Decrecimiento vs. GND

0.

Recientemente (julio de 2019), Traficantes de Sueños ha editado un pequeño librito en el que bajo el sugerente título de Decrecimiento vs Green New Deal se recopilan cuatro artículos publicados previamente en la revista New Left Review. Les acompaña una introducción, “Diálogos para una sociedad rojiverde”, firmada por Luis González Reyes, que hace las veces de reseña y reflexión de cuanto defienden el resto de autores[1].

A pesar de los diferentes enfoques empleados y del diferente alcance de sus argumentaciones, todos los artículos tienen un fondo común: el paradigma económico en un mundo obligado a desarrollar un proyecto de estabilización climática eficaz.

A lo largo del libro los artículos siguen una secuencia que empieza con un Herman Daly reflexivo ante las preguntas que le formula Benjamin Kunkel, y que termina de la mano de Mark Burton y Peter Somerville en una férrea defensa del paradigma decrecentista que sirve a su vez como crítica al artículo que le precede en la serie, firmado por Robert Pollin, quien fiel a su trayectoria defiende un proyecto de crecimiento verde igualitario en el que cabe el crecimiento económico junto con la descarbonización de la economía.

El cuarto artículo de la recopilación es un trabajo de Troy Vettese, en el que bajo el título “Congelar el Támesis” argumenta a favor de la reforestación y otros modos de renaturalización como procedimiento necesario y a la vez complementario de una transición energética basada en las renovables. Con independencia de otros argumentos empleados en su escrito con los que podemos estar más o menos de acuerdo, es de agradecer que rechace categóricamente el empleo de la geoingeniería como método de lucha contra el cambio climático.

La publicación en castellano de estos textos se produce en un momento en el que ha aflorado la controversia entre quienes defienden el decrecimiento —sin manifestar aquí las variantes con que se concreta local y regionalmente— como medio para afrontar el colapso civilizatorio y los que optan por una transición resultado de aplicar las políticas agrupadas bajo un Green New Deal, un Nuevo Acuerdo Verde. Sirvan a título de ejemplo, la propuesta inicial de Alexandria Ocasio-Cortez, la publicación del libro de H. Tejero y E. Santiago Muiño, ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal (Capitán Swing, 2019), la polémica suscitada con su aparición, o el artículo de Tadeusz Patzek recientemente publicado en la revista 15/15\15, entre otros muchos.

Lejos de comentar cada uno de los artículos citados –remito a quien nos lea a que se haga con un ejemplar del libro y los revise por sí misma/o—, pretendemos con este comentario poner sobre la mesa dos cuestiones, la primera apenas esbozada, la segunda ni siquiera tratada, y que, sin embargo, nos parecen relevantes en el contexto de esta discusión.

1.

La primera tiene que ver con la discusión a la que el propio González Reyes califica de recurrente: el crecimiento de la población. Daly plantea el asunto de forma directa: “el impacto medioambiental es el producto del número de personas por la utilización per cápita del recurso. En otras palabras, tienes dos cifras que se multiplican la una a la otra: ¿cuál es más importante? Si mantienes constante una de ellas y dejas que la otra varíe, sigues multiplicando” [2].

Más adelante, a una pregunta relacionada con la atipicidad de Marx por no tener una teoría verdadera del estado estacionario ni del fin del crecimiento, Daly reconoce su temprano interés por Malthus en relación a la población[3], y añade: “Malthus tenía su lado apologético, pero Marx simplemente le odiaba. Creo que la razón era que Marx quería que todo el fundamento de la pobreza estuviera en las relaciones sociales. No quería que tuviera ninguna base en la naturaleza. Si está en la naturaleza, entonces la revolución no va a solucionarla y por ello Malthus era una gran amenaza ideológica”[4].

Nos preguntamos si este mismo posicionamiento junto con sus profundas convicciones ecosocialistas fueron las que llevaron a Barry Commoner a mantener su agria discusión con Paul R. Ehrlich y John P. Holdren. Mientras que éstos, tras formular su fórmula IPAT[5], otorgaban a la población un peso específico más que evidente, Commoner defendía, tal como ya había puesto de manifiesto en su obra más popular, El círculo que se cierra, que la causa del impacto medioambiental no reside tanto en la población como en el consumo per cápita y la afección al medioambiente causada por cada unidad de producción.

