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La crisis ecológica es el problema más grave que tenemos, pero nos autoengañamos sobre sus causas. Afirmamos que nuestra función es dominar la naturaleza y que el calentamiento global que estamos provocando es un mero error técnico, que pronto resolveremos con ingeniería. Sin embargo, la causa de la crisis ecológica es un problema de convivencia.
Este planeta está habitado por innumerables especies de animales, plantas, hongos y microorganismos, que se entrelazan de múltiples maneras conformando una biosfera rebosante de fertilidad, diversidad y maravillas. Es la forma de vivir de cada especie lo que permite que las demás también puedan vivir; es el trabajo conjunto, complementario y coordinado de todas ellas lo que sostiene la vida. En vez de integrarnos en esta comunidad y disfrutar de ella, nos hemos obsesionado con someterla y explotarla. Pero si no aprendemos a convivir con las demás especies, no habrá manera de frenar el caos climático y el exterminio de biodiversidad que ya se están acelerando, ni tampoco encontraremos formas de vida saludables, alegres e ilusionantes. Aprender a convivir implica el decrecimiento de la actividad humana para que las demás especies se recuperen, pues es la vida salvaje quien sabe regenerar los ecosistemas degradados, curar la biosfera y regalarnos también a nosotros vidas que merezca la pena vivir.
Necesitamos un cambio radical de paradigma, y la filosofía puede ayudarnos a salir del antropocentrismo y articular una cosmovisión ecologista, ecofeminista y animalista. Es también la filosofía quien puede acompañarnos en el que debería ser nuestro proyecto de futuro: decrecimiento, veganismo y rewilding.