Los múltiples rostros del proletariado en los siglos XVII y XVIII

Tendemos a considerar la historia como resultado de las actividades de unos selectos protagonistas humanos y unas instituciones, y así elaboramos nuestra imagen de los hechos.

Contra este vicio tan arraigado, el empeño de los historiadores norteamericanos Peter Linebaugh (1943) y Marcus Rediker (1951) con La hidra de la revolución es presentar un muestrario de “personajes ignorados y luchas olvidadas” esenciales para aquilatar nuestra visión de la expansión capitalista de los siglos XVII y XVIII en el entorno del Atlántico. El libro fue publicado en 2000 y tras una primera versión castellana de Crítica en 2005, aparece ahora en el catálogo de Traficantes de sueños en una traducción de la propia editorial.

Los autores señalan en el comienzo del volumen que éste surge de una combinación de las tradiciones afroamericana, inglesa y norteamericana de la “historia desde abajo”, en la línea de W. E. B. Du Bois, C. L. R. James, E. P. Thompson o Herbert G. Gutman, entre otros. El título procede de una imagen muy cara a los constructores del capitalismo en la época que se analiza. Ellos pretendían ser Hércules, edificando el “orden social” en lucha con la hidra de numerosas cabezas, que simboliza el caos. El libro trata de recuperar algo de la historia perdida de la clase multiétnica cuya explotación hizo posible el nacimiento del capitalismo, y lo hace a través de la captura de nueve momentos privilegiados del proceso.

El capitalismo echa a andar

El naufragio del Sea Venture en julio de 1609 en las Bermudas sirvió para que algunos de los que en él viajaban organizaran, sacando partido de la fértil naturaleza de las islas y colaborando ocasionalmente con los nativos de la región, una existencia que lograba una síntesis entre el comunismo primitivo del Nuevo Mundo y el comunismo plebeyo del Viejo Mundo. Era aquél un paraíso en la tierra que no congeniaba con los intereses crematísticos de la Compañía de Virginia, directora de la empresa colonial, con lo que fue militarmente desmantelado por los que poseían títulos de propiedad y cañones para respaldarlos.

Los autores describen el régimen de terror impuesto en Inglaterra en esta etapa temprana de expansión del capitalismo, en el que la prisión, los correccionales y el cadalso eran los elementos básicos. Al otro lado del Atlántico se produce mientras tanto la acumulación primaria, a través de una “domesticación” de la naturaleza en la cual “leñadores y aguadores” tuvieron un papel protagonista. Ellos realizaban labores como talar bosques, construir barcos y puertos, desecar pantanos o acondicionar plantaciones. El personal para esto se reclutaba, muchas veces a la fuerza, entre indigentes, marginales o delincuentes, que eran deportados a América.

La cobertura ideológica para esta expropiación la aportan filósofos como Francis Bacon, que imbuido de la labor hercúlea, llama al exterminio de los salvajes, viciosos por naturaleza, así como de amplios colectivos de criminales y herejes que ponen palos en las ruedas del “progreso”. La sagrada misión de enriquecerse convirtiendo el mundo en mercancía y asesinando o esclavizando a sus habitantes queda dotada de este modo de un sólido fundamento: la lucha contra el caos en nombre de la civilización.

La voz de los de abajo en la revolución inglesa

La revolución inglesa del siglo XVII sirvió para encauzar la expansión capitalista. No obstante, hasta que fueron marginadas por Cromwell, las ideas radicales tuvieron su momento, como se pone de manifiesto en un curioso documento que se presenta en el libro. Es éste un breve retrato literario de una sirvienta de raza negra y religión anabaptista, del que es autor el ministro de su congregación y que fue escrito entre 1672 y 1678. La espiritualidad que se transparenta en el texto nos lleva, a través del concepto de la “gloria de Dios”, al de la “Nueva Jerusalén”, un escenario idílico “donde el león y el cordero yacerían juntos y se practicarían la rectitud, la justicia y la clemencia, sin acepción de personas.”

Otro momento interesante en el que aflora la “voz de los de abajo” corresponde al otoño de 1647, cuando tuvieron lugar una serie de debates en Putney, localidad en las afueras de Londres, entre Oliver Cromwell y los que defendían ideas democráticas en su ejército, liderados por Thomas Rainborough, los conocidos como “niveladores” (levellers). Estos últimos eran partidarios de la permanencia de los derechos comunales en la campiña inglesa y contrarios a la esclavitud. Los debates pueden sintetizarse en la pugna entre democracia, por un lado, que de materializarse podría ser usada por los pobres para crear un mundo igualitario, y el concepto de propiedad, por otro, que si aspira a perpetuarse debe tener claro que ha de oponerse a dar voz a los de abajo.

Linebaugh y Rediker analizan las repercusiones de estos debates, que dieron sustento ideológico a la revuelta de Masaniello en Nápoles (1647), en la que el proletariado de una ciudad europea tomó el poder y gobernó solo por primera vez. Después sus ecos llegaron hasta Londres en dos ocasiones (1649, 1659-1660), Irlanda (1649-1651), Barbados (1649), el Río Gambia (1652) y Virginia (1663-1676). Los datos que se aportan muestran cómo la explotación que se estaba imponiendo desde arriba era contestada en escenarios muy diversos.

Nuevos gritos de los “sin voz” (1680-1760)

A finales del siglo XVII los gobiernos se han dotado de un sistema financiero capaz de regular el comercio en el ámbito atlántico, constituyendo lo que se ha dado en llamar hidrarquía o estado marítimo. Sin embargo, al mismo tiempo, los marineros, clase explotada que ha devenido esencial, se oponen a ello utilizando como instrumento el propio barco que es el motor del capitalismo.

