​​​​​La hidra de la revolución

Verónica Gago
Libro reseñado: 
Jacobin América Latina
08/11/2021

La obra clásica de Peter Linebaugh y Marcus Rediker cumple veinte años, pero la historia que cuenta es la de una resistencia inmemorial a la conquista capitalista.

Hay libros cuyas páginas nos sumergen en las corrientes más hondas de la historia. Ese es, sin dudas, el caso de La hidra de la Revolución. Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico, de los historiadores estadounidenses Peter Linebaugh y Marcus Rediker.

Embarcarnos en este libro implica acoplarnos al ritmo de una travesía en la que nos encontramos con personajes multifacéticos y narraciones que, con su propio oleaje, nos dan acceso a una época pero, sobre todo, nos hacen comprender lo que significa el movimiento del mundo.

No por casualidad se amontonan los términos acuáticos. La historia del Atlántico, la cuenca hídrica que determina la historia del siglo XVI hasta inicios de nuestra época, es también la historia subterránea de los orígenes del capitalismo como régimen que conecta tres continentes a través de las aguas. Europa, África y América tienen su zona común en el Atlántico y, justamente por ese ensamblaje oceánico, la economía capitalista es global desde su inicio.

Pero, ¿qué sucede en ese espacio azul que estructura la mundialización colonial? Si algo nos hacen descubrir Linebaugh y Rediker es precisamente que el océano no es un espacio liso o una superficie de mero tránsito y circulación. Es una cartografía que anima a pensar los fundamentos de la condición obrera a escala global. A esa condición obrera los autores la califican de «hídrica»:


La hidra se vuelve un medio para expresar la multiplicidad, el movimiento y la conexión, las grandes olas y corrientes planetarias de la humanidad [...]. Las multitudes que se reunían en el mercado, en los campos, en los muelles y en los barcos, en las plantaciones, en los campos de batalla. El poder de los números se veía ampliado por el movimiento, ya que la hidra viajaba y se desplazaba, o era desterrada o dispersada en diáspora: era transportada por los vientos y las olas más allá de las fronteras del Estado nación. (27)


El Atlántico es un punto clave en la formación de una «clase multiétnica» que funciona como el cimiento transnacional del capitalismo como régimen de apropiación y conquista. Narrar a esa clase trabajadora «variopinta» desafía, dicen los historiadores, tanto la comprensión que circunscribe la clase en los marcos estatal-nacionales como el silenciamiento sobre la represión de la que fuera objeto durante su propia constitución. Según la tesis de este libro, esa clase plebeya se forma en los barcos.

Pero la clase obrera viene de más atrás. Más concretamente: de los procesos de expropiación y empobrecimiento de quienes se vieron forzadxs a ser mano de obra «liberada» luego de los cercamientos y despojos de tierras en Inglaterra y en Irlanda, de quienes eran criminalizadxs por las nuevas leyes que protegían la propiedad privada tras limitar el acceso a los bienes comunes, de desocupadxs obligadxs a deambular sin sustento, de quienes eran compradxs y vendidxs como esclavxs en África, el Caribe y América, de las mujeres aterrorizadas por las quemas de brujas: «A la caótica clase obrera —cuentan los autores— se le había dado una nueva forma, que además era muy productiva: tanto si cobraban un salario como si no» (p. 82).

Si el barco se convierte así en un lugar de convergencia y reunión, también es la antesala de la plantación (esa «prisión sin muros»), donde se experimenta la dureza del trabajo a destajo y del encierro. Pero es una vez en las aguas que esa formación de clase multilingüe toma consistencia y nutre un microcosmos rebelde, tejido a través de los lazos de cooperación entre quienes habían sido despojadxs de todo. La dimensión proletaria deviene así casi sinónimo de condición migrante porque se constituye en dos movimientos de desplazamiento: el despojo y el viaje.


El Sea-Venture

El episodio con el que empieza la historia de este libro es impactante: el naufragio de uno de esos barcos, el Sea-Venture, ocurrido en Las Bermudas en el año 1609. La particularidad es que del accidente sobrevivieron todxs lxs pasajerxs, «propiedad» de la Virginia Company de Londres que lxs llevaba como trabajadorxs para sus plantaciones. La isla a la que arribaron resultó ser una suerte de paraíso de abundancia que les permitió a muchxs aferrarse a su libertad recién conquistada. Una fuga inesperada, accidental, que encontró la tierra prometida. Ese naufragio no fue un hecho menor. Inflamó la imaginación política y literaria y se convirtió en la «materia prima» de La tempestad, famosa obra de William Shakespeare estrenada en 1611. En la isla, entre lxs proletarixs náufragxs, crecieron nuevos ímpetus para las tradiciones populares anticapitalistas, capaces de desafiar los planes coloniales y de proponer utopías convivenciales y protocomunistas.

