Emmanuel Rodriguez, editor de Traficantes de Sueños ha llevado a cabo un extenso proceso de investigación sobre la evolución institucional y la economía política españolas. En sus trabajos estudia los mecanismos de acumulación y reproducción del capital, por ejemplo, los procesos que han tenido lugar desde el desarrollismo franquista de la década de la década de 1950 hasta los años de la burbuja financiera-inmobiliaria que plasma en Fin de ciclo. Financiarización, territorio y sociedad de propietarios (2010), escrita junto con Isidro López y las políticas de austeridad que se impusieron tras la crisis capitalista sistémica del 2008. Rodríguez ha analizado también la crisis de régimen abierta con el ciclo 15M y los intentos posteriores de llegar a las instituciones desde nuevos partidos, sobre todo la experiencia de Podemos en La política en el ocaso de la clase media, el ciclo 15M-Podemos (2017). Su último libro El efecto clase media (2022) disecciona la constitución de las clases medias en España y la crisis por la que atraviesan.
La cuestión de la integración de la clase obrera en los aparatos del Estado siempre ha resultado un asunto espinoso dentro de la tradición revolucionaria. ¿Podrías explicar como ha condicionado las posteriores lecturas que ha hecho la “izquierda” en las democracias liberales?
El problema está contenido dentro de la propia tradición de «izquierdas», así como en la mayor parte de las corrientes marxistas. En estas no solo existe un déficit conceptual a la hora de considerar el Estado, o la verdadera magnitud histórica de la asociación Estado-capital, sino que también se produce en la práctica. Al menos desde la Segunda Internacional, no existe más política que la que se organiza en torno y alrededor del Estado. En este sentido, el leninismo y el marxismo revolucionario (salvo algunas excepciones: consejismo, operaísmo, etc.) no han ido más allá de ser la versión de izquierdas de una política de reformas, alrededor y dentro del Estado, con efectos, por otra parte, muchas veces desastrosos.
Parecería, sin embargo, que en la actualidad ya no existen las formas de conflicto marcadas por el antagonismo social del siglo XIX y principios del XX (ricos y pobres, burgueses y proletarios, propietarios y desposeídos, etc.). Pese a ello, continúan existiendo los ricos y los pobres. Tú identificas la figura de la clase media como la clave para eludir ese conflicto. ¿Cuáles serían los principales elementos que definen esta posición social?
En primer lugar se trata de considerar la clase media como una categoría social que los antropólogos dirían de tipo emic. Las sociedades ricas del planeta se autodefinen, en su inmensa mayoría, como de «clase media». En el caso español entre el 70 y el 80 % de la población lleva contestando así a la pregunta, «usted ¿a qué clase social pertenece?». En términos políticos, esto quiere decir que la mayoría social se considera al margen (en «otro lugar», en el «justo medio») de las viejas polaridades que articulaban la lucha de clases. La pregunta, entonces, debiera ser ¿cómo es posible que sociedades de clases, en las que existe una clara concentración de la riqueza y del poder político efectivo, consiguen tal grado de consenso de fondo respecto de la cuestión que ha determinado la larga historia de la Modernidad? En este punto, ocupa de nuevo un lugar central, la capacidad del Estado para producir este «efecto clase media», esto es, para desactivar, corregir y neutralizar todo conflicto potencial relativo a las desigualdades reales de poder político y económico.
Quizás, uno de los elementos analíticos más interesantes de tu último libro sea el de la huida del gran quebradero de cabeza que supone para la sociología la definición de la clase media a través de distintos indicadores, tal y como hacían las distintas escuelas de pensamiento, para proponer, en su lugar, un acercamiento de tipo subjetivo. ¿Qué te ha llevado a proponer este enfoque?
En realidad no se trata de considerar una perspectiva subjetiva, sino de tomar en serio el hecho de que los procesos sociales existen en la doble dimensión de su objetivación –en instituciones sociales específicas–, y su subjetivación –en formas de identificación, acción, etc–. En realidad, bastaría aquí considerar la vieja tradición de la historia social, desde E. P. Thompson, para afirmar que las clases no existen como tal, sino que se hacen a partir de un conjunto de materiales complejos y que van más allá de las determinaciones estructurales. La experiencia, la reelaboración de viejas tradiciones, las luchas son tan o más determinantes que los elementos «estructurales» a la hora de producir estas formas de subjetivación que dan lugar a las clases.
