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Hay capas de tiempo, prosa sedimentaria, en Almanaque de Péter Nádas. Se suceden los meses y las geografías de un año, a caballo de 1987 y 1988, para el que no hay más calendario que el recuerdo y el porvenir. Se abren cortes axiales, hendiduras de luz, galerías que comunican tiempos, lugares, personas: el otoño húngaro de 1956, el dominio soviético, la esperanza de un mundo liberal sostenido por la cortesía y la inteligencia, el amor al propio cuerpo en el cuerpo ajeno, el amor, el sexo en sus órganos, la pasión de una motoazada para roturar el campo, Berlín occidental cuando el Muro, las manos sobre el suelo de arcilla de una casa en el campo, la última sonata para piano de Beethoven en las manos de una anciana enferma de muerte, el amor.
Si narrar es «la esperanza de la razón frente al destino», la prosa de Nádas, demorada, alcanza en esta novela acaso biográfica, bellamente traducida, el milagroso espacio de la poesía: las palabras pesan y vuelan, y el relato, en libertad, funda su propia poética.
«Dos años son menos que uno. Un año es menos que un mes. Un mes es menos que un único día, y un día es mucho menos que un solo minuto», así Péter Nádas, así Almanaque.