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Desde el inicio de las civilizaciones, el arte ha estado al servicio de distintas instancias de poder. Para los reyes, los faraones, la Iglesia, los emperadores, dictadores e, incluso, gobernantes democráticos, el arte es una herramienta propagandística más a través de la cual comunicar sus intenciones de poder, bien sea mediante encargos oficiales o gracias a un uso estratégico de obras preexistentes. El arte le es de utilidad a estas instituciones y, en numerosas ocasiones, esa utilidad ha sido la que ha motivado los rasgos estéticos de distintas épocas: por ejemplo, Egipto y su colosalismo remiten a la deificación del faraón, al igual que el tenebrismo pictórico del Barroco católico movía a la devoción de la población en el siglo XVII.
El poder del arte, de Elena Bellido Pérez, es un recorrido histórico por los entresijos de las artes plástico-visuales con la propaganda gracias al cual descubrimos que desde las Pirámides de Keops hasta el Guernica de Picasso, pasando por la Torre Eiffel o la Primavera de Boticelli, el arte siempre ha sido utilizado por los poderes políticos y religiosos. Asimismo, profundizando en las relaciones entre arte y poder, El poder del arte aporta una propuesta teórica sobre los distintos usos que el poder le puede dar al arte, y ofrece herramientas críticas que permiten identificar y comprender la instrumentalización propagandística de las obras.
Como decía Pablo Picasso: "No, la pintura no se hace para decorar apartamentos. Es un arma de guerra para atacar al enemigo y defenderse de él".