Para envío
¿Cómo ha estallado y se ha expandido desde hace algunos decenios la identificación electrónica? ¿En qué medida los sistemas de excepción han invadido la producción, la vida social, una gran parte de las relaciones que el ser humano mantiene con la realidad? En las sociedades avanzadas de comienzos del siglo XXI, un individuo deja tras de sí, a lo largo del día, huellas de su actividad en decenas de ordenadores. Los terminales electrónicos registran su paso por las estaciones de metro, dentro del autobús o en los peajes de las autopistas, todas las antenas de transmisión cerca de las cuales pasa con su teléfono móvil también lo registrarán. Los ordenadores que utiliza archivan en la memoria el conjunto de los sitios Internet que visita, y, simétricamente, todos estos sitios retienen la dirección IP de la máquina desde la que está conectado. Es más, un buen número de estos sitios solicitan de él una gran cantidad de informes personales que utilizan o revenden. Por no hablar de esa forma de exponerse por la que se solicita el intercambio con sitios de «encuentro» o «redes sociales»?
Nosotros andamos a tientas en la noche, ellos vienen directos a nosotros.
En este escenario, es necesario volver a pensar el sentido de la libertad y redefinir sus condiciones concretas en nuestro tiempo, elaborarla de otra manera. La búsqueda de la libertad no implica la construcción de cosas nuevas o apoderarse de cosas existentes, implica en primer lugar escapar al encierro, a la sobrecarga, a una asfixia inducida por la abundancia de objetos, de plástico, de hormigón, de redes de comunicación materiales e inmateriales, de pantallas, de imágenes, etc.
La apuesta esencial es, a partir de ahora, impedir que se encierre al mundo.