Esta misma discusión se reproduce, en este caso de forma mucho más breve aunque no por ello menos contundente, en un hilo de Twitter y su respuesta, publicados hace algo más de un año. En el hilo, Alex Steffen proporcionaba la siguiente imagen acompañada con el comentario correspondiente:

La identidad de Kaya[6] es una herramienta intelectual útil para entender por qué una población en crecimiento —incluso una población en crecimiento incrementalmente del consumo— no es el final de juego para la Tierra. El diseño de la prosperidad que adoptemos, la eficiencia con la que la creamos y la sostenibilidad de nuestra energía y de nuestros materiales, son todas clave.

Le replicaba Jorge Riechmann:

Si fiamos la salvación a los milagros de la eficiencia tecnológica, estamos perdidos (y no sólo por el “efecto rebote” o paradoja de Jevons)… Por difícil que nos resulte abordarlo, la sobrepoblación humana –comenzando por los países enriquecidos– es un problema real (3).

Nos recuerda esto al Teorema Deprimente que, no falto de ironía, enunció Kenneth Boulding[7], lo que nos lleva finalmente a plantear nuestra duda: ¿Estamos, como sociedad, en condiciones de afirmar, tal como hace Luis González Reyes tras reconocer en su artículo introductorio que la población humana no puede crecer indefinidamente en un planeta finito, que el problema de la población no es tema central, ya que no sólo su crecimiento se está ralentizando de forma considerable, sino también porque no es el principal factor de degradación ambiental?

Coincidimos con él, con Fischer-Kowalski y con otros[8], en que el impacto medioambiental de la humanidad ha sido diferente a lo largo de la historia debido a las diferentes características sociometabólicas predominantes en cada época. Admitimos, igualmente, que con el uso de los combustibles fósiles a partir del 1500, el factor affluence ha incrementado notablemente su contribución a la presión ejercida sobre el medioambiente llegando a triplicar el impacto directamente atribuible al crecimiento de la población.

Sin embargo, saber que esto es así no resuelve nuestra duda. Una sociedad ruralizada a la que sin duda tendremos que volver, ¿será viable si al mismo tiempo la población humana crece digamos un 25% respecto de la población actual hasta llegar a los 10.000 millones de habitantes? De alcanzarse tal nivel de población, y no está lejos que esto pueda suceder[9], el impacto sobre el medioambiente en condiciones de affluence y tecnología constantes se incrementaría también en un 25%. Y ya no sólo pensamos en la disminución del impacto ambiental que supuestamente se produciría disminuyendo nuestra tasa sociometabólica. Pensamos si sería posible garantizar a cada individuo el acceso al agua, a la tierra cultivable o a otros elementos esenciales para la vida[10]. Y pensamos también, muy a nuestro pesar, si sería posible una transición tranquila y ordenada. Se nos acaba el crédito. De esto hablamos.

2.

Que la base sobre la que se sustenta la vida tal como la conocemos hoy está en proceso de destrucción lo sabe, en mayor o menor medida, todo el mundo. También quienes dicen representar los intereses de los ciudadanos y se aventuran a administrar sus bienes compartidos.

Esto lleva a que la clase política en su conjunto y los gobiernos en particular, se tengan que enfrentar a un dilema cuya resolución no puede esperar. Por un lado, es su obligación –así lo asumen— garantizar la prosperidad y seguridad de los administrados, obligándose a no implementar políticas disruptivas con el sistema socioeconómico vigente. Por el otro lado, saben que la humanidad y miles de especies con las que compartimos el planeta y sus recursos, están en serio peligro de extinción. También saben cuál es la causa y su solución. Y temen, probablemente con razón, que abordar la solución implicaría revisar profundamente el paradigma de bienestar predominante en las sociedades actuales, especialmente en el norte global, modificando la cosmovisión en la que se han apoyado desde hace quinientos años.

