Leo, de pluma de Sollers, que para él Claudel es, ante todo, el que escribió: ?El Paraíso está alrededor de nosotros en este mismo momento con todos sus bosques atentos como una gran orquesta invisiblemente que adora y que suplica. Toda esta invención del Universo con sus notas vertiginosamente en el abismo una por una donde el prodigio de nuestras dimensiones está escrito?.Pues bien, Lacan es para mí el que en este seminario afirma: ?El infierno nos conoce, es la vida de todos los días?. ¿Es lo mismo? ¡Ah, no lo creo! Acá no hay adoración, no hay orquesta invisible ni vértigos ni prodigios. Empecemos por el final: Lacan ?evacuado? de la calle de Ulm con sus oyentes, no sin resistencia ni escándalo. El episodio dio que hablar. ¿Qué había hecho él para merecer esto? Se dirigió no solo a los psicoanalistas, sino también a una juventud aun enardecida por los acontecimientos de mayo, que lo acepta sin embargo como un maestro del discurso en el mismo momento en que sueña con subvertir la Universidad. ¿Qué les había dicho él? Que ?Revolución? quiere decir volver al mismo lugar. Que en lo sucesivo el saber impone su ley al poder, y que se ha vuelto ingobernable. Que el pensamiento es como tal una censura. Les habla de Marx, pero también de la apuesta de Pascal, que en sus manos se vuelve una nueva versión de la dialéctica del amo y del esclavo, y también de los fundamentos de la teoría de los conjuntos. Continúa con una clínica de la perversión, con los modelos de la histérica y del obsesivo. Todo esto contagia, brilla, cautiva. Entre líneas, se sigue el diálogo de Lacan consigo mismo sobre el sujeto del goce y la relación de este con la palabra y el lenguaje. Jacques-Alain Miller