En otro orden, y en relación con las lecturas marxistas más clásicas, creo que la principal aportación de mis trabajos (que muchas veces son colectivos) es doble. Por un lado, creo que aportan una nueva consideración de la financiarización de las economías domésticas, lo que podríamos llamar la centralidad «capitalismo popular», que en el caso de los países europeos (y especialmente en el caso español) cobra materialidad fundamentalmente a través de la propiedad inmobiliaria. La propiedad es, efectivamente, un elemento central en el juego financiero doméstico, en las capacidades de apalancamiento, inversión y obtención de rentas para muchos sectores sociales. Hoy la propiedad es tan importante como determinante de la condición clase, como la posición socioprofesional. De hecho, tener o no una o varias propiedades crea diferencias sociales significativas, que se manifiestan en los ingresos que estas producen (rentas, plusvalías) y que se reproducen a través de la herencia. De otra parte, nuestra segunda aportación está en reconsiderar el papel del Estado en su condición de ingeniero social, en su específica capacidad para producir estructura social y con ello identificaciones de clase; o incluso de superación de la sociedad de clases, a través de ese «efecto clase media».
Ese enfoque abierto permite construir un marco de ordenamiento no cerrado, mucho más flexible. Sin embargo, hay cinco instancias a las que otorgas una centralidad mayor en la reproducción de la clase media. La educación, el papel del Estado del bienestar, la propiedad, la familia y la figura del modernizado. De forma breve, ¿podrías resumir que papel juegan estos elementos en la generación del imaginario social de la clase media?
En efecto, se trata de incluir en el análisis más elementos de los que se suelen considerar a la hora de analizar lo que normalmente se llama estructura social. Por eso la centralidad de la propiedad, ya mencionada. También la importancia de los títulos académicos (lo que sin duda tiene una larga literatura detrás), en sociedades escolarizadas, y en las que las credenciales educativas son un elemento determinante de la posición socioprofesional. La familia también, en tanto agente primordial de la reproducción de clase y de la posición social, y que en la crisis de largo recorrido del capitalismo neoliberal, cobra incluso más relevancia a través de la inversión educativa, la herencia y la capacidad de proporcionar o no un marco de seguridad relativa. Los elementos ideológicos respectivos, basados en la confianza del individuo sobre sus capacidades de logro/cumplimiento social, etc.
La crisis capitalista global de los años 70 provoca al mismo tiempo la crisis del sistema de regulación keynesiano-fordista. A partir de este momento, los pilares de sostenimiento del welfare y del Estado como ente regulador entran en crisis con la irrupción de nuevas formas de acumulación financiera. En Fin de ciclo identificabas, junto con Isidro López, que la integración de buena parte de las unidades familiares en los procesos de financiarización constituyó uno de los puntos claves para relanzar un ciclo de acumulación por medio del endeudamiento personal y las subidas de los precios de los activos. ¿De qué manera este keynesianismo de precio de activos conformó la estructura de clases medias en la sociedad española previa a la crisis del año 2007?
De un modo fundamental, sin duda. Consideremos la historia de un país que experimenta un proceso de industrialización a trompicones con impulsos y paradas, como es la larga posguerra española que comprende casi veinte años (desde 1939 hasta 1956-1959). Un país que además presenta un patrón de concentración industrial tan desigual geográficamente como el de Italia, y por último que experimenta un rápido proceso de desindustrialización iniciado ya en la década de 1970. Sin embargo, se trata de una economía de fuerte especialización turística y de igualmente rápida terciarización, en la que el circuito territorial del capital (construcción de viviendas, infraestructuras, turismo, etc.) ha resultado central a la hora de generar dinámicas de acumulación extremadamente rentables para los agentes capitalistas locales (bancos, constructoras, promotoras).
En ese mismo país, la dictadura franquista y luego la democracia apostó por el fomento de la propiedad inmobiliaria como pilar de la estabilización social y de la moralización de la clase obrera. En España, desde la década de 1970, tres de cada cuatro hogares son propietarios de al menos una vivienda, y esta cifra alcanzó en la década de los dos mil el 82 %. Si consideramos el gran ciclo de crecimiento de la economía española en democracia (entre 1997 y 2008), observamos que durante ese periodo el valor patrimonial en términos constantes en manos de las familias se multiplicó por un factor 3,5, el volumen del préstamo a las familias por un factor 10 y el incremento del consumo doméstico en un 90 %, todo ello en una economía en la que los salarios se mantuvieron prácticamente estancados. Esto es lo que permitió que durante esa década, la economía española creciera más rápido que ninguna otra de las grandes economías europeas, y que su burbuja inmobiliaria fuera seguramente más intensa que la de EEUU o Reino Unido.
Es interesante considerar que los efectos en términos de incremento patrimonial, obtención de plusvalías inmobiliarias y acceso al crédito no dejaron fuera más que a una estrecha minoría de la sociedad española, no superior al 20 % y en buena medida compuesta por los migrantes de incorporación más reciente. Durante ese periodo el consenso social respecto al modelo neoliberal de base inmobiliario-financiero fue así prácticamente absoluto.
