Toni Negri en la multitud productiva

No es fácil reseñar una biografía como la de Toni Negri, un texto escrito en dos volúmenes y varios cientos de páginas. Empezaré por el vol. 2, que recoge los años más duros de su biografía, desde su ingreso en prisión, el 7 de abril de 1979, hasta su vuelta a Italia en 1997.

Su autor tiene ahora casi 90 años y ha pasado gran parte de su vida adulta en el epicentro de los últimos movimientos revolucionarios en Europa, en particular en el movimiento italiano de los 60/70, posteriormente en el exilio en Francia y de vuelta a Italia ya en los 2000. Actualmente tenemos ya la suficiente distancia de aquellos trágicos acontecimientos para poder juzgarlos con mayor serenidad, al menos eso espero, aunque la Italia actual sigue debatiéndose en una falta de futuro que no augura nada bueno. Las fuertes sacudidas del 68 italiano, que se prolongó durante 10 años más, dieron paso al agotamiento, la represión y la desaparición política de una generación entera. Negri forma parte de esa ola y es de los pocos que mantuvo algo de clarividencia política y que nunca renunció a su pasado.

Como digo, el segundo volumen empieza por la detención preventiva el 7 de abril de 1979, junto a muchos otros compañeros, acusado de insurrección contra el Estado. La detención se prolongó varios años. Luego los juicios, la condena, la campaña electoral para ser elegido diputado, la huida.

Tras la conmoción inicial nos cuenta cómo va siendo consciente de que la detención forma parte de una puesta en escena que persigue criminalizar la subversión política en sus diversas modalidades, desde los grupos ligados a las Brigadas rojas, autores del secuestro de Aldo Moro y posteriormente de su asesinato, hasta los sectores adyacentes cuyos vínculos con la violencia armada son más lejanos o incluso no existen. Se trata de unificarlos a todos en un solo bloque y poner a su frente a un intelectual de prestigio como es Negri. Se construye así la figura de El gran Viejo, último responsable de la deriva armada y animador intelectual de la misma.

No importa que esa construcción se revele a la postre como ficticia. Negri se convierte en una especie de rehén para la defensa del Estado. Tampoco importan las prácticas de disociación que llevaron a cabo los miembros de la Autonomía y que fueron a su vez respondidas en ocasiones con agresiones personales en las cárceles por los brigadistas. Las autoridades carcelarias lo presentaban como riñas internas de un mismo entorno. La siniestra colaboración de tantos arrepentidos, que acumulaban culpas sobre sus antiguos compañeros para salvarse ellos, daba pábulo a esas historias y añadía mayor miseria a unos hechos ya por sí mismos suficientemente tremebundos.

No importó tampoco la falta de pruebas ni los detalles exculpatorios de los diferentes casos. La justicia quería sus reos, de modo que las penas impuestas alcanzaban decenas de años. Para Negri en concreto la condena será de 30 años, reducida a 17 en segunda instancia.

De ahí que salvar su vida y recuperar la libertad, de modo que pudiera convertirse en un altavoz de denuncia tenía su importancia. Aunque del otro lado, huir implicaba también dejar en la estacada a amigos y compañeros que seguirían en los penales y en las prisiones durante muchos años más. Aunque racionalmente fuera la mejor salida, eso no amortiguaba el sentimiento de culpa que el autor reconoce haber sentido más de una vez.

Exiliados  en Francia, Negri y sus compañeros, algunos escapados como él, prosiguieron en su búsqueda de nuevos caminos para el conflicto social. Siguieron en una incesante marcha hacia adelante. Descubrieron los nuevos “talleres” del trabajo vivo, ahora ya no las viejas concentraciones obreras de su Italia natal, sino los barrios periféricos donde crecía una nueva multitud productiva, integrada por tantos trabajadores/as que llamará inmateriales: trabajadores del diseño, de la publicidad, de la logística. Trabajadores/as de los cuidados como enfermeras y cuidadoras en general. Trabajadores/as del espectáculo y de los eventos ciudadanos, por lo general de gran precariedad. Trabajadores/as de los servicios. Una gran variedad de personas que trabajan en mantenerse a sí mismos y a la ciudad con vida, con gran variedad de situaciones y salarios pero que componen el rostro productivo de la sociedad actual.

