Mario Tronti explica los orígenes y el desarrollo posterior del operaismo, una corriente de pensamiento que rejuveneció la teoría marxista en Italia y tuvo ecos en todo el continente.
Publicamos esta entrevista efectuada por Giulia Dettori a Mario Tronti (Filosofia italiana, 2, 2020) procedente de la revista en línea Machina-DeriveApprodi, que ha autorizado su publicación, en la que, interrogando directamente a uno de los más importantes protagonistas del operaismo italiano, se rastrean y reconstruyen sumariamente tanto los orígenes como el desarrollo posterior del mismo.
A los efectos de esta reconstrucción, el operaismo se enmarca aquí como una parte y un momento relevantes de la historia del pensamiento italiano del siglo XX, situado no obstante en un contexto más amplio y, en particular, en el período crucial marcado por el «inolvidable 1956», año que trajo consigo un replanteamiento de lo que hasta entonces se había entendido como «cultura marxista».
Como explica el propio Tronti en la entrevista, los orígenes del operaismo se sitúan en un panorama de deconstrucción y recomposición de la tradición marxista italiana, ya que este partió, a principios de la década de 1960, de una crítica al marxismo historicista con la intención de elaborar una forma de marxismo capaz de postularse como alternativa a la vía italiana al socialismo propuesta por el PCI. Para ello el operaismo lanza una investigación teórica que se sitúa al margen de la política cultural de los partidos de izquierda, que estudia el comportamiento y las formas capitalistas en Italia de una manera diferente y que pretende crear una relación directa entre los intelectuales y la clase obrera.
La entrevista aborda también el final de la experiencia del operaismo en la década de 1960 y su posterior evolución y desarrollo a partir de la historia personal de Tronti. Emerge de este modo la coherencia intrínseca, más allá de las cesuras y los cambios, de las diferentes fases de su pensamiento, siempre y en todo caso unidas por la búsqueda constante de un punto de vista de parte –el de la clase obrera, el del pueblo, el de los oprimidos– y por el intento de hacer de la política la forma y la perspectiva de esta parte.
Como filósofo y joven militante del PCI, ¿cómo viviste los acontecimientos desencadenados por el «inolvidable 1956»? (1)
Los viví como una ruptura fundamental. Los orígenes del operaismo se hallan en el «inolvidable 1956», porque allí se rompió verdaderamente una tradición, una ortodoxia marxista a la que yo mismo pertenecía y en la que me había formado. Había leído a Gramsci, a Togliatti, pero fue entonces cuando muchos de nosotros, jóvenes militantes, nos dimos cuenta de que algo no funcionaba en esa tradición marxista.
Más concretamente, en tu opinión, ¿qué es lo que ya no funcionaba en ese marxismo teórico? ¿Por qué había entrado en crisis?
No funcionaba, porque esta tradición historicista, que venía de lejos y se basaba en esa famosa línea genealógica que va de Labriola a Gramsci, se declinaba en un marxismo incapaz de ver las fracturas sociales. Estaba muy arraigado en la tradición nacional italiana. Pero también la tradición italiana en ese momento, después de 1956, parecía algo «provinciano»; a partir de ahí empezamos a mirar a Europa, al pensamiento europeo del siglo XX. El historicismo señalaba de hecho un progreso lineal de la historia, sin fracturas, sin saltos.
En cuanto a la apertura al pensamiento europeo del siglo XX, ¿cuáles crees que fueron las corrientes filosóficas o los pensadores que más influyeron en vuestra formación?
Seguramente la fase operaista estuvo muy influenciada por la que se definía la cultura de la crisis o el pensamiento negativo. Se trataba del pensamiento del siglo XX de la Mitteleuropa, que había encontrado su cuna y su mayor desarrollo en Viena. Había grandes nombres allí, Wittgenstein, las diversas escuelas lógicas y ontológicas, que criticaban la ciencia. Luego estaba la gran literatura, la de Thomas Mann y Robert Musil, por ejemplo. Descubrimos a Nietzsche sobre todo gracias a ciertas personalidades que conocían muy bien a este autor. Me vienen a la mente Cacciari, que luego profundizó en estos temas, y Asor Rosa. Asor Rosa lanzó una crítica realmente feroz de la literatura nacional-popular en Scrittori e popolo (1965), que fue un libro muy importante para nosotros, porque rompía con la tradición italiana. En suma, nos dimos cuenta de que había algo más allá del marxismo italiano. Al mismo tiempo, empezamos a estudiar de nuevo a Marx, porque considerábamos que el Marx de la tradición italiana era sobre todo el Marx de los primeros escritos, de los Manuscritos económico-filosóficos, humanista y genérico. Nosotros, por el contrario, nos encaminamos a descubrir al Marx de El capital. Nos propusimos estudiar El capital vorazmente. Lo leímos de cabo a rabo, palabra por palabra. Era una lectura subversiva, porque en Italia la gente no estaba acostumbrada a estudiar ese Marx, el Marx que, por ejemplo, analizaba las relaciones de producción.
