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¿Qué diablos pinta un montañero poeta metido a celador en un hospital donde habita Cóvid? Quizá, como dice Chandler, (?) el celador insomne oyó gritos en la oscuridad y, en lugar de mirar hacia otro lado (?), decidió ir a ver lo que pasaba.
El celador insomne nos escribió su diario por entregas y sus episodios nos permiten ser la sombra de su sombra, seguirlo cuando corre como un loco por los pasillos con sus zapatos blancos, cuando envidia los gorros molones, mientras limpia, alienta y acaricia (y a veces lleva al depósito de cadáveres) los cuerpos devastados por Cóvid, especialmente los de quienes nacieron en tiempos de catástrofe (la guerra y la posguerra) y han sido confinados en residencias como personas a las que esta sociedad considera ya amortizadas.
Día a día El diario de un celador insomne relata el ambiente dentro del hospital, donde él, un aprendiz de celador, se pone del lado de la sanidad pública, junto con enfermeras, fisios, auxiliares, celadores, limpiadoras o cocineras que lo están dando todo para que su lucha contra Cóvid, dentro de ese raquítico residuo de lo público que es un hospital, sea una valerosa defensa de la vida.