A partir de esas ideas y del encuentro virtuoso con los grandes intelectuales franceses de la década, entre otros Deleuze y Guattari, y con un joven norteamericano, Michael Hardt, surgen los últimos libros de nuestro autor: Imperio (2000), Multitud (2005), Commonwealth (2009) y finalmente Asamblea (2019). Con otros textos más cortos que se intercalan entre esos y la Autobiografía a la que va dedicada esta reseña, componen sus últimas contribuciones intelectuales.

Hacia un nuevo comunismo

Negri subtitula su libro como Historia de un comunista. ¿Qué sentido tiene seguir llamándose comunista, por qué comunista?

Podemos perseguir el hilo de esta declaración en las páginas del libro, en el relato sobre los nuevos movimientos de los 60 y 70 y en su relación con los comunistas oficiales, el viejo Partido comunista italiano.

La crítica contra el PCI es constante en el pensamiento de Negri, no sólo por haber abandonado la idea de una revolución posible sino por haber tomado partido tajantemente en defensa del terror de Estado en el momento álgido de la muerte de Moro y de la feroz represión que la siguió.

Pero, aun tomándose en serio esas críticas, cabe preguntarse, ¿es causa o efecto? ¿La falta de empuje revolucionario de los trabajadores/as europeos/as durante todo el siglo XX fue resultado de la falta de unos partidos vigorosos y decididos, como sostuvieron los comunistas en su crítica de los socialdemócratas durante los años 20 y 30 y Negri y sus compañeros de la Autonomía obrera durante los 60 y 70, o el predominio de los partidos socialdemócratas se debió a que eran los que mejor interpretaban la falta de ganas y el miedo de sus votantes? A su vez, es curioso que tanta gente se dejara arrastrar por el discurso nacionalista belicista y fuera a morir en el frente en las dos guerras mundiales y en cambio, no quisiera saber nada de una revolución (la relación entre dirigentes y dirigidos, líderes y masas sigue siendo un problema no resuelto de los movimientos políticos. Negri vuelve también a esta cuestión en Asamblea, Madrid, Akal,2019)

O tal vez cabe plantearlo de otro modo: ¿durante el siglo XX fueron los trabajadores/as europeos/as los que dieron la espalda a la revolución social o fueron los partidos obreros los que no supieron hacerse cargo de las nuevas formas en que emergía el deseo de revolución y de cambio? La tesis de muchos sociólogos e historiadores es la primera, incluso en autores como Castoriadis o Marcuse; la de Negri es la segunda. Para defender la primera posición se utilizan argumentos como las ventajas de la dominación colonial para aumentar el nivel de vida de los trabajadores autóctonos en el primer mundo; el consumismo de los trabajadores (la oferta de bienes de media duración como electrodomésticos, coches,…); la financiarización de la vida con financiación de bienes de consumo; la extensión universal de sanidad y educación que permiten cierta movilidad social; el auge de la espectacularización de la vida, incluida la política; el apoyo a un individualismo extremo que destruye lo colectivo y aniquila antiguas formas de comunidad obrera; últimamente la destrucción de la propia “clase obrera” con la introducción de nuevas tecnologías, el desmantelamiento de las fábricas y la transformación de las nuevas generaciones de trabajadores/as en clase media precarizada. Actualmente casi toda la población activa en edad de trabajar o está trabajando o está en paro, pero nadie se siente trabajador, todo el mundo se considera clase media. Todo ello en el marco de una conciencia de derrota, dado el amargo final no sólo de la revolución soviética sino de otras tentativas durante el siglo XX. Negri por el contrario atisba en estas transformaciones el surgimiento de nuevas contradicciones y nuevos conflictos que hablan de ese nuevo sujeto anticapitalista, que él denomina “multitud productiva” y que abre nuevas posibilidades.

