Patriarcado y acumulación a escala mundial [1] de la alemana María Mies se publicó originalmente en 1986, cuando comenzaba el proceso de ofensiva neoliberal. Reeditado en castellano en 2019 por Traficantes de Sueños (España), el libro continúa siendo referencia para algunos debates del feminismo anticapitalista, en especial el feminismo autonomista y los llamados feminismos populares o del sur global.
En el prólogo a la nueva edición, Silvia Federici señala que Mies “recupera, para una generación más joven, radicalizada por el movimiento Occupy y los movimientos de las plazas, el corazón radical del feminismo, enterrado bajo años de cooptación institucional, así como la denegación posmoderna de cualquier espacio común o de puntos de confluencia entre mujeres.” Federici destaca que Mies combina “las teorías construidas por la Campaña del Salario para el Trabajo Doméstico, especialmente en la identificación del trabajo doméstico no remunerado de la mujer como pilar de la acumulación capitalista, con el análisis de los teóricos tercermundistas sobre las economías campesinas y la colonización”. Indica también que la tesis central del libro generó muchas controversias y debates desde su publicación. Para Mies, desde los comienzos de la historia se habría impuesto una división sexual del trabajo donde los hombres se especializaron en las artes de la violencia y la guerra, mientras que las mujeres lo hicieron en las labores de “producción de la vida”. Esta división constituyó la base de un sistema patriarcal “en el que la violenta apropiación por parte de los hombres del trabajo de las mujeres se ha convertido en la fuerza productiva dominante y en el motor de la misma”. Este sistema patriarcal se habría extendido hasta nuestros días, bajo la forma de un “patriarcado capitalista”. Según Mies, el sistema actual sigue reproduciendo aquel modelo del “hombre-cazador” que, en este caso, se apropia de forma violenta del trabajo de las mujeres, de las colonias y de la naturaleza.
Federici considera que uno de los puntos más fuertes del libro es señalar que la imposición violenta de formas de trabajo no asalariado (esclavitud, trabajo forzado y la domestificación de las mujeres) no está relegada solo a los orígenes del capitalismo. Estos procesos se seguirían reproduciendo de forma constante en el capitalismo hasta el presente. En la actual división internacional del trabajo, las mujeres del sur global tendrían un papel clave para el proceso de acumulación global. [2]
En polémica con el feminismo liberal y el feminismo radical, Mies señala que “la manera en la que las divisiones por sexo, clase y raza, o más bien, por el colonialismo, están interrelacionadas en nuestras sociedades no suponen un problema que pueda solucionarse únicamente mediante un acto de voluntad. (…) Un simple llamamiento a una mayor «sororidad» o a la solidaridad internacional no será suficiente.” Un señalamiento con el que coincidimos, al menos en este nivel general. No así en cómo se produce esa articulación y cuáles son las vías para luchar por superar el conjunto de las opresiones, como veremos a continuación.
Mies formula en su libro varias críticas al marxismo. Por un lado, retoma el planteo de las teóricas de la campaña sobre el trabajo doméstico acerca de que ese trabajo genera plusvalor y que, por lo tanto, se trataría también de una forma de explotación. Una posición con la que polemizamos en otros artículos y que puede leerse aquí, aquí y aquí. En segundo lugar, la autora retoma planteos de corrientes tercermundistas que tienden a identificar marxismo y colonialismo, como si este fuera un reduccionismo economicista. Sobre esta cuestión, hemos debatido aquí y aquí. No vamos a retomar estos debates en este artículo, para poder responder a otras cuestiones claves en su libro.
Mies considera que lo sujetos principales de resistencia al patriarcado capitalista son las mujeres del sur global y las comunidades indígenas y campesinas, relegando a un segundo plano el rol de la clase trabajadora. Al mismo tiempo, propone una estrategia autonomista de crear espacios alternativos en los intersticios del capitalismo. En este sentido, apuesta por la formación de economías locales autónomas y economías de subsistencia, donde el trabajo de la tierra y el trabajo de producción de la vida sean centrales. Estas hipótesis siguen siendo parte de muchos debates actuales. [3] Por eso, en este contrapunto abordamos la relación entre patriarcado, capitalismo e imperialismo, así como algunos debates sobre la estrategia para la emancipación de las mujeres y la clase trabajadora.
