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Roberto Bartual desgrana los mecanismos mediante los cuales se articula la secuencia, comenta críticamente las aproximaciones de otros a la materia y se detiene en ejemplos concretos. Esos ejemplos, que van desde los pioneros Hogarth o Töppfer hasta Chris Ware, pasando por Alan Moore y Dave Gibbons, Jack Kirby, Hergé o Los conejitos suicidas de Andy Riley, se van incorporando de un modo orgánico en el discurso, de forma que vuelve a ellos con frecuencia y convierte la lectura en una experiencial similar a la lectura de un cómic: lineal, pero, al mismo tiempo, panóptica. Las ideas de Bartual se despliegan con aparente sencillez en forma de árbol o de edificio y, al terminar la lectura, tenemos en nuestra cabeza un esquema interpretativo, una panoplia de herramientas que buscan no solo describir, sino también interpretar, aportar algo de luz acerca de los sentidos e intenciones de los dibujantes, pero también acerca de cómo funciona realmente el lenguaje visual.