El libro describe en detalle la vida de estos “proletarios del mar”, cuya miseria y esclavitud generaban copiosos dividendos a las compañías, y nos acerca a los espacios de resistencia que surgieron ya a lo largo del siglo XVII. En los comienzos de la centuria siguiente, los marineros van más allá y desarrollan un orden social autónomo y una alternativa subversiva a las flotas que surcaban los mares. El poder que implantan para ello es una hidrarquía desde abajo, que aporta una dimensión novedosa a la historia del pillaje en el mar, hasta aquel momento en manos de nobles o comerciantes. La piratería de nuevo cuño que nace por entonces tiene como rasgos esenciales: democracia, igualitarismo y rechazo de los prejuicios racistas. Se aprecia también en ella conciencia de clase e instinto de justicia, que hacía respetar la vida de los capitanes apresados que no hubieran sido crueles en su cargo.

La masiva respuesta del estado conseguirá aplastar esta piratería de oposición al capital poco después de 1720, pero en los años siguientes irá surgiendo contestación en otros ámbitos. En las décadas de 1730 y 1740, un espíritu de revuelta crecía poderoso entre los negros de Norteamérica y el Caribe, y así en la Nueva York de 1741 se registra una importante sublevación de un proletariado variopinto, compuesto en su mayoría por esclavos. Parece ser que los orígenes de este estallido que destruyó cuarteles y otros edificios deben buscarse en los muelles, en la transmisión de las experiencias de resistencia de los regimientos militares y las plantaciones y en las prédicas de la religiosidad popular.

Voces desde abajo en la Revolución estadounidense y la lucha contra el esclavismo (1760-1830)

En las décadas de 1760 y 1770 se producen en Norteamérica disturbios, con protagonistas multiétnicos y procedentes de ámbitos diversos, como el mar, las ciudades o las plantaciones. El libro pasa revista a estos hechos y concluye que contribuyeron poderosamente a desestabilizar la sociedad civil imperial e impulsaron a las trece colonias hacia una guerra de liberación, que fue la primera de estas características en todo el mundo. Se describe también cómo tras la revolución se adulteró la historia para negar los elementos de lucha de clases que se habían dado y enfatizar sólo la disputa entre naciones.

Lograda la independencia, los revolucionarios frustrados encontrarán su vía de acción en la oposición al esclavismo, la cual se fortalece a finales del siglo XVIII. Los últimos capítulos están dedicados a dos casos concretos de estas tentativas. El primero es el de Edward y Catherine Despard, encuadrado en un ciclo de rebeliones iniciado en 1790 en el que las movilizaciones no se producen sólo por cuestiones de raza o clase social, sino que plantean un esfuerzo en pos de “la liberación de la raza humana como un todo”.

El otro ejemplo estudiado es el de Robert Wedderburn (1762-1835), hijo de una esclava y un rico propietario, nacido en Jamaica y luego político radical y abolicionista en Londres. Él veía la historia como un ciclo inevitable de expropiación y resistencia, y logró combinar religiosidad, cristiana al principio y después deísta, republicanismo y lucha contra la trata, en un único ideal de igualdad de derechos y opciones vitales para todos los “ciudadanos del mundo”.

Una nueva visión de la dinámica social

El historiador marxista británicoE. P. Thompson consideraba que la clase social que sufre la depredación capitalista sólo llega a definirse y adquirir conciencia de tal a través de la experiencia de la explotación, y planteando estrategias para superarla, y no como un mero “desprendimiento” de las condiciones materiales o de la tarea “educativa” de vanguardias. El proletariado se conforma en su lucha contra la violencia a que es sometido, y abundando en ello, lo que Linebaugh y Rediker nos muestran en La hidra de la revolución es que este proceso tiene como protagonista a una humanidad cosmopolita, multiétnica y con ocupaciones y oficios muy diversos. Se transciende así la concepción clásica de la dinámica emancipadora, liderada por una clase obrera industrial con una serie de pautas culturales bien definidas.

En la perspectiva del libro, procesos aparentemente dispersos pueden dotarse de un hilo conductor, que no es otro que la resistencia a la trituradora capitalista. Este empeño sin duda es muy ambicioso y el libro ha sido criticado en ocasiones, discutiéndose el carácter “colectivista, antiautoritario e igualitario” que se atribuye a sus protagonistas o achacándosele un “romanticismo marxista” que suma en su ecuación de forma indiscriminada a todas las víctimas y todos los rebeldes. Sin embargo, sorprende comprobar a lo largo de la obra cómo en ámbitos tan diversos como pueden serlo los de supervivientes de naufragios, quilombos, revueltas urbanas, fraternidades religiosas disidentes o barcos piratas, se advierte la pujanza de una alternativa a la explotación del capital fundamentada en la solidaridad y el apoyo mutuo.

La rigurosa exposición de datos de La hidra de la revolución resulta enormemente informativa y sugestiva, pero tal vez el mérito principal del libro sea superar el esquematismo que ha empobrecido muchas veces los análisis cuando se pretende definir las relaciones económicas del capitalismo con un énfasis excesivo en las “relaciones sociales de producción” que se dan en la factoría. Leyendo a Linebaugh y Rediker aprendemos que el proletariado no es una categoría preestablecida y uniforme, sino que se conforma en la lucha durante los decisivos siglos XVII y XVIII y que es transnacional, con variedad de raza y de género, esclavo, campesino, artesano y marinero, y todo ello simultáneamente.

Hay que decir además que analizando conflictos tan diversos, no sólo se interpreta el pasado, sino que se comprende también un presente en el que el mismo Moloch capitalista, ahora en fase senil, es atacado desde ángulos tan variados como lo son sus víctimas.