El libro Democracia e Islam, ¿una relación imposible? aporta una reflexión colectiva que es valiente y además oportuna. Frente al predominio de lo políticamente correcto, los cinco capítulos que incluye la obra ahondan en temas particulares que, vistos en conjunto, ponen de manifiesto las dificultades existentes ayer y hoy a la hora de tratar de armonizar los valores democráticos y los emanados de una interpretación más o menos estricta del Islam.
Una aproximación histórica nos demuestra cómo los intentos modernizadores vividos, por ejemplo, en el Egipto de la primera mitad del siglo XIX bajo el liderazgo de Muhammad Ali, en la moderna República de Turquía fundada por Mustafá Kemal tras abolir el Califato en 1924, o en el Irán de la dinastía Pahlevi durante buena parte del siglo XX chocaron con obstáculos impuestos por sectores clerical-conservadores, que acusaron a aquellos de desviarse del Islam y de dejarse influir por ideas infieles.
Ayer tales frenos procedían de sectores sociales concretos y hoy lo siguen haciendo dinamizados además por Estados que han decidido, con mayor o menor intensidad, hacer de sus políticas exteriores herramientas para diseminar visiones que, desde el punto de vista de nuestros valores, son retrógradas y algunas claramente inaceptables. Estados que van desde Irán hasta Arabia Saudí pasando por Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait o Turquía.
Además, dos dimensiones concretas permiten aprehender los contenidos más rechazables de la ideología islamista. Por un lado, el activismo yihadista -activo desde Afganistán hasta Oriente Próximo pasando por el Sahel en los escenarios aquí estudiados- y la ideología que los alimenta, el yihadismo, incompatible con la democracia aunque grupos islamistas más o menos radicalizados se aprovechen en ocasiones de la misma para lograr visibilidad y poder. La otra dimensión muestra cómo dicho islamismo, más o menos radicalizado, priva a la mujer de protagonismo e incluso de visibilidad en la sociedad.
