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Las transformaciones agrarias del XVIII y XIX, la liquidación de la economía precapitalista, campesina y tradicional, así como los lazos de solidaridad y afiliación primaria de las comunidades rurales; las migraciones con el horizonte de una proletarización con salarios al límite de la subsistencia, y la consiguiente necesidad de perpetuar día tras día su condición de asalariados; el estigma de género sobre las mujeres, sin autonomía, ligadas al control patriarcal en la casa y la sociedad en conjunto, cuyas iniciativas para ganarse la vida terminaban en el prostíbulo o en la vivienda de un burgués de sirvientas; impedidos, enfermos, locos, excluidos como los gitanos o de espíritu libre como los vagabundos impenitentes que no solo no pueden trabajar, sino que lo rechazan visceralmente; o sencillamente los caprichos de la corte o del gobernador local de turno para la organización del buen gobierno (policía) de la ciudad. Realmente es un monstruo, un monstruo indestructible que puebla las sociedades de la Modernidad, siempre atento, al acecho...y perseguido.