Al igual que ocurre en la mayoría de países de nuestro entorno -nuestros sistemas de salud y de atención social han de hacer frente al desafío de satisfacer las demandas de un número cada vez mayor de personas que envejecen con múltiples y complejas necesidades sanitarias y sociales.
El envejecimiento incesante de la población -con unas tasas crecientes de complejidad clínica, fragilidad, dependencia y soledad- obliga a reorientar los sistemas de salud y construir sistemas sostenibles de cuidados de larga duración (CLD) para responder de una manera más accesible, integrada, personalizada y eficiente a las crecientes necesidades sanitarias y sociales de un colectivo de usuarios cada vez más numeroso.
En particular, es urgente mejorar los CLD de las personas mayores con multimorbilidad, fragilidad y dependencia, lo cual debe implicar el abandono de un modelo de atención reactivo, centrado en la enfermedad y fragmentado, hacia un modelo proactivo, preventivo, integrado y centrado en la persona, en el que se aliente a este tipo de pacientes a desempeñar un papel central en la planificación y gestión de su propio plan de cuidados.
Tanto en el ámbito domiciliario como en el comunitario (incluida la atención residencial), los servicios actuales en el sistema de CLD se caracterizan por un alto nivel de fragmentación, debido a la falta de estrategias de integración/coordinación entre los sectores de la salud y la atención social. Además, existe un amplio consenso según el cual el sistema de CLD, tal y como está configurado actualmente, no es apto para el propósito que debiera cumplir, no garantiza la equidad, no está a la altura de los desafíos y oportunidades de un entorno complejo y cambiante, y corre el riesgo de volverse incapaz de seguir siendo viable a menos que se reinvente.
Así, “…la pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto la gran invisibilidad y los escasos medios que hoy existen para garantizar un cuidado adecuado en el entorno domiciliario. Y, por otra, existe suficiente evidencia científica que demuestra que las residencias tradicionales, donde se homogeneiza la atención, no ofrecen calidad de vida ni facilitan la participación y la vida plena de las personas. Es necesario apostar por nuevos diseños arquitectónicos y nuevas formas de organización y gestión donde se garantice la intimidad, se personalice el cuidado y se evite la continua rotación de profesionales…” (“Declaración en favor de un necesario cambio en el modelo de cuidados de larga duración de nuestro país”, Fundación Pilares para la Autonomía Personal y CSIC - Abril de 2020).
Las necesidades cambiantes de los pacientes crónicos complejos requieren un modelo de atención diferente. La resolución de problemas a partir del hospital de agudos pierde centralidad y, lo novedoso y emergente, es la evolución hacia sistemas cada vez más integrados, adaptados a los diferentes territorios y con un protagonismo relevante de los profesionales de Atención Primaria y Comunitaria.
Al mismo tiempo, es necesario fortalecer la atención social y sanitaria a domicilio, la hospitalización a domicilio y la telemedicina, todo ello por medio de equipos interdisciplinares comunitarios coordinados por gestores de caso para garantizar un control y seguimiento más eficiente de los pacientes complejos a lo largo del tiempo y una mejor colaboración entre los servicios hospitalarios y comunitarios, así como potenciar el desarrollo de dispositivos de atención intermedia.
Afrontamos un proceso que implica un cambio cultural en el cuidado, así como una transformación estructural y funcional de las organizaciones que atienden a las personas mayores con necesidades complejas, por lo que necesitamos un modelo de cuidados profesionalizado y muy centrado en valores, lo cual supone un reto complejo pero necesario e inaplazable.
A través de su trabajo, los medios de comunicación, los responsables políticos y las industrias culturales y de ocio pueden cambiar la visión de las personas de edad avanzada muy asociada con estereotipos discriminatorios como fragilidad, vulnerabilidad, dependencia y baja competencia, hacia una vida de igual valor y propósito que merece no solo un trato digno, sino también el respeto a las preferencias y decisiones de las personas mayores sobre cómo y dónde desean ser atendidos.


