Para envío
¿Quién tuvo la llave de la violencia en la guerra civil y la posguerra españolas? Durante décadas, memorias y representaciones han insistido en que parte de las agresiones germinaron en espacios de convivencia de los que brotaron denuncias que podían resultar fatales. En el marco de esta violencia coral, muchos han sentenciado que los porteros de fincas urbanas mancharon a menudo su lengua con sangre. El enemigo a las puertas acomete un viaje de varias décadas por los umbrales de los inmuebles madrileños en busca de las raíces de la violencia intracomunitaria. En ellos descubre una figura determinante en las interacciones urbanas de la capital con frecuencia desatendida y sometida a simplificaciones caricaturescas que habitaba una singular encrucijada entre su posición subalterna y su ejercicio de diversos grados de poder formal e informal. Estas páginas prueban que, por su extraordinaria capacidad para hacer acopio de información y vigilar al vecindario, cuerpos policiales, aparatos judiciales y vecinos acudieron a los porteros en busca de detalles de interés desde mucho antes del golpe de Estado y continuaron haciendolo cuando sonó la hora de la guerra. La investigación los encuentra entre sus convecinos y un nutrido elenco de milicianos, falangistas, policías y juzgados viejos o nuevos. En un contexto de formidable coacción, los porteros actuaron como moduladores de la violencia en estas interacciones: chispa que la inflamaba, gasolina que la alimentaba o cortafuegos que protegía al perseguido. Con todo, los porteros estuvieron también entre las víctimas de la violencia y fueron objeto de investigación y vigilancia como potencial enemigo.