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Este no es otro dramón sobre la adicción, es un chute de realidad con tacones de aguja. La autora tenía el trabajo perfecto: editora de belleza en el olimpo de las revistas de moda de Nueva York. Escribía sobre sérums milagrosos y labiales de 300 dólares mientras engullía pastillas como si fueran caramelos. Lo tenía todo: glamour, fiestas en áticos imposibles, un buzón lleno de invitaciones VIP y un armario cargadito de secretos.