El escenario mundial de la política se ofrece ante los ojos de la angustia. Ocurre así desde hace décadas. La acción de los políticos se muestra digna de la más alta desconfianza. El público atento al ejercicio de la razón, a la capacidad demoledora de la crítica, a los frenos necesarios que deben acompañar la angustia -y los temores- para que ella no comande la existencia, esperando colocarla en el lugar adecuado dando así el justo valor al escepticismo y a la siembra de esperanzas. Ese otro público clamaba, y aún clama, por el ejercicio de una auténtica filosofía política: una filosofía que razone sobre la Política. Michel Foucault, desde los años sesenta, y durante cerca de veinticinco años, colocó este noble ejercicio -esa ascesis- en el espacio público y no, como lo hace la mayor parte de los que se ocupan de la filosofía académica, en los recintos de la vida escolar.