Esa nueva figura, o ese nuevo sujeto, está animado por el mismo deseo de cambiar su vida y de eliminar el poder del capital que nos oprime; es el agente de los conflictos del presente, lo que nos permite hablar de otro tipo de subjetividad en lucha y de otro comunismo, ya no centrado en la clase obrera de fábrica sino que abarca al conjunto de las personas trabajadoras, el trabajo vivo que mantiene en pie una sociedad y que podría oponerse en bloque al dominio del capital, inaugurando otras formas productivas basadas en los bienes comunes y la cooperación productiva, de modo análogo a como los cerebros cooperan en la producción de conocimiento a través de la información y la comunicación y los cuerpos lo hacen en los encuentros y redes interpersonales. Podemos vislumbrar cómo la sociedad se mantiene y se renueva a través de todos esos lazos que, sin embargo, son rentabilizados por la red de capital que se superpone a ellos y extrae de ellos poder y riqueza. La transformación de toda esa red productiva en riqueza común o riqueza del común, sería la base de un nuevo comunismo.

Filosofía y política

El pulso de la autobiografía lo marca la pasión política de su autor. Pero éste es más que su acción política en sentido estricto. Es un eminente pensador que, sobre todo en el primer volumen, va dando cuenta de su evolución intelectual: de joven católico a europeísta (laico) convencido, de socialista a operaísta, desde la Autonomía a la defensa de la multitud-contra-el-Imperio y su poder constituyente. En esta secuencia se alinean sus escritos filosóficos: Descartes político (1970), la Anomalía salvaje, dedicado a Spinoza (1981), Marx más allá de Marx (1979), El poder constituyente (1994), aparte de muchos otros textos, en especial los de los años 70.

En sus memorias Negri no nos escamotea sus reflexiones ni diversas peripecias vitales. Pero encuentra un recurso singular: se desdobla entre quien escribe y la persona de quien está escribiendo, o sea él mismo. Mientras que unas veces utiliza la primera persona del singular, otras se refiere a sí mismo en tercera, como Toni. Eso genera una sensación extraña, como si quisiera alejarse de su propia biografía, como si quisiera dejar constancia de que la está mirando desde la memoria y la escritura. En vez de acercarnos a él, produce un efecto de extrañamiento. El que el texto se organice en apartados numerados, como si escribiera en fichas que luego ordena en los correspondientes capítulos, impide también leerlo como una novela. Rompe la tradición de la narrativa del sí mismo e inaugura una escritura a trazos fugaces de un decurso con muchas interrupciones. Lo más alejada posible de una novela del yo en la que no prima la evolución sino la discontinuidad. O tal vez lo que nos está diciendo es que toda biografía no es más que eso, un conjunto más o menos deshilachado de vivencias, encuentros y pensamientos y que la idea del yo no es más que una ficción de un relato novelado. El libro presenta un mosaico de personajes, el mismo Negri como uno más, intercalados con conflictos, eventos, luchas e intervenciones teóricas y políticas. El tejido mismo de la vida de un militante.

En la primera parte del libro primero, en la que narra su infancia y juventud, destaca su esfuerzo por huir del dolor y el sufrimiento provocado por la guerra –su padre y su hermano habían muerto en ella– y las desgracias familiares. La búsqueda de un lugar seguro desde el que hacer política, pasando por las juventudes católicas y la corriente de izquierda del Partido socialista. Nunca fue miembro del PCI.

El periodo más intenso de su militancia se sitúa en los 60 y 70 en la larga ola del sesentayocho italiano, cuando, junto con Panzieri, Tronti y tantos otros crean las revistas Quaderni Rossi, luego Classe operaia. De ahí surgirá el núcleo organizativo de Potere operaio. Las páginas centrales del primer volumen son una presentación detallada de todos esos acontecimientos en los que un movimiento obrero de masas, centrado en el puerto de Venecia y las fábricas de toda aquella zona, desafía activamente el poder patronal y estatal, extendiéndose por toda Italia.

Negri, que en aquellos años se convierte en Profesor de ciencia política en la Universidad de Padua, es militante activo del movimiento. El 68 representa la prueba de fuego de toda la generación: estudiantes y obreros unidos en una serie de luchas que prefiguraban una arremetida de consecuencias incalculables para el bloque en el poder en el marco de lo que Chris Marker denominó tercera guerra mundial. Una guerra de los Estados contra sus poblaciones y de al menos una parte de éstas contra sus Estados. Los/as insurgentes, por llamarles así, no eran una minoría: abarcaban a gran parte de la clase obrera, a un sector fuerte del estudiantado y a parte de la clase media y profesional. Tenían enfrente claramente a los aparatos de los Partidos y en especial, aunque pudiera resultar chocante, de los partidos de izquierda, PCI incluido.