¿Qué es lo que distinguía realmente vuestra iniciativa de la del PCI y del movimiento obrero oficial en general?
Este cambio de perspectiva era tanto teórico como político, porque nos dimos cuenta de que el Partido Comunista, el partido del pueblo, el partido nacional y popular, no tenía una sensibilidad especial para captar las características específicas de la clase obrera. Por el contrario, nosotros operaisti queríamos entender precisamente este punto, es decir, ¿qué es la clase obrera? A continuación, iniciamos una serie de investigaciones.
¿Qué importancia tuvo la contribución de la sociología en el inicio de estas investigaciones? Recuerdo, por ejemplo, las discusiones iniciadas en las revistas cercanas al Partido Socialista Italiano, que pusieron en el centro del debate posterior a 1956 esta misma cuestión y la necesidad de estudiar más a fondo las nuevas composiciones sociales. El propio Panzieri se había interesado por este tema.
Panzieri había escrito con Libertini las «Sette tesi sul controllo operaio» (2) a partir de las cuales iniciamos nuestra investigación. Panzieri marcó el punto de partida de la experiencia operaista. Era una gran personalidad, tanto política como humana. Era un político socialista, que había roto con el socialismo de Nenni y Lombardi. Había dejado el partido y se había trasladado a Turín para trabajar en la editorial Einaudi. Allí conoció a un grupo de sociólogos turineses, que ya estaban efectuando investigaciones en las fábricas. Cuando lo encontramos aquí, en Roma, fue un propio y verdadero descubrimiento, porque en el grupo romano no conocíamos a la gran clase trabajadora del norte. Fuimos a conocerla. Al grupo pertenecían Alberto Asor Rosa, Umberto Coldagelli, Rita Di Leo, Aris Accornero y yo mismo. Partimos juntos y fuimos a las fábricas del norte para entender qué era esta nueva clase obrera. Sobre todo, iniciamos ese tipo de investigación que consistía en establecer una relación directa con los trabajadores de la fábrica, a través de la encuesta obrera, que era una forma de mirar la fábrica desde dentro, a través de los ojos de los propios trabajadores y no desde fuera como hacían otros intelectuales. Fue una invención muy útil para nosotros. Obviamente chocamos con el sindicato y con el partido. Muchos de nosotros nos separamos del PCI, aunque yo, por mi parte, siempre permanecí ligado al mismo, sin abandonarlo nunca. Los Quaderni rossi, la primera revista operaista, fue la experiencia del encuentro entre este grupo de sociólogos turineses y este grupo romano de intelectuales humanistas, del que yo también formaba parte, y al que luego se unió el grupo véneto de Porto Marghera con Negri.
¿Qué opinas de la interpretación de los orígenes y, sobre todo, del desarrollo posterior del operaismo que se registra en el debate sobre la denominada Italian theory?
La imagen que proviene de la Italian theory, especialmente en lo que respecta al desarrollo del operaismo, no es exacta en mi opinión. En primer lugar, el nombre se remonta a la French theory. Muchos de los posoperaistas, sobre todo quienes siguieron a Negri, se trasladaron de Italia a Francia y allí recibieron una gran influencia del pensamiento francés. Nosotros, del grupo romano, esa influencia en cambio no la hemos experimentado. Para ellos, el operaismo sigue siendo de rabiosa actualidad, mientras que, al menos para mí, es una experiencia que terminó en la década de 1960, en una fase muy particular. Era el momento del boom capitalista, del neocapitalismo, se planteaba por primera vez la hipótesis de una revolución de la clase obrera cuantitativamente fuerte, organizada y concentrada en las fábricas. Todas ellas condiciones que hoy ya no existen. No tiene sentido para mí, por lo tanto, que se siga hablando de operaismo en estos términos. En cambio, el grupo vinculado a Negri ha continuado desarrollando las temáticas del operaismo a través de su conceptualización de la figura del obrero social e incluso del concepto de
multitud.
¿Cuál es en cambio tu idea de operaismo? Más concretamente, ¿existen, en tu opinión, a pesar de lo que has dicho, temáticas del operaismo que puedan reactivarse en el tiempo presente y ofrecer quizá indicaciones para el futuro?