Sin embargo, el crash del 2007 hace entrar en crisis muchos de los elementos que fundan materialmente la clase media, acelerando y agravando los procesos de hojaldramiento de este segmento en la sociedad española ¿Podrías profundizar en cómo algunos de los elementos de la crisis económica sirven a la hora de explicar las bases materiales de un movimiento como lo fue el 15M?
Lo que se desata a partir de 2008 se podría considerar como la fase B de este ciclo económico de base inmobiliario-financiera. Las familias convertidas en empresas de inversión experimentaron entonces un suerte de proceso masivo de destrucción creativa. Lo que en términos mas banales implicó rápidas caídas del precio de la vivienda, bancarrota de muchas familias (agravadas por la oleada de despidos) y desahucios. Se calcula que en una década un millón de hogares perdieron su vivienda principal.
Lo que se produce a partir del movimiento de las plazas de 2011, lo que en España llamamos movimiento 15M, es la conversión de las crisis social en crisis política. En 2011, la sociedad española se descubrió al borde del abismo, empujada por las políticas de austeridad de la Unión Europea. El desempleo escaló de 2,5 millones a más de cinco millones en 2013, la deuda pública se disparó del 40 % a cerca del 100 %, los recortes y la degradación de los servicios públicos resultaron espectaculares, incluso los funcionarios se vieron amenazados en sus condiciones de trabajo y sus garantías más elementales. Las muletas financieras que habían velado, durante dos o tres décadas, se quebraron, las nefastas contrapartidas de la aplicación de la receta neoliberal aparecieron entonces sin ambages.
En este sentido, ¿Cuáles fueron las figuras protagonistas de este movimiento? ¿Qué tendencias, que más tarde se expresaron de forma completa en el asalto a las instituciones, se anticiparon en el protagonismo político que ocuparon dentro de este movimiento colectivos como Juventud Sin Futuro?
Es interesante subrayar que los componentes que protagonizaron las protestas, y que de alguna manera galvanizaron la identificación de las mayorías sociales con el 15M, no fueron los sectores sociales más perjudicados por la crisis. Fue una generación joven nacida en la década de 1980, o poco antes, la que mayoritariamente ocupó las plazas, vertebró la organización de las protestas y produjo la dinámica «tecnopolítica» que articuló el movimiento en las redes sociales. Se trataba además del segmento con mejor posición dentro de ese rango generacional: titulados universitarios, hijos de la clase media profesional, pero marginados por la crisis económica, relegados a una precariedad demasiado extendida en el tiempo y desde luego separados de las promesas de carrera y realización personal a las que parecían destinados.
Este tipo de composición social, explica igualmente el éxito de las protestas: en el chico o la chica con máster, pero «sin futuro» estaba de alguna manera contenida la representación del colapso general del país. También explica la naturaleza conservadora del movimiento, aunque también arropó la bandera de la democracia contra la «dictadura financiera», la corrupción o la casta política. Sin duda, en su masividad y en los procesos de politización que el 15M animó, había también una tendencia a la radicalización de la democracia, y hacia posibles horizontes de alianza social con los sectores sociales más golpeados, tal y como se probó en el sindicalismo de vivienda que empieza a respirar en esos años. Pero este elemento «restaurativo» y conservador no se puede despreciar, en tanto es luego el que finalmente resultó dominante.
Dentro de esta Juventud sin Futuro, frente a la clásica figura del organizador político, ha destacado la figura del experto en comunicación, que siguiendo los postulados políticos del populismo teorizados por Mouffe y Laclau, ha ocupado un rol determinante que en parte explica el triunfo de un segmento de Podemos tras Vistalegre frente a otras familias o fracciones que componían el partido político.
En varias ocasiones has señalado que esto esto se debe a que la política de izquierda es una política sin pueblo o sujeto político, reducida a cargos políticos de representación institucional y opinólogos, donde no existen formas de base que puedan establecer una suerte de dialéctica movimiento-partido. ¿Podrias profundizar en esta tesis?
El hecho de que este tipo de composición social resultara dominante en el movimiento explica también, aunque sea parcialmente, la deriva política posterior. Agotada la fase de movilización más creativa y potente entre 2011 y 2013, fueron muchas la voces dentro de los sectores activos, que empezaron a hablar en los términos de construir una alternativa electoral. Podemos fue el resultado más acabado de esta opción. No fue el único: hubo candidaturas municipales como la de Ada Colau en Barcelona y otras experiencias previas. Pero sí fue la respuesta más acabada y más perdurable.