Patriarcado, capitalismo y acumulación primitiva
A pesar de sus críticas al marxismo, Mies señala que su lectura del trabajo de Rosa Luxemburgo La acumulación de capital tuvo un papel clave para comprender “las diferentes formas de relaciones laborales no asalariadas y su lugar dentro de un sistema de acumulación de capital”. Más allá de las polémicas que generó ese trabajo de Luxemburgo. [4], Mies destaca la idea de que la acumulación de capital necesita de un “entorno y estratos no capitalistas” para reproducirse. “Inicialmente estos estratos y entornos no capitalistas fueron los campesinos y los artesanos con su ‘economía natural’, más tarde lo fueron las colonias”, indica Mies. Y afirma:
Lo que su trabajo nos ayudó a desarrollar, de cara a nuestro análisis feminista del trabajo de las mujeres en todo el planeta, fue una perspectiva que iba más allá del limitado horizonte de las sociedades industrializadas y de las amas de casa de esos países. Ayudó además a trascender teóricamente las diferentes divisiones artificiales creadas por el capital, en particular la división sexual del trabajo y la división internacional del trabajo, gracias a las cuales se invisibilizan estas áreas, explotadas en las relaciones de trabajo no asalariadas y en las que las normas y las regulaciones relativas al trabajo asalariado quedan suspendidas. [5]
La relación entre acumulación capitalista y estratos no capitalistas nos lleva al debate acerca de la “acumulación primitiva”, una cuestión también muy en el centro del debate acerca de la dinámica actual del capitalismo. Veamos de qué se trata.
Marx analizó los mecanismos de “acumulación primitiva” en los orígenes del capitalismo. Estos incluyeron procesos de expropiación, cercamientos y apropiación de tierras y recursos comunales, expulsión de poblaciones campesinas, descomposición de formas tradicionales de producción, así como la esclavitud a gran escala, el trabajo forzado y la aniquilación de poblaciones indígenas como parte de la expoliación colonial. La clave de todos estos procesos era la separación de los productores -pertenecientes a sociedades precapitalistas- de los medios de producción, como una precondición para la acumulación de capital. Se trató de mecanismos impuestos mediante una enorme violencia, lo que llevó a Marx a sostener que el capital llegó al mundo “chorreando lodo y sangre por todos los poros”. [6]
Por su parte, autoras feministas entre las que se encuentran Mies y Federici incorporaron al estudio de la “acumulación primitiva” procesos como la cacería de brujas, junto con otros métodos para el control de los cuerpos de las mujeres. Estos implicaron el asesinato y la tortura brutal de miles de mujeres como parte de las técnicas de “domestificación” en un largo período de tiempo, en la transición del feudalismo al capitalismo. Según esta hipótesis, la persecución y represión se focalizó en aquellas mujeres que practicaban formas de medicina natural en comunidades precapitalistas, en aquellas que por ejercer oficios artesanales tenían relativa independencia económica o en aquellas que no se ajustaban a un modelo de sexualidad controlado por la Iglesia o el Estado. De esta forma, se impusieron -mediante la violencia- las fronteras entre las “buenas mujeres” y las “malas mujeres”, polaridad que marcó la domesticidad femenina de allí en más.
En palabras de Mies:
La caza de brujas que arrasó Europa entre los siglos xii y xvii fue uno de los mecanismos utilizados para controlar y subordinar a las mujeres, a las campesinas y las artesanas, mujeres cuya independencia sexual y económica suponía un peligro para el emergente orden burgués.
Los recientes estudios y la literatura feminista sobre las brujas y su persecución han sacado a la luz que las mujeres no cedieron pacíficamente su independencia sexual y económica, sino que resistieron de muchas y diversas formas contra el violento ataque de la Iglesia, el Estado y el capital. [7]
La incorporación de estos fenómenos aberrantes a la historia de la acumulación originaria permite atravesar esta con la cuestión de género, lo que significa un aporte importante. Sin embargo, lecturas como las de Mies o Federici tienden a sobreestimar la “autonomía” de la que gozaban las mujeres campesinas y artesanas en las sociedades precapitalistas. Sociedades que estaban marcadas por relaciones patriarcales fuertemente opresivas hacia las mujeres y forjadas en gran parte por la escasez. Como contracara, tienden a identificar de forma unilateral el desarrollo de las fuerzas productivas, la ciencia y la técnica con la consolidación de los mecanismos de dominación capitalistas y patriarcales (lo que se diría “tirar el agua sucia con el niño adentro”).
Mies señala que, con la extensión de las posesiones coloniales, se reiteraron múltiples mecanismos violentos de apropiación-desposesión. La creación de la figura de la mujer “salvaje” en oposición a la mujer “civilizada” fue también “el principio organizativo estructural de otras partes del mundo sometidas por el colonialismo capitalista”, afirma. En el mismo sentido, otras autoras han apuntado que mientras la ideología de la “domesticidad femenina” se imponía en la familia patriarcal, las mujeres de regiones coloniales quedaban fuera de esos parámetros, ya que eran esclavizadas o consideradas como mano de obra barata.
