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Desde la crisis financiera mundial de 2008, los grandes bancos han pasado a un segundo plano. Hoy, los nuevos amos financieros son gestores de activos con nombres como Blackstone, BlackRock, Brookfield o Macquarie. Estos gigantes, que gestionan inversiones de billones de dólares, ya no solo poseen activos financieros. Las carreteras sobre las que conducimos, las tuberías que nos suministran agua o gas, las tierras de cultivo que nos proporcionan alimentos, los sistemas de energía, los hospitales, las escuelas e incluso las casas en las que vivimos, engrosan cada vez más sus abultadas carteras de inversión. Como propietarios de un número creciente de los elementos básicos para la vida cotidiana, los gestores de activos moldean la vida de todos y cada uno de nosotros de manera profunda y perturbadora.
Los grandes gestores de activos proceden de un modo muy distinto a los antiguos propietarios de viviendas o de otras infraestructuras esenciales. Al comprar y vender estos bienes a un ritmo vertiginoso, el núcleo de su modelo de negocio no es la inversión a largo plazo, sino la obtención de beneficios rápidos. En la sociedad de la gestión de activos, la vivienda, los hospitales, las tierras de cultivo o las infraestructuras eléctricas se están convirtiendo en un vehículo más para desviar dinero a una pequeña élite global. El análisis y conocimiento de este proceso resulta crucial para cualquier actor interesado en democratizar nuestra economía.