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En el pletórico mes de julio de 1936, Ada Martí Vall se enfrentará a uno de los mayores retos de su vida, desarrollando en medio de los acontecimientos que sacuden a Barcelona toda su personalidad, con todas sus fuerzas, energías y pasión revolucionaria. Siendo consciente de que, en ese momento, formaba parte de la "Sal de la Tierra". Esa "Sal" era, sin duda, para las mujeres de las Juventudes Libertarias y por extensión para la "Federación Ibérica de Conciencias Libres", la libertad que podía palparse en el aire que se respiraba. No había tregua para expresar el momento con palabras, la revolución estaba en marcha y Ada Martí vivió intensamente el momento con total compromiso, en plena fiesta revolucionaria, como despedida de un tiempo que moría y que a su vez se anunciaba como una "aurora de esperanza". Era la extensión de aquel ventanal que la furia del pueblo obrero había abierto, un gran mirador para acercarse a la utopía que estaba al alcance de sus manos y que era posible construir. Y así lo vivieron tnto Ada Martí como otros jovenes de su tiempo, entregados por completo a lo que fuera su pasión: la construcción de un mundo nuevo y más justo.