Ahora bien, Mies y Federici no se limitan a un análisis histórico. Ambas plantean como una cuestión central en la actualidad la reiteración de este tipo de procesos de “desposesión”. Es más -y aquí está uno de los centros de nuestra polémica- ubican allí la clave de la acumulación capitalista como tal, desplazando la centralidad que la relación capital-trabajo asalariado tiene en el capitalismo. Veamos cuáles son las consecuencias políticas y estratégicas de tal visión.
Neoliberalismo y acumulación por desposesión
En su libro El nuevo imperialismo (2003) [8] David Harvey elaboró tesis afines, planteando que la “acumulación por desposesión” se había transformado en una forma dominante de acumulación durante las últimas décadas. Esta incluye diferentes procesos: la expropiación de poblaciones campesinas y de pueblos originarios para el agronegocio y el extractivismo, pero también nuevos mecanismos de privatización o mercantilización de ámbitos que antes se encontraban por fuera de la valorización capitalista. Para Harvey, este tipo de procesos adquirieron tanta centralidad en las últimas décadas, con el auge neoliberal, que tendieron a desplazar a la “acumulación por explotación”.
A este planteo se le pueden hacer varias objeciones. En primer lugar, tal como explica Esteban Mercatante en una polémica con el autor [9], los mecanismos de desposesión más allá de la acumulación originaria no son una novedad, sino que han formado parte de toda la historia del capitalismo. Así lo explicaba Ernest Mandel en El capitalismo tardío:
El crecimiento y expansión internacional del modo de producción capitalista durante los dos últimos siglos constituye una unidad dialéctica de tres momentos. a] Acumulación continua de capital en el dominio de los procesos de producción ya capitalistas; b] Acumulación originaria continua de capital fuera del dominio de los procesos de producción ya capitalistas; c] Determinación y limitación del segundo momento por el primero, es decir, lucha y competencia entre el segundo y el primer momento. [10]
La polémica no se encuentra, por lo tanto, en saber si estos procesos de acumulación por desposesión existen y se siguen desarrollando en la actualidad. Es evidente que continúan siendo una forma de dar nuevo impulso a la acumulación de capital (la idea de una “selva virgen” para el capital). Más concretamente, en las últimas décadas, no solo hemos visto procesos de “desposesión” de comunidades campesinas e indígenas y grandes procesos de privatización de empresas públicas en los países imperialistas y la periferia. También se han impuesto procesos de “acumulación por desposesión” a gran escala con el avance de la restauración capitalista en Europa del este, Rusia y China. Estas regiones se convirtieron, efectivamente, en un pulmón para el capitalismo mundial, como parte del proceso de ofensiva neoliberal.
El debate más importante, entonces, no es si estos procesos persisten, sino si se han transformado en el nuevo corazón de la acumulación capitalista. Si fuera así, y la contradicción capital-trabajo (producción de plusvalor) ya no estuviera en el centro, esto tendría importantes consecuencias para la estrategia política. Mies defiende la primera hipótesis y, consecuente con ello, sostiene que los procesos de lucha contra la desposesión por parte de comunidades indígenas, sectores populares en barrios, campesinos, y especialmente las mujeres del “sur global” son los nuevos nodos estratégicos para la resistencia al capitalismo. Luchas populares protagonizadas de forma indiferenciada por grupos de la pequeñoburguesía urbana y rural, sectores proletarizados precarios, integrantes de la economía informal, etc. Y al no cumplir el trabajo asalariado un papel central en la acumulación capitalista, niega todo fundamento material a la necesidad de luchar por la hegemonía de la clase obrera en alianza con el resto de los oprimidos.
Pero Mies no solo niega la estrategia de la hegemonía obrera. Incluso va más allá, ya que sostiene una hipótesis de completa asimilación de la clase trabajadora de los países centrales al capitalismo, en particular los varones, a través del consumo y los privilegios que devienen de la posición colonial (sobre las mujeres, las colonias y la naturaleza). Según Mies: “los países en desarrollo se transforman cada vez más en áreas de producción de bienes de consumo de los países ricos, mientras que los países ricos pasan a convertirse cada vez más en áreas únicamente de consumo. El mercado mundial ha separado la producción y el consumo hasta un punto sin precedentes.”