Actuar frente a un dilema obliga a tomar partido por una sola de las dos proposiciones que lo constituyen. Sin embargo, hay ocasiones en las que se cree haber descubierto vías que permiten desvincular una opción de la otra, abriéndose entonces la posibilidad, antes descartada, de atender a las dos simultáneamente.

Se diría, en el contexto que nos ocupa, que los gobernantes han asimilado un imaginario con el que piensan haber deshecho su dilema. Consiste en apostar por el desacoplamiento económico absoluto, esto es, desvincular por completo el crecimiento económico de las emisiones de CO2 y de otros gases de efecto invernadero.

Proponen para llevarlo a la práctica desarrollar programas políticos con los que, actuando desde el lado de la oferta, se impulse la inversión en energías limpias y haciéndolo desde el lado de la demanda, se favorezca la reducción del consumo y la mejora de la eficiencia energéticas. De este modo[11], se nos dice, además de resolver el problema climático, se mantiene el crecimiento económico, se genera empleo y se acaba con la pobreza. Si fuera necesario, se añade a modo de colofón, siempre se podrán gravar las emisiones de carbono o aplicar otras medidas fiscales con las que inducir en los mercados el cambio de comportamiento deseado.

Esta es, en esencia, la base con la que Pollin construye su argumentario y es, en definitiva, la que utilizan quienes consideran necesario hacer política democrática de mayorías sin anticipar el horizonte de colapso[12].

Pero son argumentos que también alimentan la creencia de que el crecimiento de la economía nos hace dueños de nuestro propio destino. El sistema económico y las escasas leyes que lo regulan garantizan nuestra libertad de elección y minimizan el control que pueda ejercer, para bien o para mal, el Estado. Se identifica entonces el crecimiento económico con la libertad y la igualdad de oportunidades, con la dignidad, con la educación, con la salud… Pura ilusión: entre el ser y no ser no hay camino intermedio.

Nos preguntamos: cuando el horizonte del colapso sea aún más evidente que ahora; cuando se ponga de manifiesto, una vez más, que el capitalismo, vestido o no de elementos traídos de la socialdemocracia, es un sistema que todo lo absorbe; cuando se extienda el miedo asociado con un futuro que es solo incertidumbre, ¿qué argumentos se tendrán para romper el dilema hoy aparentemente diluido?

Se prometerán medidas contundentes: defender lo nuestro y luchar contra cuanto lo amenaza: contra el terrorismo, contra la migración ilegal, contra el comunismo… Luchar contra…, siempre contra, siempre luchar. Y mientras tanto el discurso autoritario, probablemente soportado por lo que llamamos democracia occidental, se irá imponiendo poco a poco —ya se está imponiendo— hasta absorber, en beneficio de unos pocos, lo único que reste: la vida de todos los demás.

Crear falsas expectativas en política, y esta es nuestra segunda cuestión, ¿no es dejar la puerta peligrosamente abierta a la venida de formas autoritarias de gobierno? ¿Será esta la vía de entrada del ecofascismo?, ¿del fascismo sin más?

3.

Cuantos más medios tenemos para prever y medir el daño que hemos de pagar para mantener el crecimiento, nos advierte Isabelle Stengers, con tanta mayor fuerza se nos pide que actuemos con la misma ceguera que atribuimos a las civilizaciones pasadas cuando, sin saber lo que hacían, destruyeron el medio del que dependían. Viene la ceguera por habérsenos arrebatado la capacidad de practicar el arte de prestar atención, arte que “obliga a imaginar, a examinar, a anticipar, consecuencias que ponen en juego conexiones entre lo que estamos habituados a mantener separado”[13].