Yo, y en esto he coincidido con Cacciari y Asor Rosa, nunca he tratado de analizar a los trabajadores como tales, nunca he tratado de analizar al trabajador individual. No buscábamos a los obreros, buscábamos a la clase obrera, y en ese momento para nosotros la clase obrera era una especie de aristocracia del pueblo, que debía ponerse a la cabeza del mismo y conducirlo a la revolución. La clase obrera no era ni el pueblo ni los trabajadores individuales, lo cual me recuerda al concepto de general intellect recogido en los Grundrisse de Marx. En nuestro regreso a los textos de Marx, y en particular a El capital, encontramos el concepto de fuerza de trabajo, de capital variable, el hecho de que la clase obrera era una contradicción interna presente en el seno del capital y, en tanto que su contradicción interna, era aún más peligrosa que todas las demás contradicciones. Y cuando descubrimos los Grundrisse y los hicimos traducir (la traducción de Enzo Grillo para Nuova Italia 3) encontramos el concepto de general intellect, que Marx atribuía sobre todo al capital: el capital es un cerebro, un cerebro colectivo que expresa directamente por sí mismo una especie de ciencia. Por el contrario, nosotros comenzamos a pensar que también había un general intellect de la clase obrera. Eso era lo que teníamos que ponernos a buscar. Un cerebro colectivo de la clase obrera, que también se dotase de una ciencia que llamamos, quizá ingenuamente en su momento, «ciencia obrera». Esto provocó un gran escándalo, porque no se pensaba que la ciencia pudiera ser obrera o capitalista, se pensaba de hecho que la ciencia debía ser algo objetivo, válido para todos. El descubrimiento fundamental del operaismo, en cambio, es la ciencia obrera vinculada al punto de vista de la parte obrera. Para mí la supervivencia del operaismo hoy no consiste en seguir manteniendo que hay una clase obrera, porque ésta ya no existe, sino en mantener ese punto de vista de parte, que ya no es de parte obrera, pero que, sin embargo, sigue siendo de parte. Punto de vista de parte significa un punto de vista alternativo, antagonista al capitalismo. Quien ha atravesado la experiencia del operaismo se queda, en mi opinión, con este sólido resultado entre las manos. Quien ha sido operaista, en otras palabras, siempre será un pensador de parte. No elabora una ciencia o una teoría que vale para todos, sino que elabora una ciencia o una teoría para su propia parte contra la otra parte.
Llegados a este punto, ¿cómo podemos identificar la parte, el sujeto antagonista hoy, tras la desaparición de la clase obrera como sujeto que había encarnado plenamente ese punto de vista de parte? En tu opinión, ¿esta investigación debe estar vinculada a una reactivación del tema del trabajo, que obviamente, dadas las condiciones transformadas del sistema capitalista durante los últimos años, ya no puede concebirse como en la década de 1960?
Ciertamente, en la época de la experiencia operaista la idea del punto de vista de la parte obrera era una idea revolucionaria. Hoy, por el contrario, resulta muy difícil individuar la parte. La cuestión del trabajo debe sin duda ser estudiada a fondo, porque el trabajo hoy ya no es un lugar compacto como lo era cuando existía la primacía, la hegemonía de la clase obrera. Se trata de un trabajo horizontalmente extendido, fracturado. Hay muchísimos tipos de trabajo: el trabajo dependiente, pero también el trabajo por cuenta propia. En mi opinión, el trabajo autónomo no debe considerarse como un no trabajo, algo situado fuera de la esfera del trabajo, porque tiene su propia forma específica de dependencia. Por lo tanto, el trabajo autónomo también es un trabajo explotado, al igual que el trabajo dependiente. De hecho, el trabajador autónomo se explota a sí mismo. Quien, por ejemplo, dispone de su propio código fiscal y cree que no tiene patrón, en realidad se equivoca, porque se ha convertido en patrón de sí mismo. En definitiva, esta panoplia de trabajo difuso sigue siendo, en mi opinión, la parte, pero una parte que debe ser reunificada, primero sindicalmente y luego políticamente. Esta es la operación que debería llevar a cabo lo que se llama la «izquierda», nombre genérico que no dice mucho, pero que debería tener la función de reunificar este mundo descompuesto para convertirlo en una fuerza de parte que cuestione los fundamentos sociales generales, la forma del sistema que hoy existe. El capitalismo, de hecho, sigue existiendo, el capital mismo se ha modificado, porque ha finalizado esa gran época que fue el capitalismo industrial. Se ha producido una mutación genética del capital, hoy mucho más financiarizado. Sin embargo, sigue siendo siempre capital y sigue habiendo una relación de capital en el trabajo. Esto es lo que hay que entender: en el trabajo sigue existiendo la relación de capital, aunque ya no exista la centralidad de la clase obrera que unificaba este frente. Lo que la clase obrera lograba hacer casi por sí sola, ahora debería hacerlo la política y ese es el problema actual. Todo esto es para decir que el problema del operaismo tiene su origen, tiene una prosecución, pero sobre esta prosecución debemos entendernos bien.
