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Tras el cruento ciclo de batallas en torno a Madrid que se sucedieron durante el primer invierno de la Guerra Civil española, parecería que la lucha en los flancos de la capital se había extinguido. Pero en los frentes estabilizados de Toledo y Guadalajara la matanza no había hecho más que empezar. Madrid nunca dejó de ser un objetivo militar de primer orden para los ejércitos en lucha, que ansiaban defenderla o expugnarla a cualquier precio. En consecuencia, en los sectores del Centro se libró a lo largo de dos años una guerra olvidada, a una escala hasta ahora desconocida, que causó un enorme sufrimiento a quienes la vivieron. En Toledo y Guadalajara se sucedieron los golpes de mano, los bombardeos, y las razias hasta el final de la guerra, y en ocasiones tuvieron lugar allí operaciones importantes, en las que intervinieron miles de hombres apoyados por abundante artillería, carros y aviación.
Con contadas excepciones se trató de un conflicto sordo, desdibujado, librado en lugares remotos, sin aparente influencia en el desarrollo global de la guerra. Las fuentes dibujan de manera inequívoca un escenario de terror cotidiano más allá de las grandes batallas bien conocidas de Brunete, Teruel o el Ebro, que poco tiene que ver con los «frentes en calma» que algunos historiadores han descrito. Una guerra cruel, áspera, en la que los combatientes morían en el páramo sin la pátina gloriosa de las grandes maniobras. La muerte no entiende de gestas. De este relato de las operaciones libradas en los frentes de Castilla, estos frentes olvidados, emerge una nueva narrativa de la Guerra Civil, con despliegues violentísimos aún en los sectores más apartados, y unos oponentes porfiados que libraron un combate sin cuartel.