Practicar el arte de prestar atención es equivalente, en cierto modo, a negar la tesis sobre la que se sostiene el empirismo, aquella que “afirma que el orden visible de los hechos muestra por sí mismo su razón de ser y los hace inteligibles”[14]. El orden visible de los hechos, pensamos, oculta los hechos. Por eso, a la figura marxista del Explotador, “esa sanguijuela que parasita la fuerza viva del trabajo humano”, Stengers añade la figura del Empresario, “aquel para quien todo es una ocasión —o mejor dicho, aquel que exige la libertad de poder transformar todo en ocasión— para una nueva ganancia, inclusive aquello que cuestiona el porvenir común.” A ella Stengers aún añade el Estado y la Ciencia, para concluir que “con el acoplamiento del Empresario, del Estado y de la Ciencia, estamos muy cerca de la leyenda dorada que prevalece cuando se trata del «irresistible ascenso de Occidente». En efecto, esta leyenda escenifica la alianza definitiva entre la racionalidad científica, madre del progreso de todo conocimiento, el Estado, liberado finalmente de las fuentes arcaicas de legitimidad que impedían que esa racionalidad se desarrollara, y el crecimiento industrial, que traduce lo que los marxistas habían llamado desarrollo de las fuerzas de producción como el finalmente ilimitado principio de acción”[15].

Un Nuevo Acuerdo Verde participa, de algún modo, de esa leyenda. De lo que se trata es de escapar de ella y, si ha de recuperarse el arte de prestar atención, entonces, siguiendo la recomendación de Isabelle Stengers, es importante empezar poniendo atención en la manera en que podemos hacerlo. No daremos la solución, pero sí apuntaremos la que más nos atrae: recorrer, emulando a François Schneider[16], los territorios en compañía de un burro, hablar con la gente, observar participando y participar observando, aprender y encontrar nuestro lugar donde decrecer.

Adenda 1. Transición energética.

Constrúyase un parque eólico en el que las palas de cada molino barran un área circular de 100 metros de diámetro, que se extienda por todas aquellas zonas del planeta que, teniendo una categoría 3 o superior por la calidad de sus vientos, sean accesibles; que incorpore la superficie del mar con profundidad inferior a los 200 metros mediante plataformas off-shore; y que utilice turbinas en las que se haya maximizado la eficiencia de transformación de la energía del viento en energía eléctrica. Con este parque eólico –no cabe otro más efectivo—, se podrá extraer del viento apenas 1 TW de los 17 TW que actualmente demanda esta, la nuestra, creciente economía y su lucrativo producto interior bruto[17].

Cúbrase con paneles fotovoltaicos la superficie terrestre disponible una vez se hayan descartado las tierras dedicadas a bosques, cultivos, y otras infraestructuras necesarias para la actividad humana y la protección de ecosistemas críticos; asegúrese que los paneles son de la más alta eficiencia disponible atendiendo a las reservas minerales afectadas en su fabricación; dispónganse los acumuladores necesarios y la infraestructura de mantenimiento más pertinente para asegurar el funcionamiento del sistema y conéctense a la red de distribución eléctrica. Unos 4 TWe, no más, estarán disponibles para su consumo. Los otros 13 TW con los que se completa la demanda global de energía quedarán esperando a que la innovación tecnológica les saque algún día de su insana adicción a los combustibles fósiles[18].

De los biocombustibles, ni hablamos[19]. Del zenit del petróleo, tampoco.

Adenda 2. Eficiencia energética.

Es innegable que aumentar la eficiencia energética de los productos y de los procesos productivos conlleva la reducción relativa del gasto energético asociado a ellos, pero está por verse que se consiga una reducción real[20].

Dice la EIA en su informe de 2019 que en los EEUU de 2050 el consumo en calefacción se habrá reducido respecto del de 2018 en un 29%, y esto a pesar de que para entonces habrá un 24% más de hogares con un tamaño medio un 11% mayor que el actual. También predice grandes reducciones en iluminación (un 48%); en ordenadores y otros equipos similares (un 63%); por el uso de vehículos ligeros, (un 27% con un aumento del 20% en el número de kilómetros recorridos); y en el sector aéreo (un 19,4% por cada kilómetro y asiento ofertado). Las tendencias son similares en otras muchas partidas y sectores.

Por su parte, los documentos y las proyecciones que utiliza de forma oficiosa la Comisión Europea[21], dan por hecho que las mejoras en eficiencia energética experimentadas en los últimos años se seguirán produciendo, aunque de forma menos acelerada, a partir de 2020 “tal como demuestra la decreciente intensidad energética del PIB”. No extraña que ante esta perspectiva los mismos documentos añadan triunfalmente: “El consumo interior bruto [de energía] (GIC) y el crecimiento del PIB se siguen desacoplando”.

