Para envío
Al contrario de lo que nos hizo creer Platón, la batalla humana no se libra entre las sombras y la luz sino entre la penumbra y las sombras. O digamos ?para hacer justicia a Platón? que hay que dar la batalla entre las sombras y la luz con la esperanza de alcanzar, a lo sumo, un cierto estado de penumbra. No sé cómo se dirá en japonés, pero es muy evidente, leyendo su ensayo, que Tanizaki estaba reivindicando la penumbra, no la sombra y mucho menos las sombras. Somos seres penumbrosos, los humanos, cuando no somos sombríos; y con la penumbra, sol entre el follaje, picnic sobre la hierba, conservamos la belleza difícil, la razón temblorosa y la tierra herida. Durante algunas décadas hemos creído poder pasar, a fuerza de aceleración capitalista, de la penumbra a la luz; ahora nos damos cuenta de que, al revés, por ese camino, estamos a punto de dejar la penumbra, donde el asombro era aún posible y los alisos daban sombra, para pasar a las sombras, donde nos esperan los muertos airados en el sol terrible del mediodía. Ay, qué ganas de labrar lentes, de pensar despacio, de retener árboles y contar piedras, de cogerte la mano en la penumbra sin lámparas de un larguísimo atardecer.
Frente a las montañas de espuma, a los gritos, a las palabras gastadas de una época polarizada, crispada, en la que las sociedades parecen haber olvidado el Gran y Terrible Secreto del siglo XX, Santiago, creo, tengo esa seguridad, ofrece su carácter desprovisto de enfermedad. Es decir, su carácter desprovisto. Sobrio. Que intenta renombrar palabras y hechos con esa difícil materia. Que se comporta con la levedad del fabricante de tapones, si bien fabrica botellas.