Como explican los autores, se arma allí un experimento de cooperación que combina a marineros, peones, artesanxs, campesinxs, esclavxs e indixs de América. De allí que, con la información que traían y llevaban los marineros en los bares, Shakespeare diera cuerpo a la conspiración que traman es esclavo con saberes campesinos llamado Calibán, el bufón Trínculo y el marino Stephano para apoderarse de una isla. Linebaugh y Rediker nos dejan entender, con maestría en el uso de archivos, que la imaginación «europea» no es metafísica ni puramente libresca sino que en ella reverberan las crueldades de la historia colonial: «Shakespeare eludió esta cruda realidad [colonial] en su obra,pero tanto él como sus amigos de la Compañía de Virginia sabían que la colonización capitalista dependía de estos horrores» (p. 59).

Linebaugh y Rediker se dedican a identificar también a quienes construyeron la infraestructura de esas expropiaciones: quienes hacían el trabajo de expropiar y cercar las tierras para hacerlas «productivas» (es decir: quienes debían ocuparse de talar bosques, desecar ríos y drenar pantanos), quienes construían los puertos y los barcos, quienes los mantenían y hacían las tareas domésticas. Nos muestran así, con el detalle de permitirnos ver cómo se monta una época, dos locaciones clave del capitalismo transatlántico: el puerto y la plantación. El puerto y la plantación se corresponden, además, con un tipo determinado de ciudad y de campo y, por supuesto, con un tipo de espacio fluvial y marítimo, pues el puerto y la plantación son impensables sin una zona de aguas específica. Las resonancias de estos razonamientos con los debates actuales, con la centralidad que siguen teniendo esas locaciones para el capitalismo financierizado, no dejan de ser llamativas.

El libro también informa con detalle que el proceso de formación de la fuerza de trabajo es inseparable de horcas, cárceles, hogueras, torturas y otras formas de terror. De hecho, ocupa un papel central el ensañamiento con las mujeres, la conversión forzosa de «profetisas a proletarias», el control de la reproducción y la persecución de toda la espiritualidad asociada a las prácticas heréticas de las sirvientas y criadas, que ponía en riesgo el negocio de la esclavitud.

Ese proceso es el que ha investigado de manera brillante Silvia Federici en su ya clásico Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpos y acumulación originaria (citado reiteradamente por Linebaugh y Rediker). No es casual que Federici recurra también a los personajes shakesperianos para hablar del rebelde anticolonial Calibán como figura proletaria mundial, aunque también rescata del segundo plano que ocupa en La tempestad el personaje de la bruja, para comprenderla como encarnación de las figuras femeninas insumisas que el capitalismo tuvo que doblegar, embridar y quemar para poder despegar: herejes, curanderas, mujeres obeah que envenenaban la comida de sus amos e inspiraban a los esclavos a rebelarse, mujeres que lideraban gremios, etc.


La hidra

La hidra de la revolución cubre dos siglos y medio y, además de recorrer hechos no tan conocidos, como la guerra de cimarrones en Jamaica (1720) y la conspiración de Nueva York (1741), desmenuza las teorías y legislaciones estructuradas para justificar el empuje de la «prosperidad» capitalista, permitiéndonos escuchar una suerte de concierto que avanza en conjunto para caracterizar a un enemigo que, dicen, es como «una hidra de mil cabezas».


Sir Fracis Bacon, canciller y filósofo inglés, decía que la hidra estaba hecha de «enjambres, manadas y chusma» que se encontraba en «las comunas rurales y el populacho urbano». Su secretario, el luego célebre filósofo Thomas Hobbes, repetía también el dilema de Hércules: si se cortan solo algunas cabezas, la hidra policéfala y revolucionaria vuelve a multiplicarse. Otra vez, las grandes teorías políticas aparecen aquí iluminadas como respuestas a organizaciones multitudinarias surgidas desde abajo.

La tradición «volátil y sinuosa del radicalismo marítimo» no termina entonces en los mares. Linebaugh y Rediker nos explican cómo persiste y se convierte en huelgas, motines, rebeliones de esclavxs y levantamientos. Cada uno de esos hechos no cuenta solo como una anécdota de color, fragmentaria, sino que es tratado con el espesor histórico de lo que interviene «en el rumbo de la colonización». En un momento, para dar cuenta de la transmutación de esa insistencia, los historiadores traen a colación al poeta martinicano Aimé Césaire (1913-2018): «Es este reptar de la terca serpiente en los restos del naufragio» (p. 244).

