La Tradición Radical Negra es una imponente escuela crítica cuya influencia abarca revoluciones como la de Haití o las revueltas cimarronas contra el poder colonial en Jamaica, pero también campos tan amplios como el de la literatura, el arte o el pensamiento filosófico puro y duro. A ella pudimos acceder gracias al trabajo de, por ejemplo, Malcolm X o Angela Davis. Ellos nos abrieron la puerta a la obra de gigantes como Frederick Douglass, Harriet Tubman, W. E. B. Du Bois, Dusé Mohamed Ali, Marcus Garvey, C. L. R. James, Ida B. Wells; pero también a la de Aimé Césaire, Frantz Fanon, Ella Collins o Amílcar Cabral, entre tantas y tantos otros. Sin embargo, la lectura del trabajo inabarcable de Cedric J. Robinson transformó para siempre nuestra manera de acercarnos a eso que el autor, inspirado en la lucha de la militancia negra contra el apartheid sudafricano, llamó «el capitalismo racial».
La influencia, reconocida o no, de Robinson en el movimiento antirracista internacional es simplemente monumental. Por eso, la traducción (a cargo de Juan Mari Madariaga) y publicación en castellano de la obra Black Marxism. The making of the Black Radical Tradition (1983), por parte de la editorial Traficantes de Sueños representa una gran noticia para el público hispanohablante.
‘Marxismo negro’, un libro inigualable
El libro de Cedric J. Robinson, quien además de militante fue profesor en el departamento de Estudios Negros de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de California, se ocupa de rastrear la aparición y sistematización del racismo, atendiendo a sus mutaciones, a sus consecuencias ideológicas, culturales y sociales. En esta genealogía inhabitual de lo que él llama «el cálculo racial», el violento encubrimiento de los pueblos africanos fue central dada la importancia fundamental de la esclavitud transatlántica en la construcción material y epistemológica del mundo moderno. Eso que llamamos racismo se prepara, no obstante, mucho antes, en el seno del territorio que hoy conocemos como Europa.
Es decir, los orígenes sociales, psicológicos y culturales del relato racial se anticipan al capitalismo y forman una pieza organizadora del propio sistema mundo. Ese es uno de los muchos argumentos fundamentales de este ensayo escrito hace casi 40 años. El desarrollo histórico del capitalismo, afirma el ensayista, fue influenciado por las particulares fuerzas del racialismo y el nacionalismo europeo; por lo tanto, es insuficiente afirmar que la civilización europea es producto del capitalismo. Al contrario, el sistema capitalista, en toda su complejidad, solo puede ser entendido adecuadamente si es analizado considerando el contexto histórico, cultural y social en el que emerge. El capitalismo, por lo tanto, no produce una civilización, sino todo lo contrario: es la civilización occidental la que produce el capitalismo.
En palabras de Robinson: “La comprensión de la configuración particular de la ideología racista y de la cultura occidental tiene que ser revisada históricamente (…). El racialismo insinuaba no sólo las estructuras sociales, formas de propiedad y modos de producción medievales, feudales y capitalistas, sino también los mismos valores y tradiciones de conciencia a través de los cuales los pueblos de estas épocas llegaron a comprender sus mundos y sus experiencias”.
Y si la ideología racial es uno de los principios que intoxican la racionalidad occidental, no podemos mantener más el equívoco de que nos enfrentamos a una simple derivación de la economía política ni a una superestructura del capitalismo global. El racismo no es entonces una herramienta o una consecuencia del capitalismo, tal y como se viene afirmando desde la izquierda eurocentrada, sino que el propio capitalismo es racial. Estas observaciones albergan consecuencias abismales no solo para el antirracismo crítico, sino para todo el campo político progresista.
Así, Robinson se embarca en una revisión arqueológica de la Resistencia Negra que revisa legados, resitúa prioridades y presenta formas de lucha que han sido tradicionalmente invisibilizadas. Esto le ayuda a reconectar con una antigua tradición radical de la que forma parte, no para construir símbolos sentimentales, sino para destapar una línea de continuidad en la articulación de respuestas políticas y visiones críticas por parte de los pueblos africanos desde la misma conformación de la Europa imperial hasta la actualidad. Y desde esas coordenadas, consciente y revestido de dignidad, se encuentra un sujeto político colectivo que no necesita a Europa para revitalizar y explicar su propia herencia revolucionaria.
Marxismo y antirracismo
La relación de este histórico texto con el marxismo se muestra a través de un diálogo que se modula entre el acercamiento y la lejanía, entre el reconocimiento, la tensión y la ruptura. Pero es imposible comprender esta sutil intermitencia sin atender a lo siguiente: la influencia del racialismo en la conciencia de la inteligencia radical de la izquierda europea. El marxismo se edifica en el seno de una genealogía cultural determinada, de una etnicidad –si se prefiere el término– situada geopolíticamente en una historia y en un territorio, cuestión en la que el mismo autor profundizaría con más ahínco a través de An Antrophology of Marxism (2001), otro texto de extraordinario valor que ojalá algún día también esté disponible en castellano.
Según Cedric J. Robinson, si esta evidencia es invisibilizada se debe al efecto de una de las grandes limitaciones intelectuales del materialismo histórico: el olvido de los profundos efectos de la cultura y de la particularidad de la experiencia histórica en la conformación de su propia perspectiva.
