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Todos los nombres beben nos habla en dos lenguas a la vez con un mismo cuerpo y crece a raíz desnuda en múltiples direcciones. Es un mapa, un álbum de fotos, un herbario, un pequeño cuaderno, un árbol genealógico, la hoja de un haya. Fran nos tiende una mano al principio me imagino hasta que se te hagan los ojos rapacín dice, con la otra chasquea los dedos me imagino ese es el camino del agua dice. Repite todos los nombres en voz alta porque así los hace visibles, presentes, suyos, y no tiembla al articular lo oscuro ni lo violento, se zambulle en el barro porque sabe que allí encontrará la memoria de todo lo que una vez estuvo vivo. Una memoria que se aleja de ser único cauce para convertirse en tejido rizomático. La oscuridad cría patatas y babosas. La limpia con cuidado, le afila los bordes y nos la confía, para que por un momento también pueda ser nuestra. Yo que nunca en mi vida había visto un hórreo, he sentido al corzo huyendo tras las campanas de la iglesia, me he acostado al lado de haya, le he pedido consejo y nos ha llovido encima. Ojalá podáis hacer lo mismo.
Del prólogo de Juan Carlos Panduro.