de los hogares. La aparición de formas de consumo que creeríamos modernas como el consumo conspicuo, el consumo como signo o lo que entonces se denominaba lujo, es decir, la busqueda de mayores niveles de confort, tuvo como consecuencia una reasignación de los papeles económicos dentro del hogar impulsando la incorporación de mujeres y niños a las formas primitivas de trabajo para el mercado: protoindustria, asalarización agrícola y comercio.

Este punto de vista pone en tela de juicio, al menos, tres lugares comunes de distinta naturaleza. Por un lado, se prescinde de la idea economica ortodoxa del individuo y sus preferencias como unidad de consumo y ésta se desplaza hacia el hogar y su distribución interna de roles como unidad básica de la demanda. Por otro, se matiza el papel que tuvo la acumulación de capital en la industria a la hora de generar los modelos de crecimiento económico del siglo XIX, los cambios en los hogares precedieron a la revolución industrial y proporcionaron las condiciones adecuadas de demanda para la expansión industrial. La producción fabril crecientemente masificada no hizo sino dar continuidad a los cambios en los patrones de consumo del siglo XVIII. Por último, se duda de que la forma de la familia núclear, con varón trabajador y mujer trabajadora doméstica, haya sido la forma funcional indispensable al desarrollo capitalista sino más bien una forma cultural específica del siglo XIX, que resulta, una vez, más de las decisiones estratégicas de los hogares. Curiosamente, en este último punto De Vries coincide con la escuela historiográfica foucaultiana, en concreto con el análisis que hacia Jacques Donzelot de la familia obrera en el siglo XIX en La policia de las familias.