El exhaustivo mapeo realizado por el intelectual a través del fenómeno de la esclavitud, del surgimiento de la clase trabajadora y la burguesía, de la democracia moderna vista a través de las lentes de los intelectuales radicales negros y sus élites en la metrópoli; todo ello contribuye a romper con la enfermiza necesidad, heredada de la mentalidad colonial, de acudir a un análisis marxista de las revoluciones negras. Sin embargo, esta ruptura implica una relación de diálogo con el propio marxismo.
La lucha de clases –cabría matizar que se habla aquí de una forma mediocre de entender la lucha de clases– por lo tanto, se revela como una óptica insuficiente para explicar, tanto las formas de opresión que se ponen en marcha a través del colonialismo y la esclavitud como las formas revolucionarias de resistencia y liberación que las comunidades afectadas presentan para combatirlas. A propósito de esta cuestión, Robinson dedica gran parte de su ensayo a mostrar la compleja y rica relación crítica que autores de la tradición radical negra (como W. E. B. Du Bois, C. L. R. James o Richard Wright) articulan con el comunismo de sus épocas.
Otras críticas, otras posibilidades
Buena parte de la izquierda eurocentrada ve en los legados de los sujetos oprimidos de la colonia y la plantación, así como de su descendencia en la metrópoli, nada más que gestos tradicionalistas, aspavientos folklóricos, rudimentos supersticiosos o particularismos que deben ser superados si la voluntad de los individuos sometidos es la liberación. Pero ya lo hemos dicho: este falso y tóxico sentido de superioridad tiene, de hecho, consecuencias materiales en la construcción de la izquierda occidentalizada.
Afincados en tal pedestal, numerosos intelectuales de la izquierda han producido una pedagogía bienintencionada (y torpe) que no supera el paradigma colonial. Sigue promulgando la condescendiente idea de que a través de una suerte de tolerancia estratégica los no blancos abandonarán sus legados, sus saberes y abrazarán la modernidad occidental. Se trata de un paternalismo que pasa inadvertido por su frecuente sofisticación y que explica en gran parte las dificultades en las alianzas entre los movimientos antirracistas y la izquierda convencional.
Pues bien, si hay una obra crítica capaz de mostrar de forma implacable la incapacidad del marxismo tradicional para desvelar el carácter racial, no solo del sistema capitalista que enfrenta sino del proyecto civilizatorio en el que nace su propia narrativa de liberación política, esa es, sin duda alguna, Marxismo negro. La formación de la tradición radical negra. Esta reconsideración crítica de los límites culturales del llamado radicalismo europeo sigue representando una tarea pendiente, especialmente en un contexto asediado por la propaganda racista de la ultraderecha y por el servicio que las instituciones del Estado (conscientemente o no) hacen a la misma.
Importación, posmodernidad y otras confusiones
Marxismo negro no tiene por qué representar un enfoque definitivo e incontestable, pero viene a remover los cimientos de una forma mediocre de entender el racismo y el capitalismo que no tiene absolutamente nada que ver con la posmodernidad. En vista de esto, no faltarán entonces quienes afirmen que estos debates son importados.
Nadie en su sano juicio acusaría a las feministas españolas de importar debates por estudiar con seriedad el trabajo de Simone de Beauvoir o de Gloria Steinem; así como nadie lo haría para deslegitimar a los marxistas y anarquistas que traen al terreno conceptos y discusiones originadas en otras épocas, en otros lugares y desde otras identidades, a no ser, claro está, que Engels, Bakunin o Kropotkin nacieran en Cuenca. Así bien, este ensayo monumental es parte de una gran tradición crítica de la que toda la humanidad haría bien en beber, ya que otorga claves para comprender mejor la naturaleza del conflictivo mundo en el que nos encontramos y para repensar las herramientas de las que disponemos para darle, ahora sí, la vuelta a la tortilla.
Una última advertencia. Para la izquierda de este territorio sería tentador construir otro fetiche con la literatura radical negra norteamericana, ya que, desde su agenda, se ha elaborado un discurso antirracista o decolonial –cuando ha ocurrido– que se dirige hacia realidades lejanas y ajenas a su cotidianidad. Es sintomático que muchos de los mismos intelectuales y militantes europeos que encumbran, por ejemplo, el Black Lives Matter estadounidense no tengan ni la más remota idea de qué le está ocurriendo a los pueblos que sufren y combaten el racismo desde hace siglos en su propio hogar.
Esta realidad toma especial relevancia después de que el asesino de George Floyd haya sido declarado culpable de todos los cargos. Y quizás la mejor manera de honrar la memoria de Floyd es exigiendo justicia, también, para las víctimas del capitalismo racial y sus familias aquí, en nuestra propia casa. Esa es la forma más adecuada de contrarrestar los perjudiciales efectos de una mirada que tiende a escapar de su materialidad, de su historia y de sus propias condiciones sociales. Así que acerquémonos a este libro que, tal y como dice el compañero Mario Espinoza, es infinito prestando atención, al mismo tiempo, a las voces de la Tradición Radical Negra del Estado español y a las del movimiento antirracista crítico en general.
Buena lectura y, sobre todo, memoria, dignidad y justicia.