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A mediados del siglo XIX, Charles Baudelaire tradujo, glosó y adaptó al francés Confesiones de un opiófago inglés, de Thomas de Quincey, publicado en 1821 y al que seguiría, más de dos décadas después, Suspiria de profundis. Su adaptación acabó siendo una mise en abîme que permitió a Baudelaire imbricar sus impresiones y juicios particulares así como su práctica poética en la obra del ensayista inglés, a quien consideraba «su hermano mayor». Flaubert, Glatigny o Barbey d'Aurevilly no escatimaron elogios hacia la obra, cuyo éxito literario radicaba en la forma que Baudelaire había logrado conferirle. Su atmósfera dramática, resultante no sólo de la concentración de materiales provenientes de las Confesiones y los Suspiria sino también de la selección de los pasajes traducidos, conseguía a un mismo tiempo reformular la obra de De Quincey (reduciendo el original inglés casi a la mitad y eliminando del mismo la mayor parte de sus digresiones) y dialogar con ella en un ámbito propio, a mitad de camino entre la crítica y el apunte biográfico. Recuperada ahora en la excelente versión de Carmen Artal y presentada por el narrador y ensayista Cristian Crusat, de su lectura puede desprenderse el desarrollo último de ese proyecto estético consistente en comparar el estado propiciado por el consumo de opiáceos con el paraíso poético que todo creador anhela alcanzar.