¿Qué balance haces de la experiencia de las dos revistas operaistas por antonomasia, primero los Quaderni rossi y luego classe operaia, de la que además fuiste director?
Classe operaia fue, de veras, una experiencia extraordinaria. Los Quaderni rossi han sido, sí, importantes, pero era una revista que seguía gravitando en torno a un grupo de intelectuales, de investigadores, que pretendían efectuar un planteamiento práctico, pero con la idea de que su contribución debía ser sobre todo una contribución de análisis. La ruptura que llevó a classe operaia surgió de esta constatación, del hecho de que había que pasar a una intervención en las luchas, algo que Panzieri y sus amigos sociólogos no apoyaban. Entonces realizamos esta experiencia realmente hermosa: se creó un grupo de personas extraordinarias y fueron años de gran vigor tanto teórico como práctico. Surgieron muchas ideas, como la de intervenir con los trabajadores en las luchas, no sólo para conocerlos, sino también para crear contradicciones dentro del sistema capitalista. Luego nos dispersamos. Algunos continuaron en otros grupos famosos, como Potere Operaio, Lotta Continua o la Autonomia operaia, que tuvieron una gran presencia durante la década de 1970 para degenerar posteriormente. En definitiva, classe operaia fue importante, porque nos hizo entender muchas cosas, sobre todo cómo se está en la política. Yo personalmente nunca me uní, sin embargo, a las agrupaciones posteriores.
Fui yo quien disolvió en todo caso classe operaia, afirmando que esa experiencia había acabado, cuando me di cuenta de que muchos dentro del grupo, particularmente Negri, tendían a cerrarse y a tener una relación excesivamente polémica con los sindicatos, con el PCI. En cierto momento me di cuenta de que eran más anticomunistas que anticapitalistas. Esto no me cuadraba. Nací en el PCI y siempre fui miembro del partido. Sólo durante los años en que edité classe operaia me pidieron que no renovara mi afiliación, porque era incompatible con la dirección de una revista de este tipo. Pero en realidad nunca salí del partido, produciéndose simplemente un acuerdo tácito al respecto.
¿Cuándo terminó, pues, el operaismo en tu opinión?
Para mí la experiencia operaista terminó con el fin de classe operaia y la publicación de Operai e capitale (1966) (4). En ese libro he depositado lo que había comprendido de ese periodo de la década de 1960, los descubrimientos teóricos efectuados al observar la fábrica y la clase obrera en las luchas salariales. Después de ello fui más allá, primero con la autonomía de lo político, que fue escandalosa en su momento, y que derivó del hecho de que había comprendido de que sólo con las luchas obreras no se ganaba la partida; la idea de socavar la forma capitalista a través de la lucha obrera en cuanto tal no funcionaba, porque entre la lucha obrera y el capital está en medio la política, es decir, la forma Estado y los partidos. Era necesario, por consiguiente, estudiar este hecho y así no sólo me puse a estudiar a fondo la política, sino también a hacer política dentro del partido.
La teorización de la autonomía de lo político, ¿fue una ruptura neta con lo que habías producido antes o, por el contrario, percibes una especie de continuidad entre esta nueva fase y la fase operaista?
Más que una ruptura yo la definiría como una transición. Pienso que un pensador hace un recorrido, pasa por fases y luego las supera, pero que al mismo tiempo sigue habiendo una continuidad en su persona. Así que ruptura y continuidad en la vida personal no son alternativas, sino que ambas están ahí. Se produce una ruptura, pero dentro de una línea. Esto es muy difícil de entender, porque después de la autonomía de lo político, otras investigaciones, como la teología política, y otros intereses, como la antropología y la psicología política, han ocupado mi trabajo. El mundo histórico humano es complicado. Cuando éramos jóvenes, teníamos una idea más sencilla de este mundo y entonces se verificaba materialmente también un conflicto más evidente. Sin embargo, ahora que el conflicto ya no es tan frontal, hay que saber maniobrar la política. En este sentido estudié a Maquiavelo, a quien considero mi maestro de política, he descubierto la tradición del realismo político. La realidad es dura y cruda y hay que entenderla como lo que es sin demasiadas ideologías, detrás de las cuales se esconden demasiado a menudo los partidos de izquierda.