Para envío
«A Isora se le ocurrió que nos pusiéramos en el cruce, por si subían los coches de los estraneros y les decíamos tipical canary islan señalando los higos picos y las revistas de hiperdino y que seguro que ellos eran tan bobos, que nos compraban cosas».
No todo en Tenerife es turismo, por lo que Andrea abre una brecha temporal y nos traslada a la España de principios del siglo XXI, a un pueblo del norte de la isla, una cultura invisibilizada que cobra fuerzas con obras como esta.
En esta obra, a la que Sabina cataloga de «Literatura millenial canaria», Andrea mira atrás, recopila tus recuerdos y les da forma, con un gusto excepcional, para crear algo totalmente nuevo. Algo que, sin duda, funciona. Podremos pasar un verano con estas dos niñas, atrapadas por las nubes de la panza de burro, con una infancia marcada de referentes como Pasión de Gavilanes, el cuadernillo de verano, los cuadros de La última cena en relieve, la cultura cani o el escribir en mayúscula y minúscula para molar más. Al fin al cabo, y como bien decía la propia autora, el libro es «Puro messenger 2005», o mésinye, como escribe nuestra protagonista.
«Me di la vuelta y la seguí rapidorápido porque me dio miedo de que los chicos nos mandasen un balonazo por repunantes y cuando llegué a la altura de Isora me frené apretando los tenis contra el piche. Isora se volvió a sacar las bragas del culo y asfisiada y sin aire, muy colorada, me dijo shit, tú le has visto alguna vez la cuca del Sinson cuando la tiene salida por fuera? No se parece a una pintura de labios roja?».
Y es que no hay que salir de un pueblo, ni tan siquiera de una calle, para vivir mil y una aventuras, a cada cual más alocada, siempre marcadas por las canciones y letra de la banda de música dominicana Aventura.
Como si de un diario se tratase, leemos las observaciones de una niña a la que nada se le escapa y que está creciendo, plasmando cómo coge confianza en algunos aspectos, y sus inseguridades para otros. En plena edad de desarrollo, pero con la inocencia desapareciendo poco a poco, al contrario de lo que podemos encontrar actualmente con la llegada del internet masivo y las redes sociales, donde los jóvenes pasan a adultos con tan solo un click.
«Por eso aprendíamos cosas que todavía no nos tocaba aprender y sabíamos dividir por tres cifras y estregarnos contra la silla, como los cochinos contra el estiércol, estiércol de caballo. Luego apestábamos a pepe, toda la clase apestaba a pepe y las ropas de los otros niños apestaban a pepe y el maestro y las manos del maestro de tocar las tizas que nosotras tocábamos».
Todo hilado con un lenguaje peculiar, nativo, sincero y sin pelos en la lengua. Así lo describía Sabina: «Que se lea como se escucha una canción, una canción en un idioma extraño que el cerebro, a fuerza de escucharla, vaya desentrañando. Además, casi nadie quiere viajar a un lugar donde lo entienda todo perfectamente». Y eso pasa con Panza de burro, que no necesitas entender cada palabra para comprender lo que muestra la historia, para terminar llevándose una parte de ti.