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Decir hoy izquierda es hablar de un "aire de familia" que no siempre se deja definir. De izquierdas es Evo Morales y Felipe González, Tony Blair y Pablo Iglesias, Susana Díaz y Dolores Ibarruri. ¿Tiene fondo ese baúl? Es a la fraternidad, la gran olvidada de la Ilustración, a quien le corresponde la tarea de ayudarnos a reinventar ese "espacio antaño llamado izquierda". Durante el siglo XX, ese lugar político luchó contra enemigos reales. Los enfrentó materialmente en fábricas, calles, parlamentos. Hoy, el poder se ha dronificado, opera de manera invisible y le ha encargado a un sofisticado amo del calabozo matemático, el algoritmo, demasiadas decisiones sobre nuestras vidas. Los medios de comunicación, una realidad paralela, hacen el resto.
Hemos entregado toda la información cuando navegábamos por las redes intentando calmar nuestras angustias.
En 1984 el poder conocía nuestros miedos particulares. Hoy Orwell parece un ingenuo pues las empresas de datos conocen cada uno de nuestros deseos, pensamientos, temores. Las derrotas de la izquierda le han entregado el sentido común a la derecha y nuestro lugar en el mundo lo dicta la capacidad de consumo. Alguien tiene el botón que construye nuestras preferencias. El big data es el opio del pueblo. Lo virtual termina haciéndose real convirtiéndonos en personas desorientadas, trabajadores esclavizados, mujeres sobreexigidas, perdedores expulsados a los márgenes. Las enfermedades mentales y la tristeza se están convirtiendo en un lugar común.
La izquierda asaltó los cielos y los palacios y trajo lo mejor de nuestras sociedades. Pero no puede luchar contra lo invisible. Es tiempo de ponerle una sábana al fantasma para verlo y empezar a saber cómo combatirlo