Un buen libro de historia de lo inmediato, un buen libro político, no está hecho para gustar. Por un lado, destruye por método -hablamos del rigor como característica de un buen libro- las ilusiones y seducciones que mueven a los agentes tanto activos como pasivos del presente, por otro, adopta a partir de una disección -dolorosa- de la realidad una posición política definida en términos de antagonismo, lo que no suscita solo simpatía ni amistad ecuménica, sobre todo cuando el objeto de que se trata son esas dos fábricas de ilusiones (han sido más que eso) llamadas 15M y Podemos. La crítica de Podemos era vista por los dirigentes, burócratas, agitadores y fieles seguidores de la organización morada poco menos que como una blasfemia. Esta crítica solía formularse en términos de traición al espíritu del 15M por prte de la dirección de POdemos y secundariamente de los "ayuntamientos del cambio". Lo más original del libro de Emmanuel Rrodríguez es que no se refugia en una alabanza del momento virginal del 15M para criticar la deriva de Podemos, sino que interpreta esta misma deriva como efecto de importantes elementos de continuidad sociológica, ideológica y metodológica entre el 15M y Podemos. Podemos no es -solo- una traición al 15M, sino su continuación, por otros medios, los de la representación política, el espectáculo mediático y la acción institucional, de las principales debilidades del propio 15M: el universalismo "buenista" que ansiaba llegar a "toda la gente", la falta de potencial antagonista derivada de una carencia de estrategia, el culto de la imagen (aunque aún no del líder), etc.
Estas debilidades tienen una raíz social e histórica que las unifica: el entronque con la crisis de la clase media tanto del movimiento español de las plazas, como de la organización emblemática de la nueva política o incluso de los municipalismos gobernistas. Decía Althusser que la crisis del marxismo se hizo patente en la incapacidad de la doctrina de dar cuenta de la realidad política de los Estados y partidos que se decían "marxistas". Mientras el marxismo existió fue incapaz de explicar en términos de luchas de clases la realidad de la URSS y de las organizaciones comunistas. Una invisibilidad a sí mismos pareja a aquella se acusa en fenómenos como Podemos y el 15M, movidos como han estado por una pasión poco política y casi religiosa de adhesión y lealtad a un proceso cuyos términos nadie osa realmente definir, pues esos términos definitorios son a la vez los de su base material y la indicación de sus límites reales. Atreverse a oponer al lenguaje de la ilusión, de la autonomía del discurso y de los significantes flotantes entorno a los cuales se anudan construcciones hegemónicas, un análisis social e histórico riguroso que apela -horresco referens!- incluso a la realidad económica es a la vez una blasfemia y una exigencia metodológica. Conocer verdaderamente es conocer por causas, decía el viejo Aristóteles, y la seducción, la ilusión y las demás pasiones son obstáculos epistemológicos que impiden un análisis racional, etiológico.
La clase media ya fue protagonista del anterior libro de ER: Por qué fracasó la democracia en España (Madrid, Traficantes de Sueños, 2015), en el que se daba cuenta del cierre de la transición como efecto de la derrota de las expresiones autónomas de la clase obrera (tan potentes en los 70 como hoy borradas de la crónica oficial) y la entronización de una clase media incubada en el desarrollismo franquista cuya principal expresión política fue el PSOE artificialmente renacido de sus cenizas. La clase media se originó históricamente en la ascención social a través del funcionariado estatal, el sistema educativo ampliado a sectores antes excluidos de él, los aparatos empresariales del desarrollismo o, de manera general, el consumo generalizado en marcos de empleo estables, de una variedad de sectores sociales oriundos de la pequeña burguesía urbana, de la clase obrera o del campesinado. Con la creación de una clase media se realizaba en sueño de desproletarización y borrado de la lucha de clases caro a los ordoliberales y a sus secuaces españoles de los gobiernos desarrollistas del Opus Dei en la segunda mitad del franquismo. De la zapatilla, se pasó al seiscientos e incluso a la propiedad de la propia vivienda. Una clase que "tenía algo que perder" dejaba así de ser "proletaria". La clase media sirvió así de medio para legitimar el franquismo como lo que denominó Rossana Rossanda "un régimen de gestión autoritaria de lo cotidiano" que no ejercía ninguna función de movilización política ni de adoctrinamiento ideológico que no fuera meramente pasivo. También sirvió para posibilitar que la transición a la democracia fuese, a efectos de continuidad social con el tardofranquismo, el surgimiento de un nuevo avatar del régimen del 18 de julio. La clase media era así un constructo complejo, a la vez ideológico, material y político, que permitió la creación de fuertes consensos alrededor de diversas formas de la autonomía de lo político, tanto bajo la forma no democrática (o de democracia orgánica) del franquismo como bajo las formas del pluralismo partitocrático y sin participación que caracterizó al régimen del 78. La autonomía de lo político, la ilusión de un Estado por encima de la sociedad y la existencia de la clase media como "pilar de la sociedad" son realidades interrelacionadas. La autonomía de lo político se basa en la negación del carácter de clase de la política y encuentra su fundamento en esa estructura de suspensión de la lucha de clases que se denomina "clase media".
El 15M es un fenómeno directamente expresivo de la crisis de la clase media española tras un periodo de relativo florecimiento de esta que llevó a su límite la crisis de 2008. Podemos es a su vez la nueva fase del ciclo político abierto por el 15M, fase de intervención en la esfera de la representación y en las instituciones, que se mostró necesaria al fracasar los distintos intentos de insurrección pacífica que tuviero por origen al 15M. En ambos casos, el sujeto social es la clase media en descomposición y, más concretamente, las generaciones más jóvenes de esa clase media, unidas a un sector del nuevo precariado. La clase media vivió la crisis como una pérdida de poder social y económico, traducido en la falta de perspectivas de reproducción social, una vez su base material -la última: la burbuja inmobiliaria- dejó de estar presente. Esta descomposición se expresa en cierto desclasamiento, respecto de esa "clase media" que nunca fue realmente una clase, al menos desde el punto de vista de las relaciones de producción, y en cierta convergencia al menos afectiva y verbal con unos sectores proletarios con los que el contacto siempre fue muy escaso.
La indignación expresa en primer lugar para los metabolitos resultantes de la descomposición de la clase media una imposibilidad de aceptar la propia degradación social, la incapacidad de reproducir materialmente las condiciones de vida correspondientes a la clase media: empleo y remuneración estables, consumo, acceso a servicios públicos de calidad, etc. Esta indignación tenía ante sí-y sigue teniendo- dos posibilidades de evolución: su inscripción en la lucha de clases puesta al descubierto por la desaparición parcial de una clase media que la invisibilizaba, o la recuperación del poder social por otras vías, en particular, las de la representación política. La primera se ve dificultada por la falta de una clase obrera realmente organizada (los partidos de izquierda y los propios sindicatos no son organizaciones de clase, o si lo son son las organizaciones de la izquierda de la "clase media", también en descomposición), la segunda por el hecho de que el sistema político ya está ocupado y, ni siquiera en caso de conquista del gobierno, existen las posibilidades materiales de reconstruir una clase media "como la de antes". Queda, según la conclusión de Emmanuel Rodríguez, aceptar la crisis como horizonte a medio y largo plazo y trazar desde ella y desde las posibles convergencias estratégicas que en su evolución puedan darse, una nueva estrategia política de creación de nuevos órdenes sociales surgida, como lo mejor del 15M, de la aleatoriedad que la propia crisis pone de manifiesto.