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El europeísmo ha acabado siendo el peor enemigo de Europa. Ha construido una Europa sin contenidos concretos, dispuesta a martirizar a través de la austeridad a pueblos enteros, como en Grecia, Portugal o España, con una ciega obstinación a la que es preciso poner fin. Mas allá del desastre económico al que nos ha conducido, su mayor defecto es político: su absoluto desprecio a la expresión de la soberanía popular.