Si no queremos volver a una especie de feudalismo social, a una forma de nueva Edad Media pero tecnologizada, si queremos encarar con alguna garantía no ya el futuro sino el presente más inmediato, conviene ponerse a cavilar y a actuar a toda velocidad. Pero con rigor y realismo, claro.
Emmnauel Rodríguez lleva mucho haciéndolo, desde diferentes colectivos políticos autónomos, desde la Fundación de los Comunes y el Observatorio Metropolitano de Madrid, o publicando, junto con Isidro López, también en Traficantes de Sueños, Fin de ciclo. Financiarización, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano. Su nuevo libro, Hipótesis Democracia, está compuesto por quince tesis, con los correspondientes excursos que acompañan a algunas de ellas, y un epílogo cuyo título sintetiza, en cierto modo, el desarrollo y objetivo de la obra: “Democracia y república. Apuntes sobre el nuevo federalismo europeo”.
Los planteamientos son claros y contundentes, y alguos de ellos, a estas alturas, deberían resultar obvios: la crisis europea no tiene solución; la financiarización es hoy la forma social y económica del capitalismo y, también, una solución inviable a medio plazo a sus contradicciones; esta crisis es una crisis sistémica que se muestra como la incapacidad para producir nuevos marcos de regulación institucional para el capitalismo, tanto a nivel europeo como global; es una crisis revolucionaria cuyo precedente es el '68, de forma que los problemas que entonces se ventilaron son similares a aquellos a los que ahora nos enfrentamos; las formas de gobierno de la globalización financiera son la respuesta contrarrevolucionaria a los desafíos sesentayochistas, al tiempo que las formas de resistencia allí surgidas frente a la contrarrevolución política y cultural victoriosas, constituyen a la vez nuestra herencia y nuestro límite, de ahí, que la actual conyuntura exija repensar, actualizándolos, los eternos problemas de la táctica, la estrategia y la organización; decir revolución es decir democracia, España no es una democracia y la degeneración del régimen que la simula y disimula es irreversible, siendo el 15M tanto causa como consecuencia de su crisis, por todo ello la hipótesis política es hoy abrir ya un “proceso constituyente”, pues no sabemos cuánto durará la coyuntura, asumiendo que la revolución, esto es, la democracia, será europea o no será.
A partir de estas posiciones convincentemente razonadas, se aportan desarrollos más que interesantes acerca de algunos de los momentos álgidos de los procesos revolucionarios modernos, desde la revolución política inglesa en el movimiento por la Carta hasta los movimientos sociales, los procesos constituyentes y los gobiernos progresistas latinoamericanos, pasando por la Comuna parisina, la socialdemocracia europea (más bien la alemana), la revolución rusa y el maremoto de los años 60, además de un excurso sobre política y organización en la era de Internet.
Es mucho, como vemos, lo que se intenta abarcar, muy compleja la problemática que se dilucida, y decisivas las respuestas. Comprometido, convencido, esperanzado, Emmanuel Rodríguez, muy influido por el postoperaismo italiano, privilegia algunos elementos del '68 y sus consecuencias con , pienso, demasiado entusiasmo y cierta indulgencia que ocultan algunas auténticas aberraciones, o deposita en internet y las conexiones y formas de organización que virtualmente ofrece un optimismo exagerado que parece prudente no compartir demasiado. Tambień escoge con cierta arbitrariedad los ejemplos latinoamericanos o despacha con excesiva indiferencia aspectos fundamentales de la revolución de octubre. No es, tampoco, evidente que revolución sea igual a democracia, es, más bien, un anhelo no confirmado ni por la historia ni por la teoría. De cualquier forma, aparte de que puedan compartirse o no ciertas valoraciones e interpretaciones históricas o proyectos inmediatos, la importancia del libro es grande: por los análisis que lleva a cabo para desenmascarar una crisis largamente anunciada que no se ha convertido sino en una excusa para legitimar el regreso a formas predemocráticas y contrarias a cualquier derecho que se tenga por tal para domeñar a los súbditos, que ya no ciudadanos, y permirtir al capitalismo senil deambular por la historia causando estragos; y por dar una especie de voz de alarma que llama, ahora mismo, a organizarse, a resistir y actuar, a inaugurar un cambio de régimen ya impostergable que constituya una nueva república, una verdadera democracia y un mundo en el que se gobiernen los hombres y las mujeres a sí mismos: ni esclavos, ni proletarios, ni súbditos, ni mendicantes. Durante mucho tiempo a eso se le llamó comunismo. Emmanuel Rodríguez no lo hace. Da igual, pueden usarse otras palabras, lo importante es que su promesa, ahora anunciada, se aproxime.