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Así como las guerras lanzadas por los EE.UU. en los inicios del nuevo milenio convirtieron al mundo entero en un lugar peligroso, las corporaciones de la industria de la información deshacen el trabajo periodístico confinándolo en los campos de un nuevo sistema de opresión. Las coberturas de los ataques devastadores contra países indefensos como Afganistán e Irak terminaron por exhibir que la actualidad está hecha de esa modificación. Ocultar, manipular, banalizar los acontecimientos o transformarlos en espectáculo, ya no es lo que era. La pantalla que ahonda la separación entre los seres humanos y la experiencia del mundo real, tampoco es lo mismo. Lo que ha cambiado: la propiedad de los medios de información se concentra cada vez más en un número reducido de megacorporaciones que se fusionan con conglomerados ajenos al universo informativo. Su prioridad excluyente es satisfacer las demandas del mercado y la cotización de sus acciones en las bolsas de valores. La Argentina no es una excepción, sus redes mediáticas son sincrónicas con tales cambios. Bajo el imperio universal del libre mercado, la información, un bien social que circulaba como mercancía, se ha vuelto una mercancía como cualquier otra, sujeta a los vaivenes no ya de un negocio sino a los flujos financieros, la forma más destructiva del capital.
Este libro lee en los medios su función mental, comparable a la de la artillería en la guerra clásica: destruir los encadenamientos lógicos de la vida cotidiana, reemplazarlos por los que impiden pensar, preparar la entrada del ocupante. Su aspecto principal es invisible y cubre todo el planeta. Es un compacto de silencio y olvido que uniformiza modos de ver y actuar, y constituye la mayor amenaza que haya enfrentado jamás en la historia la libertad de información, de expresión y pensamiento.