La lección de La hidra de la revolución es, entonces, un modo de comprender el hacerse del proletariado como sujeto múltiple, afectado por despojos y violencias y con un ánimo rebelde que se reinventa a pesar del terror colonial capitalista. Es un modo de narrar historias anónimas y con nombres propios de los que no guardamos memoria. Recordemos que Marx y Engels, al escribir La ideología alemana, evocaron también a los hombres y mujeres expropiados por los cercamientos ingleses con el término motley crew, traducido en general al castellano como «cuadrilla variopinta». En un párrafo que exhibe la sutileza de su pluma y el brillo de su método, Linebaugh y Rediker rastrean los orígenes de la expresión:

En los hábitos de la autoridad real en la Inglaterra del Renacimiento, la motley es una prenda multicolor («botarga»), o a veces una gorra, que llevaban los bufones, a los que el rey permitía hacer chistes e incluso decir la verdad ante aquellos que ostentaban el poder. Como emblema, la motley apelaba también a unas expectativas carnavalescas de desorden y subversión, que eran un medio de desfogarse. Por extrapolación, la palabra motley podría también aludir a un pintoresca reunión, como una multitud de personas cuyas ropas andrajosas despertaran atención. atención. Una multitud de este tipo bien podría ser un conjunto de personas que visten con harapos, o el «lumpenproletariado» (lumpen significa «harapos» en alemán). Aunque mencionemos y recalquemos el carácter interracial de esta cuadrilla variopinta, desearíamos que los lectores recordaran siempre estos otros significados: la subversión del poder y la apariencia de pobreza. (p. 54)

Entonces, ropajes que (des)califican —algo que se repetirá en la historia una y otra vez: sans-culottes, descamisados o mujeres de polleras— y una lengua que los emparenta con una identidad política.


Ch ́ixi

En el método de «la historia desde abajo» de La hidra... también encontramos pistas para leer el presente porque las vigas que sostienen la dimensión global del capitalismo contemporáneo no dejan de recordar la actualidad de sus violentos orígenes. De hecho, en los veinte años que han transcurrido desde su publicación, podemos seguir leyendo, al calor de las sucesivas crisis globales y las nuevas formas de protesta, la consolidación de un proletariado cada vez más «variopinto», tanto en sus modalidades laborales como en sus trayectorias organizativas.

Mi investigación alrededor de lo que llamé el «neoliberalismo desde abajo» es también un diálogo oblicuo con este libro de Linebaugh y Rediker: una tentativa de pensar las dinámicas de explotación, cooperación y resistencia de las economías populares en relación a las condiciones persistentes del neoliberalismo en nuestra región latinoamericana. Desde ese punto de vista, analizo la pluralización del neoliberalismo en función de las prácticas provenientes «desde abajo»: su articulación con formas comunitarias, con tácticas populares de resolución de la vida, con emprendimientos que alimentan las redes informales y las tramas reproductivas que se valen de esa vitalidad social. Esas prácticas revelan, sobre todo, el carácter heterogéneo, contingente y ambiguo en que la obediencia y la autonomía se disputan, palmo a palmo, la interpretación y la apropiación de las condiciones neoliberales.

La hidra... también encuentra eco en un debate latinoamericano más amplio: por ejemplo, la noción de abigarramiento, traducida al aymara como ch ́ixi y trabajada por Silvia Rivera Cusicanqui no deja de ser otra declinación de ese variopinto —«motley» en inglés— que rastrean los historiadores.

De aquí parten otras conexiones posibles, como por ejemplo, las obras del historiador argentino Enrique Tandeter y del sociólogo boliviano René Zavaleta Mercado sobre la cuestión minera en América Latina, que son parte de un archivo anticolonial que vincula fuerza de trabajo y extractivismo. Tandeter, en Coacción y mercado. La minería de la plata en el Potosí colonial, 1692-1826, tesis convertida en libro, analizó el comercio minero de Potosí como eje, primero del Virreinato del Perú y luego del Río de la Plata y lo hizo de manera original al vincular sus ciclos y su productividad con el trabajo forzado. Zavaleta Mercado investigó la producción minera y la organización de los trabajadores para pensar los «estratos» que conformaban lo abigarrado de una sociedad como la boliviana, donde el asalariado no era hegemónico (ideas que expresó sintéticamente en su obra póstuma Lo nacional-popular en Bolivia).

Ambas perspectivas vinculan de manera densa la extracción minera con la cuestión obrera por fuera de sus marcos asalariados e industriales, y despliegan una lectura fundamental que frecuentemente se pierde en algunas interpretaciones más recientes del fenómeno extractivo. Así, en el caso de Tandeter, la coacción laboral indígena, en tanto mecánica de leva de la mano de obra, resulta inescindible de la empresarialidad, mientras que la relación con las profundidades de la extracción funciona como cuenca metafórica de la constitución política latinoameri- cana en el caso de Zavaleta Mercado. La imagen de lo abigarrado, que Zavaleta Mercado propone para pensar la coexistencia de temporalidades y principios societales organizativos diversos, proviene de la imaginación que despierta en el teórico orureño la descripción técnica de la veta de la mina.

Con estos linajes de pensamiento, renovados en alianzas con las luchas feministas que ponen en el centro la pregunta por las formas de cooperación y construcción de nuevas fuerzas ante un momento de violenta reestructuración capitalista neocolonial, pueden entretejerse hoy las críticas más interesantes y filosas a los extractivismos, que también tienen una «historia desde abajo». Pero todavía más necesario es cultivar la práctica de la escucha, de la valorización de los gestos laterales, de las rebeliones fallidas y también de las conquistas colectivas, que nos desafían una y otra vez a contar las maneras en que la serpiente sigue moviéndose al ras de suelo.