Pero aquí no solo plantea una visión unilateral de esa polaridad norte-sur como si esta fuera equivalente a consumo-producción, sino también una división totalmente esquemática entre hombres-trabajadores y mujeres-amas de casa. Lo formula de este modo:
Esta tendencia está basada en la creciente convergencia en la división sexual e internacional del trabajo; una división entre hombres y mujeres ―los hombres definidos como trabajadores «libres», las mujeres como amas de casa no libres― y la división entre los productores (mayormente en las colonias y principalmente en las zonas rurales) y los consumidores (principalmente en los países ricos o en las ciudades). Dentro de esta división también se encuentra la división entre las mujeres principalmente como productoras ―en las colonias― y como consumidoras ―básicamente en Occidente. [11]
El esquema de Mies, que contrapone los “consumidores” de los países centrales a las productoras-amas de casa y comunidades rurales del sur global, se transforma en un bloqueo para desarrollar una alianza revolucionaria entre la clase trabajadora (feminizada y diversa) de los países imperialistas con la clase trabajadora y todos los oprimidos de los países semicoloniales. El punto nodal de las luchas se concentraría ahora en las periferias capitalistas, protagonizadas por mujeres, sujetos campesinos y no proletarios.
Desde el punto de vista teórico, el planteo de Mies encierra otras contradicciones. Por un lado, presenta un patriarcado de larga duración, de carácter casi ahistórico (algo esencialista). Este, como señalamos al comienzo, arrancaría con el modelo del “hombre-cazador” e iría cambiando sus formas hasta el “patriarcado capitalista” de la actualidad. Aquí, pareciera que la extracción de plusvalor ya no sería la clave, sino la apropiación del trabajo no remunerado de las mujeres, el extractivismo colonial y el expolio de la naturaleza. Pero a este tipo de trabajo también lo define como productor de plusvalor (esta ha sido una de las polémicas centrales entre las distintas corrientes que han buscado explicar la opresión de las mujeres en relación con las formas de producción y reproducción capitalistas). La consecuencia es que ya no queda claro qué significa esto y cuál es su especificidad. Una confusión de conceptos que no permite comprender ni los mecanismos de la explotación ni tampoco su relación con las opresiones bajo el capitalismo.
Mies escribía esto en 1986, un momento en que la idea del “fin del trabajo” permeaba el clima intelectual, algo que evidentemente se expresa en sus análisis. Sin embargo, vistas sus predicciones desde hoy, queda claro que no tenían asidero en la realidad. Aun tomando en cuenta la importancia de las deslocalizaciones de empresas hacia el “sur global” sería erróneo afirmar que los países ricos solo se dedicaron al consumo y el resto a la producción.
En los últimos 30 años la clase trabajadora no solo se extendió a todo el planeta, sino que la feminización de la fuerza laboral fue un elemento clave (tanto en el “norte” como en el “sur”). [12] Sostener, como hace Mies, que la producción en el sur global se asienta en la desposesión y un modelo de productoras-amas de casa es obviar el proceso de proletarización de amplios sectores de la población. Algunos ejemplos actuales sirven para mostrar lo errado del esquema preconcebido de Mies. Durante la pandemia, miles de trabajadoras de las zonas maquiladoras del sudeste asiático llevaron adelante importantes huelgas “salvajes” por su derecho a organizarse sindicalmente. Estas trabajadoras esenciales retomaron los métodos de la clase obrera y mostraron por esa vía que la contradicción capital-trabajo es un aspecto central que configura sus condiciones de existencia, aun cuando sus vidas también están cruzadas por el género y el racismo. Lo mismo puede decirse de otros grandes batallones de trabajadoras del “sur global”, desde enfermeras, maestras, cajeras de supermercados y limpiadoras.
Tampoco se ajusta a la realidad su descripción de la situación de las mujeres en el “norte global”. Lejos de haberse transformado mayoritariamente en “consumidoras” de lo producido por mujeres de las colonias, el ingreso de las mujeres al mercado laboral en los países capitalistas más desarrollados también ha sido significativo. Algo que, a su vez, generó una demanda de mano de obra de mujeres migrantes y racializadas para el trabajo doméstico, trabajos de cuidados y trabajos precarios. En las huelgas actuales de los almacenes logísticos de Amazon en Estados Unidos, por ejemplo, pueden verse los rostros de miles de mujeres latinas, asiáticas y negras, que son parte de esa nueva clase obrera junto a sus compañeros.
