En realidad, para Sorel la clase obrera existe como tal cuándo adquiere conciencia e identidad de pertenencia a una colectividad y ella cristaliza en una organización de masas visible a través del movimiento sindical revolucionario en acción. Pensaba en el carácter expresivo y simbólico de las huelgas y de la violencia que les solía acompañar. En tal sentido, «el sindicalismo revolucionario alimenta el espíritu huelguista de las muchedumbres y no prospera sino en donde surgen huelgas importantes dirigidas por la Violencia. Tiende el socialismo, cada vez más, a mostrarse como una teoría del sindicalismo revolucionario, o también como filosofía de la Historia moderna en aquella parte que se vio influida por el propio sindicalismo. Resulta, pues, de tan incohonestables datos que, para razonar seriamente sobre el socialismo, hay que preocuparse, ante todo, de buscar el cometido que corresponde a la Violencia en las relaciones sociales presentes». Él mismo hace notar que en «en los Insegnamenti sociali della economia contemporánea. Degenerazione capitalista et degenerazione socialista (Milano, Sandroni, 1907, escritos en 1903 y publicados en 1906), señalé ya, aunque de modo insuficiente, la función que, a mi juicio, desempeñaba la Violencia para afianzar la escisión entre el proletariado y la burguesía» 2.
Según Sorel, el porvenir del socialismo (autogestionario) reside en el desarrollo autónomo de los trabajadores y los sindicatos obreros 3. El proletariado debe adquirir plena conciencia de clase y articular una estrategia que le permita derribar todo el entramado del sistema del capitalismo 4. En la ideología sindicalista de Sorel, el objetivo final consistía ante todo en la autogestión por los trabajadores a través de las instituciones sindicales vertebradas en el tejido productivo. En ese objetivo de autogestión de los trabajadores el sindicato está llamado a ejercer una labor de cristalización de experiencias y una labor pedagógica. De ahí se gestará el nuevo modelo de organización social y la nueva moral de los productores como alternativa al sistema del capitalismo. Mientras el marxismo ortodoxo afirmaba los límites de la conciencia sindical 5 haciendo del partido la institución y el instrumento determinante de la lucha de los trabajadores por una nueva sociedad, Sorel, la encuentra en el sindicalismo revolucionario y autogestionario, capaz de construir un orden que desplazaría al Estado centralizado, al sistema de partidos y a la democracia parlamentaria. El hombre es para Sorel un ser en acción y su visión antropológica se residencia en su condición de productor, creador y transformador del mundo exterior. La figura del trabajador y su lucha por la conquista de su emancipación reflejaban ese paradigma antropológico. El poder del trabajo se expresa en la lucha. Éste se oponía, de manera antagonista y violenta, al modelo burgués de la sociedad capitalista, que le repelía profundamente. Reténgase que según Sorel el hombre es ante todo homo-faber, siendo la razón hija de la técnica. El hombre está vinculado a su condición de productor. En el desarrollo del proceso de producción reside el conocimiento de los fenómenos y los valores de referencia, no en el intelectualismo externo a la misma. Comprender es producir, de manera que el que no produce es un parásito. De ahí que el porvenir socialista resida en la constitución autónoma de una «sociedad de productores», es decir, la verificación hasta sus últimas consecuencias de una clase que adquiere conciencia de clase «para sí», forjada en una nueva moralidad y en el derrocamiento del Estado capitalista. Son las instituciones autónomas de los trabajadores el auténtico agente de la revolución, no los partidos políticos de vanguardia 6. Para Sorel, efectivamente, el nuevo orden moral encontraba un fundamento sólido en el trabajo: el trabajo no es solo instrumento para crear riqueza material, es un fundamento de la nueva moralidad, trabajando la persona se educa en valores positivos propios de un hombre nuevo, que rechaza la pereza. El socialismo llevará a cabo una transformación de los trabajadores como gestores de su propio destino y creadores de riqueza. Importa subrayar que para Sorel, el hombre se realiza ante todo en la actividad productiva, es «homo faber», pasando, al respecto, el ocio y el tiempo libre, con ser importantes, a un segundo plano en el desarrollo de la personalidad 7. Esa centralidad del trabajo productivo no era exclusiva de Sorel, sino que será compartida con otros autores. Así, Simone Weil, a pesar de la distancia abismal que les separa, había realzado que el lugar del trabajo en una vida social bien ordena constituye su centro espiritual 8. Por su parte, Herbert Marcuse había hecho notar que «el peligro real para el sistema establecido no es la abolición del trabajo, sino la posibilidad de un trabajo no alienado como fundamento de la reproducción de la sociedad; no que la gente no se sienta ya obligada a trabajar, sino que pueda sentirse impulsada a trabajar por una vida muy diferente y en relaciones muy distintas, que pueda proponerse diferentes fines y valores, que le sea posible vivir con una moralidad muy distinta: tal es la «negación definida» del sistema establecido, la alternativa liberadora»
REFLEXIONES SOBRE LA VIOLENCIA
Precio: 29,00€
Sin stock, sujeto a disponibilidad en almacenes.
Editorial:
Coleccion del libro:
Idioma:
Castellano
Número de páginas:
296
Dimensiones: 240 mm × 170 mm × 0 mm
Fecha de publicación:
2012
Materia:
ISBN:
978-84-9836-849-9
Traductor/a:
VIVERO, AUGUSTO
AUTOR/A
SOREL, GEORGES
Nació en Cherburgo, hijo de un mercader de vino en bancarrota. Estudió en la École Polytechnique de París. Se volvió ingeniero en jefe con el departamento de trabajos públicos y se retiró en 1892. Participó del lado de los dreyfusianos durante el Caso Dreyfus.<BR><BR>Sorel tenía lazos amistosos con Antonio Labriola y escribió un prefacio a la traducción de Labriola de los Ensayos sobre la concepción materialista de la historia. Aunque Labriola atacó el trabajo de Sorel, sus libros influenciaron el surgimiento del fascismo y fueron elogiados por otros pensadores italianos como Vilfredo Pareto, Benedetto Croce y Antonio Gramsci.