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Madrid, mediados de los 80. Mientras Almodóvar y McNamara cantan Me voy a Usera a hacer la carrera, algunos chavales de barrio empiezan a poner su firma en la pared. Les inspira la agresividad de los logotipos de las bandas heavys, las consignas del rock radikal vasco, las firmas de Muelle y Bleck la Rata. El olor a pintura engancha y el pasatiempo va a más, arrasando las paredes de todo Madrid. Anteno se ofrece como maestro de ceremonias para devolvernos aquella época y aquellas firmas. Muchos adolescentes como él fueron la pesadilla de los servicios de limpieza municipales y, con todo, formaron parte del decorado urbano, siendo sus pintadas un grato recuerdo para muchos.
La Polla Records saca en ese momento No somos nada, y ese lema define perfectamente el mensaje que da el autor de lo que es el grupo de pintores del que se siente orgulloso partícipe. Cuando en Madrid nadie conoce -ni ellos- la palabra graffiti, estos superhéroes de barrio, con muchas más ganas que medios, ya lo hacen, y sin duda dejan un legado importante que recordar, escribiendo las primeras páginas de la historia del graffiti madrileño.