Los procesos de reconfiguración de la clase trabajadora en las últimas décadas y los cambios en la división internacional del trabajo muestran que la explotación del trabajo asalariado en el capitalismo se ha vuelto más central que nunca. Aún cuando esta se retroalimente con procesos permanentes de desposesión. Lo hemos visto durante estos dos años de pandemia, con las trabajadoras y los trabajadores esenciales jugando un papel central en la producción, circulación y reproducción en todo el planeta. Y mientras las luchas de las comunidades campesinas o de las mujeres contra el extractivismo han dado muestras de enorme combatividad, solo una perspectiva hegemónica de la clase trabajadora, que ocupa posiciones estratégicas en la economía global, puede dar golpes decisivos al capitalismo en sus centros neurálgicos, si de lo que se trata es de derrotar al capitalismo.
Mies no adhiere a esta perspectiva, mientras mantiene la ilusión “social” de que es posible crear espacios “comunes” de forma gradual en los intersticios del sistema. Una perspectiva que, cuando se traduce en iniciativas concretas, resulta además muy limitada, ya que se restringe a la formación de cooperativas rurales, campañas para boicotear productos de determinadas marcas, huertos urbanos o la ocupación de espacios sociales para el “bien común”. La idea de que es posible escapar del capitalismo sin combatir el Estado, sino esquivándolo. O iniciativas para “controlar” al capital financiero mediante una tasa a las operaciones especulativas. [13]
En su libro, Mies evalúa el fracaso de los intentos de conseguir una verdadera liberación de las mujeres en los países del llamado “socialismo real”. Pero mientras subestima las grandes transformaciones que llevó adelante en este sentido la Revolución rusa en sus primeros años, iguala bolchevismo con estalinismo. Desde su punto de vista, el problema estaría en los fundamentos: la idea de Marx de que el capitalismo ha sentado bases materiales para su superación por la vía revolucionaria se habría mostrado falsa. Y al negar esa posibilidad, la autora niega todo potencial emancipador. Solo queda resistir desde los márgenes o postular una especie de socialismo utópico que busca el regreso a un pasado idealizado.
La polémica con Mies, como señalamos al comienzo, tiene vigencia en tanto diferentes tendencias del feminismo autonomista o del feminismo popular tienen posiciones afines o la consideran una referencia teórica. Quienes no consideran la potencialidad del rol hegemónico que puede jugar la clase trabajadora (feminizada y diversa) junto al pueblo pobre, sectores campesinos o pueblos originarios, se resignan a resistir o sobrevivir en la miseria de lo posible. A diferencia de este tipo de hipótesis, desde el feminismo socialista apostamos por desarrollar la lucha de clases para que la clase trabajadora y todas las capas oprimidas se abran camino hacia el futuro, por la vía de la superación del capitalismo.
NOTAS AL PIE
[1] María Mies, Patriarcado y acumulación a escala mundial, Traficantes de sueños, Madrid, 2019
[2] Esta tesis es retomada por Silvia Federici en trabajos más recientes, por lo que reviste importancia para el debate.
[3] Paula Varela, La reproducción social en disputa: un debate entre autonomistas y marxistas, Revista Archivos, Año VIII, nº 16, pp. 71-92, marzo de 2020-agosto de 2020
[4] Isabel Loureiro, Rosa Luxemburgo y la acumulación primitiva permanente. La menos eurocéntrica de todos. Fundación Rosa Luxemburgo, Brasil. Disponible en: https://rosalux.org.br/es/la-menos-eurocentrica-de-todos/
[5] Mies, Ibídem
[6] Karl Marx, El Capital, Capitulo XXIV, La llamada acumulación originaria.
[7] Mies, Ibidem
[8] David Harvey, El nuevo imperialismo, Akal.
[9] Esteban Mercatante, “La lógica turbulenta del capital”, en Revista Ideas de Izquierda, disponible en: https://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/wp-content/uploads/20...
[10] Ernest Mandel, El capitalismo tardío, Ediciones Era, 1972.
[11] Maria Mies, Patriarcado y acumulación a escala mundial, Traficantes de sueños, Madrid, 2019
[12] Hay que aclarar que las categorías de “norte global” y “sur global” no son nada precisas. No explican, por ejemplo, que en el norte geográfico no solo hay potencias imperialistas, sino también países dependientes y semicoloniales; no da cuenta de la estructura económica del imperialismo; y además, en el “sur” tiende a homogeneizar los intereses de las burguesías locales con los de la clase obrera y sectores populares.
[13] Mies integra Feminist Attac, una plataforma reformista cuyo objetivo es imponer una tasa a las operaciones financieras como vía para “controlar” el poder de los grandes bancos y el capital financiero.