La irrupción de Podemos en 2014 cambió significativamente el paisaje político español: prácticamente quebró el bipartidismo y, durante algún tiempo, pareció representar una opción política novedosa y progresista, por momentos casi rupturista. Sin embargo, Podemos representó también una vía directa de institucionalización del acontecimiento 15M. De una parte, el partido asumió rápidamente una suerte de modalidad política de tipo empresarial. Toda la capacidad de decisión quedó reducida al núcleo fundador, que además también de forma demasiado veloz, se rompió en una interminable batalla fraccional, que dura hasta hoy en día. En el camino, se «sacrificaron» varias decenas de miles de personas que se habían organizado en los llamados «círculos», las asambleas de base de Podemos. Esta enorme masa política abandonó la organización a medida que era reducida a mera comparsa de los plebiscitos de Pablo Iglesias, las campañas electorales y las luchas fraccionales de la dirección.
De otra parte, los «dirigentes» del partido justificaron desde el principio la necesidad de prescindir de una militancia amplia y plural dentro de la organización. Iglesias y Errejón adoptaron por aquel entonces la «sofisticada» teoría del populismo de Laclau y Mouffe. Convertidos en aprendices de brujo, confiaron todo a un modelo de comunicación directa con el «pueblo», que pretendían organizar desde los platós de televisión y la tertulia política, entonces convertida en producto prime time. La ingenuidad de Podemos hoy casi enternece.
En el marco de esta política convertida toda en discurso y comunicación, Podemos no tardó en ser torpedeado por las campañas agresivas de los medios, animadas por la práctica totalidad del espectro político y mediático. Abandonada así misma, la dirección de Podemos fue literalmente triturada. Apenas pasados ocho años, de los grandes protagonistas del primer Podemos no queda ninguna figura en primera línea de la política. Los líderes de Sumar (el relevo de Podemos) son figuras no nuevas, pero si secundarias en esos primeros años «heroicos». En la cuneta se dejó toda posibilidad de ensayar un nuevo tipo de experiencia política, a medio camino entre el partido y el movimiento.
El proceso de reestructuración capitalista ya mencionado logra también que el “nuevo proletariado” de servicios que el régimen de acumulación neoliberal ha generado responda a unas características particulares, que, en muchas ocasiones tienden a corresponderse con la reproducción misma de una clase media, llamémosle “pro”. ¿Qué impactos plantea a la hora de imaginar un nuevo ciclo de luchas encontrarnos con un proletariado que es en muchos términos redundante, produce poco valor o es fácilmente sustituible?
Una de las lecciones más relevantes sobre el ciclo de movilización que empujó el 15M es que seguramente la crisis social producida en 2008 no fue suficiente como para romper con el espejismo de la clase media como mayoría social, si entendemos esta como una realidad de facto o aspiracional (ideológica). Creo que el miedo a una quiebra social de mayores dimensiones fue también lo que generó la respuesta de las instancias de mando europeas, que tras el experimento de reestructuración griego decidieron levantar ligeramente el freno con las políticas de compra de deuda pública por parte del BCE y la Expansión Cuantitativa (QE). El fin de la política de austeridad amplió la capacidad de arbitrio de los gobiernos. Y en cierto modo, actuó como el cortafuegos determinante de lo que estalló en varios países en 2011.
La contención de la crisis social disolvió a su vez las posibilidades de alianza entre las clases medias en proceso de proletarización, y los segmentos ya proletarizados y sobreexplotados. Estos segmentos, para el caso español, se pueden considerar bajo la figura de una suerte de proletariado multinacional de los servicios, que trabaja en la restauración, el turismo, la logística, el comercio, el servicio doméstico, el trabajo sexual, etc. Este proletariado es empleado, por tanto, en sectores económicos relativamente marginales: actividades de servicios personales y de mercado, por lo general con una bajísima composición orgánica de capital y bajos índices de productividad. Este proletariado de servicios está muy fragmentado laboralmente, y también en términos de su composición interna (migrantes, nacionales o no, etc.), y además dispone de muy escaso poder estructural dentro de la cadena global de la producción de valor. Es, por eso, un sector socialmente invisible, que dispone de momento de pocas capacidades de organización. En cierta forma, es el gran elefante en la habitación de la sociedad de clases medias. Esta nueva figura proletaria es el gran interrogante y la gran promesa política futura.
Por finalizar, me gustaría preguntarte por una cuestión. ¿Qué es el comunismo hoy? ¿Es posible repensar la comunidad en una sociedad tan fragmentada como la nuestra, tan individualizada? ¿Con subjetividades tan atrofiadas? ¿Qué podemos rescatar del baúl de las luchas que ya han tenido lugar para pensar y articular las luchas del presente?
Creo que lo que tenemos que considerar siempre es que el comunismo no es un modelo de sociedad ideal, mucho menos un forma política (al modo de los Estados socialistas), es el «movimiento real» que socava la sociedad presente. Lo que tenemos que ser capaces es de descifrar esas fuerzas que operan hoy como la tendencia comunista de la sociedad futura.