Mas no es en el papel donde han de verificarse las altas cotas de eficiencia que se pueden alcanzar, sino en el mundo real, ahí donde ha de toparse con su propio límite el exacerbado optimismo con que cientos de informes oficiales extrapolan los éxitos de hoy. Proyecciones realizadas como si el sendero de la eficiencia energética no tuviera fin.

Adenda 3. Desacoplamiento económico.

Haciendo uso de los datos facilitados por el Banco Mundial, se pueden construir sin dificultad gráficos en los que representar simultáneamente la variación del PIB y del consumo de energía. Haciéndolo así, puede observarse que en determinadas regiones del mundo el crecimiento económico y el consumo de energía se ha ido desacoplando a lo largo de los últimos años. Tal es el caso de Japón, USA y EU15 (figura 1). Por el contrario, en las demás regiones el pretendido desacoplamiento no ha sido posible. En todas ellas el crecimiento económico va acompañado de un incremento, en algunos casos significativos, del consumo de energía (figura 2).

Figura 1. PIB y consumo de energía en regiones de ingresos altos. (Elaboración propia.)

Los gráficos de las figuras 1 y 2 se refieren a la energía directamente consumida en los países que integran cada una de las regiones consideradas. En ellos no se contempla, por lo tanto, el balance de gasto energético ligado al comercio internacional de productos y servicios (la energía embebida, embodied energy).

Figura 2.  PIB y consumo de energía en regiones de ingresos medios y bajos. (Elaboración propia.)

Hay pocos estudios en los que se aborde el cálculo del balance energético entre países derivado del comercio internacional de productos y servicios debido, probablemente, a la gran complejidad de dichos estudios y a la ausencia de datos. Una fuente de datos disponible, si no la única, la proporciona la red de investigadores agrupada en el Global Trade Analysis Project, GTAP.

En la tabla 1, construida a partir de la publicada por GEA[22] en base a los datos facilitados por GTAP7, se muestran las importaciones netas (importaciones – exportaciones), de energía primaria incorporada a los productos objeto de transacciones comerciales entre diferentes regiones del mundo (consúltese el GEA para saber qué países forman parte de cada región). Los datos facilitados corresponden al año 2005[23].

AÑO 2005 Importación Exportación Diferencia Efecto sobre el uso de energía
África 93,1 117,1 -23,9 -4,50%
Asia sin China 315,3 489,6 -174,4 -9,70%
China 241,2 513,5 -272,3 -15,20%
EU15 632,9 296,2 336,8 22,30%
Japón 217,3 105,1 112,3 21,60%
LAC 148,1 174,4 -26,3 -4,30%
REF 52,5 286,6 -234,1 -18,40%
Resto OECD 229,3 215 14,3 2,60%
US 569,5 300,9 267,6 11,50%

Tabla 1. Energía incorporada en los productos objeto del mercado internacional (Mtoe), y su efecto sobre el uso de energía. (Combustible fósil, energía primaria, 2005.)

Se desprende de dicha tabla que tanto Japón como EEUU y EU15 son importadores netos de energía incorporada a los productos, hasta el punto de que los valores consignados en los gráficos de la figura 1 deberían corregirse al alza añadiendo en el año 2005 al menos un 21,6% en el caso de Japón; un 11,5% en el caso de USA; y un 22,3% en el caso de EU15. Los países agrupados bajo la denominación “Resto OECD” también son, en su conjunto, importadores netos de energía. Sin embargo, África, Asia, los países latinoamericanos y del Caribe (LAC) y las antiguas repúblicas soviéticas junto con la Europa del este (REF), son exportadores netos de esta energía. En los gráficos de las figuras 1 y 2 se ha representado para 2005 el valor real de la energía consumida en cada región, tras incorporar a los datos conocidos los que resultan de la tabla 1.

Adenda 4. GREEN NEW DEAL. Como cuando la guerra.

Dice Tancredi a su tío Fabrizio: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi.”[24].

Pero no es cierto que nada vaya a cambiar.