La Autonomía, en la que militaba Negri, constituida como organización en 1973, se diferenciaba también del nuevo partido de Lotta continua y posteriormente de las Brigadas Rojas. Por la misma época o tal vez un poco antes Lotta continua, creada en 1969 y que llegaría a contar con una organización política y un periódico bastante influyente, se entendía como expresión política y comunicativa del “movimiento” y como una vanguardia que buscaba la hegemonía sobre el movimiento de masas. Por su parte los operaístas sostenían que la dirección política correspondía a la clase obrera y al movimiento y no a una organización más o menos externa a ella. El “movimiento”, a su vez, estaba formado por una red amplia de comités de base y organizaciones articuladas de una forma relativamente laxa. En el decenio de los setenta avanza un fuerte proceso de radicalización que dará lugar a las organizaciones armadas, tanto en Italia como en otros países europeos, en especial Alemania con la Rote Armée Fraktion (RAF).

Desde mitad de los setenta las posiciones de la Autonomía ya organizada se movían en el estrecho margen que hay entre los movimientos de masas radicales de la izquierda extraparlamentaria italiana con sus distintas organizaciones políticas, y los grupos militarizados. A semejanza de otros países europeos había un espacio que rechazaba la lucha armada, pero defendía las luchas de masas y la utilización de medios ilegales o alegales. Sin embargo, al decir del propio autor, la tendencia militar se daba en el propio seno de la organización y acabó arrastrándola si no en la acción, sí en la represión.

La hipótesis represiva de policías, jueces y fiscales amalgamó todo e hizo de las Brigadas el brazo armado de la Autonomia y de Negri el cerebro de todo ello. A partir de 1980 la dureza de la represión y el alcance de los arrepentidos había acabado con ella. Mientras tanto las acciones de los brigadistas en el exterior continuaban, razón por la cual se impuso una disociación crítica frente a ellas, “rompiendo de manera definitiva […] con el terrorismo y con todas las desviaciones militaristas del movimiento” (vol.2, p. 81). Este paso conecta con viejas disensiones de años anteriores pero, en ese momento, la disociación, tal vez inevitable, será a su vez fuertemente criticada. Para Negri representa la posibilidad de un nuevo comienzo.

Con todo se echa de menos un mayor balance crítico de todos aquellos años. Negri defiende la actuación de su grupo como un intento de mantener la fuerza y el empuje del movimiento de masas que desde las fábricas se había extendido a todo el territorio y que ponía en jaque el poder institucional. Su crítica se dirige contra los partidos de izquierda, especialmente el PCI, que lo bloquearon, y contra las derivas militaristas armadas. Pero no quedan claras las causas de tan dura derrota: ¿tal vez no había condiciones en la Italia y la Europa del momento?, ¿el bloque de la Democracia cristiana, apoyada por el compromiso histórico era más fuerte de lo que habían previsto?, ¿por qué el movimiento obrero se repliega ante el avance de la deriva armada?, ¿había empezado ya el desmantelamiento del tejido industrial italiano que se prolongaría en los años siguientes y que impediría nuevas movilizaciones obreras?, ¿los conflictos de los 2000 retomarán los hilos de esa experiencia? Con todo el entusiasmo militante que rezuma el libro, falta a mi modo de ver, una mayor profundidad en el análisis político.

En resumen, se trata de un libro imprescindible para todos aquellos para quienes el comunismo no es una idea muerta ni una experiencia histórica definitivamente enterrada. Un libro esperanzador, a pesar de todo el dolor que trasluce y de la derrota de toda una generación. Un libro que llama a seguir pensando, luchando y resistiendo como ha hecho el autor durante toda su vida.

Tal vez con una ausencia de notable importancia: las luchas de las mujeres. Ni una sola mujer entre tantos protagonistas. ¿De verdad era tan masculino ese movimiento?, ¿no había mujeres en las fábricas, ni entre los sindicalistas, ni entre las militantes? Me resulta algo difícil de entender, especialmente cuando la lucha se traslada desde el interior de las fábricas al entorno social, ¿no había mujeres ahí que cogieran el testigo? ¿O acaso la memoria del autor resulta sesgada? Preguntas y más preguntas que rodean la experiencia innovadora de la extrema izquierda italiana, vivida directamente y narrada desde dentro por nuestro autor.